La suma de sí, la suma de todos…

La Universidad Modelo cumple 20 años

No siempre reparamos en que existen espacios afortunados en los que un grupo de personas y  una serie de circunstancias coinciden. No siempre dimensionamos todo lo que se genera a partir de esas felices convergencias. Muchos años después puede cobrar relevancia la conversación que tuvimos en un pasillo o, como me ha sucedido a mí, que la palabra perdida en el tiempo de algún profesor reaparece como un relámpago una década después de haberla escuchado y, como una bendición a destiempo, me ayuda a encausar una intuición.

Pienso en esto a propósito de un espacio que hace veinte años no existía y que, de no haber estado ahí, mi vida y la de muchísimas personas hubiese sido completamente diferente. Estudiantes, coordinadores, intendentes, constructores, maestros, gente de paso y albañiles, todos hemos coincidido en una coordenada que direcciona la vida hacia ciertos derroteros y no otros. Esos puntos de encuentro en su momento parecieron insignificantes como insignificante parece una semilla en la palma de la mano.

Hoy sé, por ejemplo, que la clase de José Díaz Cervera que empezó hace más de una década concluyó hace un par de años en un libro. Sé también que los consejos de Beatriz Rodríguez Guillermo siguen hablando en las clases que hoy, muchos años después, me toca impartir. Sé que la voz ronca de Jorge Cortés Ancona resuena cuando intento escribir un texto crítico y que recuerdo a Juana Mateos cada vez que redescubro el placer en un libro que se me mostraba árido. También sé que los pasillos en los que conocí a la muchacha que hoy es madre de mi hijo siguen resguardando hoy otras conversaciones, otras sonrisas y otras miradas.

Los veinte años que ahora está cumpliendo la Universidad Modelo son solo apariencia: hay mucho más tiempo condensado en la vida de todos los que hemos coincidido en sus jardines y en sus aulas. Veinte años son pocos en relación a las experiencias incuantificables que dan forma a nuestra cotidianeidad y que siguen reverberando en los que nos rodean. Ahí están la Universidad y su enorme labor social, sí, pero también vale destacar una Universidad manifiesta en las amistades o noviazgos que se forman, en las voces rumorosas de la cafetería y en todo lo que sucede dentro de la cabeza de un muchacho cuando lo aborda el silencio de la biblioteca o cuando mira la niebla de octubre descansando como una sábana tersa sobre los campos deportivos.

La Universidad está también en las noches de estudio interminable y en las noches interminables de fiesta y camaradería estudiantil, está en el estrés implacable de la madrugada, en el desayuno apurado para alcanzar el autobús, en el calor insoportable de la una de la tarde y en el velador que se resiste al sueño mientras escucha el canto de los grillos o se entretiene mirando las luciérnagas que habitan la hierba, junto al centro cultural, hasta que los primeros automóviles en el estacionamiento le avisan que es momento de ir a descansar.

Un día escuché decir a un profesor de Física que la fachada inclinada del edificio principal desafiaba las leyes de la gravedad. No sé si esto sea así realmente, pero me parece una bella metáfora de lo que sucede puertas adentro porque, en el fondo, una universidad es un santuario de la imaginación. Y por eso también es necesario recordar a la Universidad hecha sueño en la pluma de Irene Duch Gary, a la que está presente en las páginas de Silvio Zavala o en los remotos vislumbres de don Gonzalo Cámara Zavala que, acaso, imaginó los días que nos tocan vivir hoy.

Hay que contar, en suma, los veinte años de la Universidad Modelo pero, sobre todo, hay que contar todos esos años que no terminan por caber en los números.

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