Ofelia Medina por siempre

La primera actriz yucateca presenta obra en el Foro Lucerna de CDMX

Cuando Ofelia Medina se aproxima por la banqueta, algunas personas ya nos encontramos esperando afuera, disfrutando de un soleado mediodía con sabor a domingo. Y ella, tan fresca, tan amable, saluda presurosamente a algunos espectadores que se le acercan. “Les dejo, queridos, porque ya voy tarde”, dice mientras un guardia le abre la puerta del Teatro Milán. ¿El motivo de la cita? Ver una puesta más de “Mamá por siempre”, original del quebecquense Michel Tremblay.

Poca gente ha llegado al Foro Lucerna para ver la obra, pero somos los suficientes para que se prorrumpa en aplausos cuando Miguel (Manuel Ojeda) hace la introducción de un personaje que, por sus características, se nos antoja una especia de bestia mítica, una fuerza de la naturaleza, una deidad cósmica que no es otra que su madre. “Con ustedes, mi mamá”, dice con voz aniñada.

Entra Ana (Ofelia Medina) a escena en medio de un torbellino causado por su mera presencia. Sabes en ese momento que el público se ha rendido a sus pies siquiera antes de comenzar. La historia gira en torno a esta dupla de veteranos actores, quienes encarnan a Miguel y Ana, hijo y madre, respectivamente, en una trama que abarca numerosas décadas y situaciones familiares, donde todas contribuyen a radiografiar la peculiar relación entre progenitora y vástago.

La dramaturgia es autobiográfica, ya que Tremblay quiso explorar mediante la escritura de esta obra su propia relación materna. Por ello, no es casualidad que Miguel sea un niño travieso y fantasioso, al cual Ana tiene que traer “cortito”, pues ella parece ser la única figura de autoridad en el hogar. Como suele suceder, ésta será la responsable directa de incentivar la sensibilidad de su hijo, orientada hacia la literatura y las artes.

Este diálogo y esta relación, van evolucionando a través de numerosas elipsis entre los cuadros escénicos que se suceden en medio de una escenografía minimalista, cuyo diseño versátil permite que se vayan adaptando lo mismo para representar un tendedero de ropa que el comedor del hogar primordial. Lo anterior, aunado al vestuario, un diorama y un efectivo juego de luces, consigue evocar tiempos felices en los recuerdos del público.

Sin embargo, a pesar de su emotividad, esta puesta en escena se percibe algo condescendiente con los espectadores. La música escogida como leit motiv de las distintas escenas pretende provocar que se derrame la melcocha en el recinto, lo cual tal vez haya logrado en cierto sector de los asistentes que, como ya se dijo, se entregaron al relato desde el primer momento.

Por otro lado, la actuación de Manuel Ojeda se queda corta, a pesar de que el papel del dramaturgo ya maduro que rememora su infancia y hace un viaje de la memoria a través de las distintas etapas de su vida tiene mucho más para dar. Incluso su voz, algo afectada, requiere del micrófono para hacerse escuchar. Todo lo contrario sucede con Ofelia Medina, actriz sobre la que recae el peso del montaje, cuyo entrañable personaje es de una tierna locura: una madre extrovertida, dramática y extravagante, que logra representar con éxito conmoviendo por momentos a la audiencia.

En ese sentido, la dirección de Manuel González Gil es discreta pero efectiva, imprimiendo un ritmo equilibrado, que no obstante decae cada vez que Ofelia no está en escena. Por suerte, esto sólo ocurre por pocos minutos. Luego entonces, no es casualidad que al finalizar la anécdota teatral, ella se haya granjeado los aplausos más efusivos de la gente que, no nos engañemos, fue a ver a la Medina. Ofelia por siempre.

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