Las nueve sinfonías de Beethoven: Tríptico II

Beethoven en una escena pastoral (Julius Schmid)

Cuarta Sinfonía en Si Bemol Mayor, opus 60

Cuán difícil es describir con palabras el accionar retumbante de la música, su fugaz lenguaje se traslada en el alfabeto de las notas y sus deleites son conmovedores como la voz de un ser amado. Para 1806 Beethoven se hallaba arrobado por Teresa de Brunswick y su pasión era correspondida con la dulzura que sólo se halla en el corazón de una mujer delicada y joven. Al respecto Romain Rolland cuenta que, una noche a la luz de la luna, Ludwig deslizó sus dedos sobre el piano y tocó, con la mirada fija en los ojos de Teresa, una canción de Bach. Decía la letra antigua: si deseas entregarme el corazón, dámelo en secreto así  todos ignorarán nuestros sentimientos.

Teresa Brunswick
Teresa Brunswick

Ya en su vejez, Brunswick escribió que el genio la esclavizó por completo con su interpretación y que el resultado de este amorío fue la cuarta sinfonía en si bemol mayor. Comienza sin prisa, con toques de penumbra hasta que la luz fluye súbitamente. Ya lo decía Schumann al describir a esta pieza como una joven esbelta nacida en Grecia, como la Brunswick en turbante. Además, hay mucho de fandango mediterráneo en esta introducción sinfónica que parece jamás agotarse. Se desenvuelve luego un adagio de hermosa tranquilidad donde un par de solos de clarinete exhalan un aire vibrante y apacible. En tercer sitio, un scherzo quiebra la serenidad predominante pues en sus compases reina un apresuramiento enérgico y vigoroso. Por último, el ir y volver del Allegro ma non troppo es un anticipo de los vendavales heroicos de la Quinta y de la Sexta Sinfonías.

Grabación recomendada:

Sinfonía número 4 en Si Bemol Mayor, opus 60 de Ludwing van Beethoven, interpretada por la Orquesta de la BBC, bajo la dirección de Daniel Baremboim, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=ctBqW5e16YM

 

Quinta Sinfonía en Do Menor, opus 67 y Sexta Sinfonía en Fa Mayor, opus 68, “Pastoral”

La Quinta y la Sexta Sinfonía de Beethoven se gestaron simultáneamente y, pese a ser tan disímiles, los relámpagos de su superficie las revelan como mellizas e hijas de un ser tierno pero atormentado.

Para el año de 1808, empeoraba el mal que aquejaba a Ludwig desde los primeros años del siglo; además, su carácter, nunca dócil, se agriaba a causa de las críticas de aquellos que lo hacían blanco de las más terribles invectivas. Así, en 1802, Beethoven escribió en su célebre Testamento de Heiligenstadt que eran injustos quienes le calificaban de misántropo y rencoroso; también confiesa en aquel manuscrito que el pedir que le hablaran más alto era para él, quien por su oficio debiera tener un oído afinado, la peor de las humillaciones. Seis años después, perdidas las esperanzas de recuperación y a sabiendas que el silencio absoluto se apoderaría de sus oídos antes de morir, un sordo abrió los oídos de la humanidad con dos monumentos musicales incomparables.

Dos palabras describen los átomos en que oscilan los movimientos de la Quinta Sinfonía: tragedia y triunfo. Hace erupción el Allegro con brío con aquellas notas violentas que quedan grabadas para siempre en la memoria, hay en éstas los arrebatos que dieron al romanticismo su madurez en la música. Un artista como Beethoven lucha contra las ráfagas de la adversidad y pese a los malos augurios que cimbran peligrosamente cerca, aún le inflama su espíritu imbatible. Si se observa a la orquesta al momento de interpretar esta pieza vemos cómo los gestos y contorsiones de los intérpretes se vuelcan como las olas al estrellarse en los riscos de una playa devastada. Las trompetas del juicio final se escuchan en un momento cúspide cuando toda la música se desploma poco antes de alzarse, por última vez, en una cumbre cuyo pico ha sido cortado de tajo. Prosigue un adagio cuya amabilidad contrasta con el primer movimiento; Beethoven compuso una silueta, trazó con lentitud un perfil que, por momentos, lleva a las alturas resonantes de una fanfarria.

