Un gigante llamado Vasconcelos

Hubo un tiempo en que los mexicanos no éramos esa parvada de ciudadanos agachones que somos hoy, en la que lo políticos o eran caudillos o estadistas, en el que los artistas e intelectuales nacionales eran reconocidos en todo el mundo. Era una época en la que verdaderos gigantes caminaban por este país tan cerca de Dios y tan lejos de la educación. En ese tiempo revolucionario, existió uno de los más grandes patriotas: José Vasconcelos.

A menudo me pregunto en qué México viviríamos si hubiera ganado la presidencia en 1929 ante el candidato impuesto por Plutarco Elías Calles: Pascual Ortiz Rubio. Fiel a la historia que continúa repitiéndose, las elecciones fueron robadas por el partido oficial, lo que hoy conocemos como PRI. Ante el fraude, al igual que durante su periodo con Madero, llamó al pueblo a las armas. Sólo que esta vez -y desde entonces- la ciudadanía no acudió al clamor de insurrección. Fue la mayor de sus desilusiones, por lo que se exilió a Estados Unidos, donde sería uno de los filósofos y conferencistas más valorados tanto en América como en Europa.

¿Pero quién era Vasconcelos? El pequeño José fue lo que hoy llamaríamos un niño genio, un lector voraz con un carácter precoz y naturaleza inquisitiva. Nacido en Oaxaca, su infancia la pasó en el norte del país, donde gracias a las condiciones fronterizas, pudo educarse en colegios tanto de Coahuila como Texas. Tuvo la oportunidad de recorrer el país de cabo a rabo. Incluso un breve periodo de su juventud fue peninsular, ya que parte de su educación fue en el Instituto Campechano. En ese lapso conocería a su primer amor platónico, tal y como se consigna en ese documento histórico y autobiografía novelada que es una de las grandes glorias de la literatura mexicana: el Ulises Criollo (1935). Gran pensador y aforista, en lo que toca a Yucatán frecuentó la amistad del poeta Clemente López Trujillo.

En 191o fue miembro fundados de El Ateneo de la Juventud, grupo intelectual y político opositor al Porfirismo. Después, al sumarse a las filas maderistas, se le atribuye la línea con la que más se identificó al movimiento: “Sufragio efectivo, no reelección”. En los años veinte sería rector de la UNAM, acuñando la famosa frase que todavía hoy en día acompaña su escudo. Más tarde sería nombrado Secretario de Instrucción Pública, puesto en el que sus inconmensurables logros habrían de granjearle los motes de “El apóstol de la educación” o “El maestro de América”. Pero Vasconcelos era mucho más: adorador de las mujeres, polemista, esteta, escritor, abogado y luchador social. También, no hay que negarlo, cometió errores históricos e ideológicos, al ser simpatizante del fascismo italiano y del nacionalsocialismo alemán, aunque es bien sabido que al enterarse de los horrores del holocausto, repudió el nazismo.

No es difícil imaginar que lo que admiraba en dichas sociedades del primer mundo era el orden, la organización social y el afán irreductible de progreso, cuestiones varias que él hubiera querido traer a su propia nación, con un proyecto de país malogrado a raíz de la revolución maderista abortada. Las consecuencias de lo anterior las seguimos sufriendo. A nivel centralizado impulsó el muralismo y todo el movimiento nacionalista en el arte, uno de los momentos más brillantes de México ante los ojos del mundo. Todo esto deviene a partir de un ensayo que resume su filosofía: “La raza cósmica” (1925). Así, Vasconcelos se prefigura como uno de los adalides del indigenismo y del americanismo construyendo una nueva mitología latinoamericana. Es decir, que más que propugnar por la “raza aria”, él creía que los mestizos de este continente éramos la “quinta raza”, la más perfecta, la destinada a alcanzar el cosmos.

Algunos de sus preceptos científicos, estéticos y filosóficos han sido superados ciertamente, pero no cabe duda de que sin la obra vasconceliana el panorama intelectual, literario y artístico mexicano se encontraría tan yermo como los desiertos de su primera juventud. Mucho hay que decir sobre él, y mucho más hay por saber de su pensamiento. Gracias a que el Fondo de Cultura Económica publicó sus obras completas, esto es accesible para las nuevas generaciones como la mía. José Vasconcelos Calderón falleció un 30 de junio de 1959, razón por la cual hoy lo recuerdo escuetamente, pues su amplia e interesante vida no cabe aquí. Hay que leerlo y releerlo, por ser el primer neomexicano, aquél que aspiró elevarse hasta las estrellas: el mexicano que hoy todos deberíamos aspirar a ser.

*Una versión sintetizada de este artículo apareció el sábado 1 de julio en la columna Panopticón Cultural en Milenio Yucatán.

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