¡Madre! Una alegoría fílmica a medias

¡Madre!, la nueva película del director Darren Aronofsky, ha dado mucho de qué hablar al polarizar a la crítica especializada y a la audiencia, quienes le han endilgado comentarios tan disímiles que van desde “una obra maestra” hasta “la peor película del año”, asunto que sus productores han aprovechado para promoverla en un afán de generar interés por verla.

Sin embargo, la cinta no es ni una ni otra. El argumento versa sobre una pareja que vive en el campo, aislada del mundo. Ella, la madre (Jennifer Lawrence) y El poeta (Javier Bardem), un día reciben la visita de un par de extraños (Ed Harris y Michelle Pfeiffer) que no han sido invitados. Él comienza a comportarse de manera rara, vulnerando la estabilidad emocional de su cónyuge.

A partir de ahí, se desencadenan una serie de situaciones que rayan en lo absurdo, lo surrealista y lo delirante a través una evidente alegoría religiosa y otra, menos obvia, de corte ambientalista; ambas buscan motivar la reflexión en torno a la decadencia de la humanidad, la violencia de género y el proceso creativo. Tan ambiciosa es la pretensión del director que no logra asir ninguna de las tesis anteriores, resultando en un pastiche irregular en un thriller psicológico que abreva de realizadores como Buñuel, Zulawski, Polanski, Pasolini y Lynch.

Los mitos judeocristianos de Job, Caín y Abel, el Génesis y el Apocalipsis, se suceden uno tras otro enmarcados en una atmósfera opresiva que abusa de los primerísimos primeros planos, la cámara al hombro y el plano subjetivo para contar una historia tremendista que intenta provocar sin conseguirlo del todo, al tiempo que satiriza el pensamiento religioso. Asimismo, al humanizar a la todopoderosa deidad, ofrece una crítica de un Dios tirano y arbitrario en sus acciones. Un sujeto tangible a quien -de existir- podríamos juzgar severamente…

Mediante una factura cuidada, se respeta que el director de Noé (2014) se haya aventurado en realizar un discurso tan arriesgado, a pesar de las fallas en este montaje de trama barroca, que de nuevo explora sus obsesiones en torno al misterio de la creación y la divinidad, dado su origen hebreo en un mundo cristiano, pues Aronofsky enfrenta dichas contradicciones de una manera mediocre y previsible. Su reinterpretación de los llamados “textos sagrados” falla en su afán de desnudar de una manera filosófica los tropiezos del ser humano.

En resumen, su testamento bíblico posmoderno nada aporta a su caudal artístico ni simbólico, dejándonos un filme menor tanto técnica como argumentalmente hablando, algo que no esperábamos del autor de Pi, Réquien por un sueño, La fuente de la vida, El luchador y Cisne negro. Tanto con su anterior filme como con ésta nueva producción, parece que Aronofosky ha perdido la brújula en su afán de experimentar, dando como resultado una película interesante pero francamente olvidable. Una de las más sobrevaloradas en lo que va del año.

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