Beethoven dirigiendo
Beethoven dirigiendo

Por su parte, el scherzo pareciera confeccionado para la pasarela de un circo o de un carnaval en el medievo, con seres de corta estatura y contrahechos que arrastran cual alfeñiques la punta doblada de sus gorros o sus largas mangas de terciopelo. Viene el cuarto movimiento, como la entrada triunfal de un ejército de cosacos en su ciudad, los metales son los de una conquista y, si se escucha este final recordando la angustia que abre la sinfonía, uno inevitablemente piensa en la intención que tuvo el oriundo de Bonn.  Esta celebración apoteósica manifiesta la confianza absoluta del alemán de que ya ha alcanzado la inmortalidad; el autor de esta sinfonía sabe de antemano que esta obra, la número 67 de su catálogo personal, será escuchada, por siempre, con la más absoluta admiración.

Por su parte, la Sexta Sinfonía tiene mucho de recuerdo de Beethoven por sus paseos y estadías en el campo, de sus caminatas por entre senderos reverdecidos. Aquel que como nosotros ha crecido en la exuberante selva tropical puede conocer los sonidos de los bosques europeos, del amanecer hasta el cenit, con escuchar esta obra maestra. El primer movimiento es un paisaje en el cual despiertan, paulatinamente, sus pobladores, las ramas, las aves y las creaturas saltarinas. En segundo término viene el balanceo somnoliento de una siesta, mismo que concluye con un pájaro cantando entre el ramaje boscoso; cual pintor impresionista, Beethoven recrea un cuadro en el cual un grupo de pastores descansa y admira la lenta condensación de las horas. Se convoca con el tercer movimiento a una fiesta campirana donde se bebe, se baila con suecos ruidosos y se ríe a carcajadas. Esta algarabía es interrumpida cuando nubarrones y fuertes vientos invaden la partitura, la tempestad barre con todo a su paso, produciendo estruendosos rayos. Finalmente, al despejarse los cielos, una escena patriarcal arrancada de las páginas de la Biblia: estos hombres y mujeres entonan un himno de acción de gracias, la noche de horror ha sido vencida por un segundo amanecer, más espiritual y elevado que aquel del comienzo de la Sexta en Fa Mayor.

Grabaciones recomendadas:

Sinfonía número 5 en Do Menor, opus 67 de Ludwing van Beethoven, interpretada por la orquesta Simón Bolívar de Venezuela bajo la dirección de Gustavo Dudamel, París, 2015, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=OGnBrabqdP4

Sinfonía número 6 en Fa Mayor, opus 68 de Ludwing van Beethoven, interpretada por la orquesta del Estado de Baviera, bajo la dirección de Erich Kleiber, 1983, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=-bbinrDGNJw&list=PLFC205938E3737208

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1 Comment

  1. says: Yussef

    Las versiones de Harnoncourt, Hogwood, Norrington son entre entendidos de las más recomendables, elaboradas con acercamientos estético-musicales vigentes en Viena y Europa durante la vida de Beethoven, (instrumentos, afinación, estilos, etc.) lo que se conoce en la musicología como “históricamente informadas”. Un palabrejo que hay que tomar con cuidado, pero que nos sirve por ahora como punto de partida.

    Con esto no se pretende situarlas como las versiones totales y únicas, pero si que ayudan a darnos un acercamiento de como pudieron haber sonado en vida de Beethoven y comprender cuanto a cambiado nuestra idiosincracia y escucha musical de eso que se llama “tradición”.

    Te recomiendo la escucha a este señor Luis Angel de Benito, es un musicólogo profesor del conservatorio de Madrid, tiene un programa de radio en España que se llama Música y significado http://www.rtve.es/alacarta/audios/musica-y-significado/

    Podría auxiliarte en tus futuras reseñas musicales, y aportar datos interesantes y poco comentados en las reseñas, como el hecho de la muy probable uso como tema principal de una melodía del populacho en el ultimo movimiento de la quinta. Algo a lo que Beethoven no era ajeno en su practica composicional.

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