La seducción de la muerte: escritoras malditas I

Philippe de Champaigne, Still Life or Vanitas. Oil on canvas. French Baroque Period, 1671

“El saber morir nos libera de toda  atadura y coacción”. Montaigne

 

El tópico del amor, tan fecundo en la poesía, va muchas veces unido irremediablemente al de la muerte y, junto con ella, aparece la decepción, la agonía, el dolor y la futilidad de la vida, desde Safo hasta los poetas románticos del siglo XIX, después los poetas malditos en las postrimerías del mismo siglo y luego también en el siglo XX, la muerte irrumpirá en la poesía mucho más que con versos, lo hará con su irresistible seducción atrapando con su red a varias escritoras que, seducidas y rendidas, pondrán el punto final a sus propias vidas.

La lista es tristemente mucho más amplia de lo que pudiéramos pensar, la poesía como forma intrínseca de expresión de sentimientos es además, como mejor la describe Daniel Reni-Anzola, “hablar con el corazón en la mano, […] expresar los sentimientos al máximo, hacer que la corriente de sentimientos se apodere de tu corazón, haciendo que poco a poco tu pluma se mueva más rápido y haga que las palabras no sean palabras, sean sentimientos y hagan sentir a quien las lee el sentimiento que transmites al papel”.

Sin duda es también para quien la escribe una forma de exorcizar sus propios demonios, de expresar lo que atormenta, lo que duele, lo que sucede en sí dentro del poeta, lo incomprensible que sólo puede verterse en palabras, en versos, pero que muchas veces no basta, esto fue lo que sucedió con estas escritoras, la poesía no bastó y al final las sedujo la muerte.

 

ALEJANDRA PIZARNIK: De muerte se ha tejido cada instante

pizarnik  (Buenos Aires, 1939-1972) Hija de inmigrantes rusos dedicada a las letras, vivió y trabajó en París como traductora y crítica literaria, hizo algunos estudios en la Universidad de La Sorbona y en esos años conoció y entabló amistad con Julio Cortázar y Octavio Paz. De regreso a Argentina, las crisis depresivas fueron más constantes llevándola a intentar suicidarse en varias ocasiones, aun así siguió escribiendo. Sus últimos años los pasó internada en un centro psiquiátrico, pero en 1972, con tan sólo 36 años de edad, siete poemarios y una intensa producción crítica y epistolar, decide quitarse  la vida en su casa, en uno de sus días de permiso, ingiriendo una sobredosis de seconal sódico.

Su legado poético es invaluable, versos desgarradores que hablan de soledad: “¿Qué soledad es ésta, llena de ti, con tus ojos y tus manos y tus cabellos poblando la aparente soledad en la noche?”.

La Carencia

Yo no sé de pájaros,

No conozco la historia del fuego.

Pero creo que mi soledad debería tener alas.

También hablan de miedo de perder al ser amado que ya no está porque no existe: “Si no te veo más quiero que sepas que nunca he sentido a nadie como a vos esta noche”, y de angustia y decepción: “Soñé que me miraba y que me sonreía como quien oye dulces mentiras. Era tan cierto que tenía que ser mentira”.

De derrota,  “esta espera inenarrable, esta tensión de todo el ser, este viejo hábito de esperar a quien sé que no va a venir…”,  pero ante todo sus versos, como bien afirma Ivonne Bordelois, demuestran una preocupación por “la inadecuación del lenguaje para expresar al mundo, y la inadecuación del mundo con respecto a nuestros deseos más profundos” y sin embargo, dejó una producción poética que sólo puede leerse y disfrutarse, aun a sabiendas del destino trágico de esta mujer que vivió y murió poéticamente pensando que “escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos”.

 

ANNE SEXTON: He matado nuestra vida juntos

anne-sexton

(Massachusetts, 1928-1974) Poeta transgresora suburbana, es como algunos definen a la mujer cuya vida se puede definir como lo hace Sara Sefchovich en el capítulo que le dedica en su libro El cielo completo: “Escribir para morir”.

Cada día mi escritorio es mi mundo” y fue realmente así, pues con 45 años de una vida de mujer-madre-esposa inconforme siempre con la realidad, produjeron, aunado a un trastorno mental que padecía, nueve libros de poesía, prosa y cuentos para niños, teatro y poemas que combinaba con música de rock, algo innovador para su época. Obtuvo el Premio Pulitzer en 1967, pero nada de esto llenó el vacío existencial que se manifiesta en sus poemas: “He estado siempre insatisfecha”, afirmó alguna vez. Su poesía es profunda, pero en sus cartas se devela el sentir de una mujer que vive en la angustia: “Tengo miedo de amar”, define por un lado su sentir, pero por otro, hay en ella una inconformidad ante su rol de mujer también como escritora: “Tengo miedo de escribir como escribe una mujer. Quisiera ser un hombre. Quisiera escribir como escriben los hombres […] Tengo la cabeza como una licuadora”.

Una década antes, su amiga Sylvia Plath  se había suicidado (“Morir es un arte, como todo. Yo lo hago extraordinariamente bien”). Anne Sexton se decidió por el mismo final, la forma fue diferente. El 4 de octubre de 1974 hizo su rutina habitual, visitó a su terapeuta y a su amiga Maxine Kumin, con quien revisaba su próximo libro, bebieron vodka, comieron y fumaron, lo habitual, pero llegando a su casa tomó el abrigo de piel heredado de su madre, se metió al garaje y encendió su auto rojo hasta que dejó de respirar. Años antes le había escrito a su hija: “Algún día volarás sola a alguna parte […] quizás yo ya haya muerto, y desearás hablar conmigo […] La vida no es fácil. Es terriblemente solitaria. Yo lo sé”.

Se advierten en sus versos la inefable resolución de una vida en donde siempre estuvo latente la muerte y las tendencias suicidas, que al leerlos hoy calan las heridas y los huesos:

Balanceándose allí, a veces se encuentran los suicidas,

rabiosos ante el fruto, una luna inflada,

Dejando el pan que confundieron con un beso

Dejando la página del libro abierto descuidadamente

Algo sin decir, el teléfono descolgado

Y el amor, cualquiera que haya sido, una infección.

Son únicas en su talento y en su poesía, pero otras mujeres poetas también comparten el mismo final: Marina Tsvetaeva, Alfonsina Storni, María Polydouri, Virginia Woolf, Karoline von Günderrode, por mencionar algunas.

delmira-agostini

A Delmira Agustini, la muerte también la encontró muy joven, sólo que en ella no fue elección propia, como las anteriores, sino la de su ex marido, Enrique Job Reyes, que le arrebató la vida con dos disparos en la cabeza para después darse un tiro él mismo; la sombra de Manuel Ugarte, de quien Agustini siempre estuvo enamorada, empañó su vida, pero dio inspiración a muchos de sus poemas.

Copa de vino donde quiero y sueño

beber la muerte con fruición sombría,

surco de fuego donde logra Ensueño

fuertes semillas de melancolía.

La muerte fue, para estas poetas, más que un tópico en sus versos, fue una sombra que las asedió y que poco a poco las sedujo hasta llevarse sus palabras, sus plumas y su aliento.

Me estoy quebrando, pero no se lo digas a nadie. Mientras los poemas no se quiebren, estará bien”. Anne Sexton.

 

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