Concierto ruso en la OSY

Fotos: OSY

El viernes 12 de mayo de 2017, la Orquesta Sinfónica de Yucatán dio una demostración de fortaleza y belleza musical. Dos compositores de altísima relevancia abrieron sus archivos y mostraron el profundo sentimiento de ser hijos de la madre Rusia. Coetáneos y coterráneos, prodigios desde niños, Dimitri Shostakovich y Sergei Prokofiev, cada quien lo suyo, utilizaron los instrumentos musicales para colmar sus virtuosismos según la amplitud de sus criterios, amplitud que a pesar de las restricciones de aquella triste página soviética lograron realizar, no obstante haber subsistido con una bota de hierro en la garganta.

La orquesta, al primer indicio de batuta, se mostró exultante, acorde a la primera selección de la noche. El maestro Juan Carlos Lomónaco, fiel a los designios shostakovichianos, desplegó la sublime y entusiasta existencia de la Obertura Festiva opus 96, compuesta en una etapa en que más convenía orquestar música folclórica, para ajustarse a los intereses del dictador Stalin. Las fanfarrias del inicio dieron paso al delicado y gigantesco espíritu de un pueblo. Los diálogos entre las cuerdas graves y las agudas y las fastuosas intromisiones de metales, marcaban un ritmo que buscaba el desahogo sorprendente de nuevas melodías. Shostakovich plasmó así, con vibrante ovación, el tono de un repertorio que hechiza con espontaneidad.

Tras este momento especial siguió otro: la presentación de la virtuosa violinista Shari Mason,  que fue premonición del vanguardismo de un estupendo y muy joven Prokofiev. Se trataba del Concierto para violín No. 1 opus 19, que en su estructura consta de tres partes: un primer movimiento Andantino, un Scherzo muy vivo como segundo movimiento y para cerrar un Moderato. Es insospechable el oleaje armónico, enardecido, que contiene esta composición. Su murmullo inicial, transformado en discurso elegíaco, va nutriendo sus matices hasta dejar en claro el ovillo complejo de su mensaje. Pasa de lo sorpresivo a lo silencioso de las medias voces, para empezar una conversación con el oboe, sumando el eco tímido del arpa y de toda la cuerda.

Es evidente el universo de un lenguaje peculiar, que solo podía pertenecer a quien entró al conservatorio siendo ya compositor de óperas, sonatas y piezas para piano. El delicioso Scherzo, el segundo episodio, muestra la inquietud constante que alcanza su punto óptimo desde la primera nota. Aquel violín alardeaba con todas las posibilidades de su retórica, llevándose consigo a la sinfónica convertida en el adlátere perfecto de sus heroicidades y de sus invenciones. Tras este subyugador interludio, el tercer movimiento – el Moderato – descartaba cualquier modestia en cuestiones de melodía. Su cautivante marcato inicial – sospecha de un Ennio Morricone décadas más adelante – convirtió el panorama hacia una conclusión pasmosa, en la que violín y violinista delinearon con el más claro renombre, aquel sobrentendido de emociones en la obra del ucraniano genial.

Shostakovich, de nuevo a escena tras brevísimo intermedio, esbozó con dulcificado lirismo un fílmico panorama con su suite “El Avispón” opus 97a, que consiste en doce partes atribuibles a la trama de la novela homónima de Ethel Lilian Voynich. Como una costumbre más, logra reflejar milimétricamente las emociones plasmadas en aquel texto: romance, heroísmo y fe. Con una duración aproximada a los cuarenta minutos, la batuta conectó todos los ingredientes produciendo una impresionante ejecución, digna de tal virtuosismo al componer. Cabe destacar la reminiscente atmósfera de aquel Nocturno, décimo agraciado a lo máximo, colindante al sentimiento de un Dvórak en el pináculo de su expresión.

Fue admirable la idea de traer un repertorio de raíces de una patria lejana que dio todo de sí a sus hijos Prokofiev y Shostakovich, desde el amor hasta las desdichadas limitaciones contra el arte de sus mentes. Fue admirable como el alto nivel para interpretar aquello que no eran notas, sino sentimientos. El programa 11 de la temporada XXVII fue una noche rusa tan plena que dejó la clara sensación de que las fronteras son lo más inexistente en este mundo. ¡Bravo!

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1 Comment

  1. says: Elizabeth Alcocer

    Como siempre un deleite para los espectadores trasporlarnos al universo completo de la sinfónica con tan virtuosa crónica… me hicieron sentir como si estuviera en primera fila. Gracias!!

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