El otro cine: Santiago Álvarez y “El sueño del Pongo”

Quizás fue en algún momento de 1969 o quizás incluso en 1970, le gustaba trabajar rápido, que Santiago Álvarez regresó de Perú a Cuba con un cassette de audio donde había grabado a un niño contándole “El sueño del Pongo”.  Había estado allí dirigiendo las filmaciones del Noticiero ICAIC, el noticiero cinematográfico cubano, y en algún momento libre se encontró a ese chiquillo que le ofreció un cuento, del cual Santiago sólo pudo registrar el audio

A su retorno a La Habana, al no poder quitarse de la cabeza esa voz y ese cuento, Santiago buscó a dos jóvenes del departamento de Trucaje y Animación, Pepín Rodríguez y Jorge Pucheux y les dijo: “Hagan algo con esto”. Así, escueto, y se fue, pues tenía un noticiero que dirigir (el ya histórico Noticiero del ICAIC).

Me cuenta Jorge que al principio no sabían qué hacer con ello. Había un audio con una historia, pero nada más. Escucharon y escucharon la cinta. Hablaron y hablaron. Al final llegaron a una idea: cada quien haría una versión y le darían ambas al jefe. Ya de allí verían qué hacer. Al final de un par de semanas (eran las épocas donde había que revelar cada idea en un laboratorio y eso toma más que un render), cada uno tenía una versión de este sueño. Santiago tomó ambas y las fue uniendo, cosiendo, en la mesa de edición hasta que obtuvo la versión definitiva del filme “El sueño del Pongo”, de 8 minutos de duración.santiago-alvarez-orlando-senna-concecao-senna “El sueño del Pongo” no es ficción, tampoco es documental. Es un poco de ambos y sobre todo, es cine puro. Un ejemplo magnífico del trabajo revolucionario y revolucionador del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos. “El sueño del Pongo” es esencialmente, un trabajo de montaje. Montaje visual y sonoro donde es fácil olvidar la importancia de la pista de audio.  Un acorde de guitarra suena en negros y se revela una foto de una casa en ruinas; así empieza un corto donde los créditos no son un extra sino una parte integral.

La clave viene con el siguiente cuadro,  en un suave zoom in, vemos la cabeza de un indígena, de ojos cerrados, crecer poco a poco en la pantalla, el título del corto aparece sobre él, como deformado por el agua, reforzando la idea de los sueños, y vemos entonces un juego fundamental, el desdoblamiento de la imagen en dos y luego tres, una versión sobrepuesta que crece difuminada, una que permanece igual y una que se descubre atrás más pequeña, hasta que sólo quedan los ojos cerrados del pongo del relato.  Una imagen da pie a otra, de formas extrañas, ese rostro que no mira solarizado y en medio de esa negrura gris sombras de luz. Un cine esculpido en luz y sonido, figuras que al desvanecerse revelan ojos que nos miran y desaparecen. Y todo eso en el primer minuto.santiago-alvarez_noticiero-icaic

Y de pronto se hacen negros y suena una voz tierna, de niño que se presenta. “Yo soy Hernán, y les voy a contar el sueño del Pongo”. Sería tramposo decir que este es un cortometraje de fotos fijas, las fotos no tendrán movimiento pero la imagen está llena de él. Difuminados, disolvencias, efectos de desenfoque y solarización, zooms, recortes, cambios de tamaño. Una misma imagen se convierte en un discurso simplemente con los pequeños cambios en su presentación. Al Patrón nunca lo vemos claramente, pero lo sentimos. Hay un eco en la voz de Hernán cuando hace la voz del Patrón.

Y al Pongo, lo vemos hacer pequeño, lo vemos saltar de un lugar a otro, y quizás casi desaparecer sólo con la sugerencia, con la composición y recomposición de una imagen. Este recurso, eminentemente cinematográfico, es uno que vemos en todos los trabajos de Santiago Álvarez: una imagen aparenta ser una cosa para descubrirse en otra. A veces al revelarse su contexto, a veces al resaltar un pedazo que se pierde en la visión más completa. La imagen en el cine de Santiago Álvarez no es pasiva, no muestra sino que dice y en voz muy alta. Para Álvarez -y para el cine cubano-, toda imagen está cargada, y es un arma que debe ser disparada con precisión.santiago2

“El sueño del Pongo” es un relato magistral, tanto en su hechura, como en las lecciones que podemos aprender de él los que amamos al cine. Desde la historia que nos sorprende (narrada de forma genial por un niño), y construida con una edición de audio precisa, ecos, ecualizaciones, música y hasta un momento de silencio puntuado por el vacío en la pantalla, es un guión poderoso y con un final redondo, pasando por las imágenes que lo acompañan, fotografías poderosas que revelan una búsqueda concienzuda y precisa hasta su montaje, donde esas imágenes se engarzan y deconstruyen para cargarse de significado.

Para Einsenstein, el poder del cine estaba en la yuxtaposición de las imágenes que permitía construir emociones, ideas y significados aún más complejos. “El sueño del Pongo” es una obra de ese montaje que describía Eisenstein y que tanta falta nos hace hoy en día. En la era del  billón de cámaras, donde la imagen es gratuita, el montaje debería reinar. Hoy que estamos llenos de contenidos blandos y genéricos, deberíamos mirar un poco atrás, a esa bella vecina nuestra, que nos cuenta que el Cine, así con mayúsculas, no se hace con dinero sino con arte, con un par de fotos, una canción y una moviola como diría Santiago Álvarez.

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