El horror de la teocracia: The Handmaid´s Tale

Hulu produjo la exitosa serie que presenta una distopía feminista

Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero. Y  Jacob se enojó contra Raquel, y dijo: ¿Soy yo acaso Dios, que te impidió el fruto de tu vientre? Y ella dijo: He aquí mi sierva Bilha; llégate a ella, y dará a luz sobre mis rodillas, y yo también tendré hijos de ella. Así le dio a Bilha su sierva por mujer; y Jacob se llegó a ella. Y concibió Bilha, y dio a luz un hijo a Jacob. Génesis 30: 1-5.

The Handmaid’s Tale está situada en un futuro no muy lejano en el que los Estados Unidos de Norteamérica han dejado de existir. Al poder político en ese país llegó un grupo de cristianos fanáticos que desde hace varias décadas planeaba hacerse con el gobierno. Su llegada generó una guerra civil que dio paso a una nueva nación llamada Gilead. Una nación gobernada por un régimen teocrático en la que no existe más ley que la “dictada por Dios”, es decir la constitución política ha cedido su lugar a la biblia y toda la vida está dictaminada por casi todo lo que ahí se dice y por una visión fundamentalista de una supuesta voluntad divina. Ello lleva a Gilead a convertirse en una teocracia terrorífica en la que los derechos civiles han desaparecido y las minorías son maniatadas.

Quienes sufren más son las mujeres. A ellas se les ha negado todo acceso al conocimiento, no pueden tener propiedades y son vistas como simples objetos, salvo las esposas de los dirigentes o “Comandantes”, quienes tienen un estilo de vida con un poco menos de restricciones aunque su lugar es el de simples amas de casa. Las mujeres norteamericanas, cultas, preparadas, instruidas; las estudiantes, las doctoras, policías o incluso aquellas que vivían en situación de calle, todas son estratificadas de acuerdo a las habilidades que tienen dentro de lo que una sociedad biblíca y machista espera de ellas: cocineras, sirvientas, nanas, empleadas domésticas.

Pero hay un grupo muy particular: el de las mujeres fértiles. Y es que en el mundo en el que se encuentra Gilead existe una crisis de nacimientos. La serie aún no explica las razones por las que la infertilidad se ha apoderado de buena parte de la población, pero ello sirve como un pretexto para hundir, aún más, en la escala social a la mujer. Las mujeres con posibilidad de tener hijos son recluidas en centros de detención y enviadas a las casas de los Comandantes para que estos las fecuden en un acto conocido como la “Ceremonia” y que está sustentado en la historia de Jacob, Raquel y su sierva Bilha contada en el capítulo 30 del libro biblíco del Génesis.

Estas mujeres son conocidas como las “criadas” (handmaids) y en la Ceremonia son literalmente violadas por los Comandantes mientras las esposas de estos les sostienen las manos. Si resultan embarazadas, las criadas –obligadas a llevar un hábito rojo y a taparse la cabeza, más no el rostro– son acompañadas durante toda la gestación por el comandante en turno y su mujer. Cuando el bebé nace es entregado a la familia propietaria de la criada mientras ellas son enviadas a otra casa para repetir la operación. Estas mujeres lo han perdido todo, incluso su nombre y son llamadas de acuerdo a la casa en la que habitan. La serie se centrará en una de ellas conocida como Offred -en castellano DeFred- haciendo referencia a que pertenece al Comadante Fred.

La historia de Offred (una valerosa, conmovodera y estupenda Elisabeth Moss a quien le tendrían que dar todos los premios televisivos del mundo), será contada con una crudeza apabullante. Lo hará en muchas ocasiones a partir del primer plano del rostro de una mujer cuya desesperación va a desafiar al espectador a partir de lo profundo de su mirada, de los gestos que irradian la completa pérdida de la esperanza. DeFred va a ser nuestros ojos en un mundo en el que los castigos físicos incluyen la ablación (uno de los episodios más cruentos que ha visto la televisión en los últimos años presenta una historia relacionada con la mutilación genital femenina), la muerte por lapidación o la amputación de miembros, todos sustentados en versos biblícos.

