Martinovic recibe larga ovación en la OSY; Copland y Gershwin, entre el oeste y el jazz

El tercer programa de la Temporada XXVII de la OSY, fue organizado con aparente sencillez. El invitado de lujo, que puede expresar la gracia de maneras musicalmente sorprendentes, dio un obsequio verdadero en ambas presentaciones. Ludwig van Beethoven fue recreado por la orquesta a través de su Concierto para Piano Número Uno en Do Mayor, Opus 15, junto al virtuoso pianista Ratimir Martinović, natural de Montenegro (antes Yugoslavia). Fue una presentación impecable en recursos técnicos, pero impresionante al transmitir la autenticidad de cuanto hay en ella. La primera de tres partes, el Allegro con Brío, se planteó con una energía principal, con variadas frases en la introducción, notas que empezaban siendo largas y cerraban entonaciones emocionantes.

La norma era sorprender en el discurso. Beethoven, adelantándose a su época, se mostraba más romántico que otros. El joven maestro Martinović entregaba la sonoridad del impetuoso compositor, por momentos imponiéndose a todo el acompañamiento sinfónico, pero trazando pasajes matizados con esmero, precisados en una partitura estrenada en 1878 por el propio genio de Bönn.

De este concierto puede decirse varias cosas. Beethoven se acercó al modelo mozartiano con una idea de melodía distinta a lo que caprichosamente está a punto de decir; asombrando, propiciando el engaño de concluir sin concluir, atravesando fases diferentes, complementarias. Todo en su sitio: se trata de uno de los más grandes genios de la música. Ratimir Martinović, en magnífica aleación con el conjunto del maestro Lomónaco, logró demostrar el vanguardismo de la obra misma.

El segundo movimiento fue una dosis de confidencias, dando su elevado mensaje, una ofrenda de dulzura, en un marco de pomposa espiritualidad humana. La alternancia entre oboes, cornos, clarinetes, que se estrechaban para responderle al piano, daban continuidad al asombro, materia prima de toda la obra. Hasta la respiración de la audiencia estuvo acorde a tan sensacional interpretación. En el tercer movimiento, en un arrebato de originalidad, el piano lanzó las primeras notas, moviendo el ánimo al otro extremo. Argumentó una sucesión de frases heroicas, como un llamado a levantar la vista a lo más alto. Los temas, no obstante su intensidad, fueron tan tersos que el paso del tiempo jamás se hizo notar. La cadenza cerraría lo que a Beethoven se le estaba olvidando decir, aparentemente, en el último frenesí de su gentileza.

El intermedio fue para esfumar el piano al frente del escenario. El concertino Collins Lee salió a reivindicar la afinación, con amable discreción, hasta percatarse que todos habían quedado dispuestos. Con aplausos nuevos, el maestro Lomónaco reapareció explicando los detalles de la reciente obra de Beethoven y de lo que vendría, piezas de compositores norteamericanos, opuestas en estilo a su predecesora, pero maravillosas.

Aaron Copland, con sus Cuatro Danzas de Rodeo, fue el primero de ambos. Con este ballet describió minuciosamente sus impresiones de un romance agreste, en una época difícil. Retratando el Siglo XIX, su inspiración se nutrió del firmamento sobre las montañas lejanas, de desiertos atravesados al galope, de poblados tan silvestres como el campo. “Buckaroo Holiday” es la primera danza con sorprendente ritmo, a la que siguió “Corral Nocturne”: una oración de añoranza, casi de súplica. Hilvanada siguió la abrupta entrada del “Saturday Night Waltz”, y suavizando el paso, demostró las alegrías del vaquero con su célebre “Hoe-Down”, una de las rúbricas del gran neoyorquino.

La ovación bien ganada, dio lugar a un reacomodo de músicos para cerrar la noche. Ahora, llegaban los compases cargados de jazz, de “Un Americano En Paris”, obra de George Gershwin. Un clarinete que empezaba a cantar fue interrumpido de súbito por percusiones y metales, con disonancias y ritmos entrecortados. Según el propio compositor, fue cuanto vio mientras estuvo en aquellos rumbos parisienses, de nuevas fisonomías para él.

Gershwin fue un jazzista que convivió con una sinfónica y no al revés. Por destellos, sus aderezos se sienten un poco mexicanos, quizá evocando a nuestro Revueltas. Luego recuerda que es Gershwin y se impulsa hasta decir las frases americanas más bellas y más glamorosas, robustas de vibrato e invenciones jazzísticas. En todo momento, la Sinfónica de Yucatán, se vistió de aquel sentido con que esta música fue inventada. Nos trasladó a donde el compositor marcaba, conteniendo con dificultad el impulso de aplaudir a cada momento. ¡Bravo!

Aquí puedes ver la grabación en vivo del concierto del viernes 3 de febrero:

https://livestream.com/accounts/16717590/events/6967387/videos/148472824

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1 Comment

  1. says: Rael

    Excelente nota, maestro Felipe! Gracias por ofrecernos una puntual crítica de los eventos musicales más importantes en nuestra entidad.

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