También a través de ella conoceremos la doble moral de los hombres que dominan a Gilead y la sororidad que se va creando entre las mujeres que viven en un auténtico infierno, en un mundo completamente gris, descolorido –lo cual está reflejado en toda la fotografía y el diseño de arte de la serie– y en el que el sol sólo aparece para colarse tímidamente por las ventanas de los sombríos y oscuros hogares brindando un poco de calor al cruel, frío y sumamente limitado universo en el que deambulan las mujeres retratadas en el programa. Y también, gracias a flashbacks insertados con gran precisión, iremos conociendo parte del proceso de degradación de la mujer en el tránsito de los Estados Unidos a Gilead. Un proceso violento, brutal y que va a generar en el televidente una empatía inmediata por la protagonista y sus compañeras de desgracia, pero al mismo tiempo, las entrañas se removerán al mirar cómo cualquier mujer, sin importar su posición económica o social, puede convertirse en una esclava sexual.

Basada en una novela de la prolífica escritora y activista canadiense Margaret Atwood, The Handmaid’s Tale se convierte en un aterrador drama. Estamos ante un nuevo uso del horror psicológico provocado por un discurso audiovisual sórdido, poderoso, estructurado para producir terror al mirar hasta dónde pueden llevar el fanatismo y la religión de una sociedad supuestamente fundamentada en principios como la libertad y la igualdad de todos aquellos que la conforman, para convertirse en una en la que esos principios han sido sustituidos por designios “divinos” capaces de reprimir al individuo hasta que éste pierda toda su esencia, toda aquella historia personal que lo conforma y toda relación afectiva con sus semejantes. Eso a pesar de que el camino de una democracia para convertirse en un régimen teocrático absolutista y autoritario no está explicado en la serie, haciendo de ese silencio un arma más para envolver al espectador en el drama.

Eduardo Galeano dice que el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo. En The Handmaid’s Tale lo dicho por el uruguayo queda perfectamente evidenciado. Las mujeres viven con miedo a ser destruidas por los hombres que gobiernan Gilead o por sus congéneres que se han transformado en colaboracionistas del régimen (cuya violencia es especialmente cruel pues su moral ha sido extirpada para ser incapaces de sentir empatía alguna por otras mujeres), pero en realidad el miedo es el que se apodera de esos hombres que ven a las mujeres capaces de dar vida como el enemigo a vencer y que gobiernan motivados por el pavor hacia sus contrapartes femeninas, el terror a lo que pudieron llegar a conquistar en el pasado y a lo que pueden conquistar en el presente que ellos mismos les han negado. Mujeres que caminan como muertas por las frías calles de lo que alguna vez fueron los Estados Unidos de América, a pesar de ser las únicas capaces de generar ese nuevo tesoro necesario para la preservación de la nación y la especie: vida.

The Handmaid’s Tale funciona como una advertencia de lo que produce el aislacionismo de una potencia occidental, de lo que sucede cuando el estado laico es violentado por principios religiosos. Pero más allá de la discusión sobre si realmente lo que vemos en la serie puede suceder en un país actualmente embarcado en una cruzada aislacionista, más allá de si se trata de una profética distopía, creo que su mayor logro es de provocar terror en el espectador al hacerle pensar en que esos regímenes teocráticos, violadores de los derechos humanos y represores de la mujer que existen actualmente en África y el Medio Oriente. Que la cosificación de las mujeres, su esclavitud sexual y su comercio están alejados de cualquier discurso futurista es algo de todos los días en el planeta, en nuestro propio lado del mundo. Pero no, no nos estamos acercando apenas, pues en muchas zonas del planeta ya estamos ahí.

La ficción a veces nos confronta con la realidad de manera terrorífica, brutal. Creo que ninguna serie televisiva en los últimos años lo ha hecho como lo hace The Handmaid’s Tale, un auténtico gancho al hígado, un golpe a lo más profundo del cerebro y del corazón a través de una de las narrativas audiovisuales más crudas de la televisión de nuestros días; narrativa cuyo discurso dibuja el horror de una teocracia y que, por consiguiente, se convierte en un alegato a favor del laicismo y los derechos civiles como dos de los mejores conceptos que la modernidad ha generado para alcanzar justicia e igualdad. Por mucho: la gran serie del 2017.

El futuro es una pesadilla

 

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