Las 10 mejores series del 2020 (Parte 1)

David Moreno hace el recuento de sus series favoritas del año.

El cierre de centros de recreación públicos, el confinamiento, el hecho de que pasamos mucho más tiempo en la sala de la casa, hizo de este convulso 2020 un año televisivo como nunca antes hemos tenido otro. En medio de la crisis humanitaria y sanitaria, en medio del derrumbe económico y social, la televisión surgió como una entidad renovada y renovadora. La ficción televisiva permitió que a la distancia siguiéramos manteniendo una conversación con el otro, con aquel que también aparecía en una pantalla y con el cual discutimos los episodios de nuestras series favoritas; en cierta forma, la televisión provocó que las distancias se redujeran y que nos sigamos sintiendo parte de una comunidad.

Ha sido el año en el cual los servicios de streaming televisivo triunfaron por sobre cualquier otro medio. Es cierto que las circunstancias fueron propicias para ello, pero también hay que agradecer que llenaron sus parrillas de programación de series de enorme calidad, de historias que nos remitieron a los tiempos pre-pandemia o que nos han hecho pensar en lo que será del planeta una vez que el Covid-19 sea reducido a una más de las enfermedades con las que la humanidad tiene que lidiar de manera cotidiana.

Tal vez por ello, hacer mi listado anual con las 10 series que marcaron a estos 365 días del 2020 ha sido sumamente complicado al grado que voy a incluir, por vez primera en los más de 10 años que llevo haciendo esta lista, una serie que se aleja de la ficción, un documental que nos remitió a épocas de plena felicidad y cuyo éxito tiene que ver con la añoranza por esos días en las que tal vez todo parecía ser más sencillo. Vamos entonces con las primeras cinco series:

The Crown (Netflix)

            The Crown vuelve a demostrarnos que el melodrama no es un subgénero menor, que se trata de una manera de contar historias que pueden abordar distintos tópicos sin dejar de poner especial énfasis en las situaciones sentimentales de los protagonistas, las cuales, en éste caso, son fundamentales para acercar a niveles más terrenales a un grupo de personajes a los que el imaginario colectivo ha puesto en sitios más alejados. La cuarta temporada de la creación de Peter Morgan, se sitúa en un período de tiempo en el cual la familia real británica comenzó a enfrentar cambios que llevaron a cuestionar la pertinencia de la monarquía en el ocaso del Siglo XX. Un tiempo en el cual la vida del Reino Unido estuvo marcada por el Thatcherismo y todas las implicaciones sociales y económicas que el gobierno de la primera mujer en ocupar el número 10 de Downing Street trajo consigo.

A ello, hay que añadir la figura de Diana de Gales como un elemento disruptivo, un personaje cuya popularidad cimbró profundamente a la institución real. Todo lo anterior fue contado con enorme pulcritud, con una espectacular puesta en escena y con imágenes cargadas de importantes metáforas y simbolismos. Gillian Anderson y Emma Corrin, interpretando a Margaret Thatcher y Lady Di respectivamente, se convirtieron en dos añadiduras espectaculares a un reparto que mantuvo e incluso superó por mucho la calidad interpretativa de la temporada anterior en la que Olivia Colman, Tobías Menzez y Helena Bonham-Carter asumieron los roles principales.

 

The Mandalorian (Disney +)

            La trilogía original de Star Wars no puede ser considerada como una producción de Ciencia Ficción, al menos no en el sentido más puro de lo que se entiende como ese subgénero del Cine Fantástico. En todo caso, es una mezcla de Space Opera con elementos del Western. The Mandolarian retoma tales elementos e incluso los explota de manera más significativa. Su relación con las películas del Viejo Oeste es más que evidente sobre todo por el los conflictos morales que presenta y por los códigos de honor que el héroe carga sobre sus hombros y que son puestos a prueba con cada una de las situaciones a las que se tiene que enfrentar. Además, retoma esa relación padre–hijo que ha sido fundamental en el universo creado originalmente por George Lucas y al cual Jon Favreau ha expandido con la serie, pero ligándola con mucha sensibilidad y sutileza a sus orígenes.

Todo en medio de una producción de altísimo nivel enmarcada por una cinematografía que retrata a los mundos imaginados con una buena dosis de realismo. A lo anterior, hay que añadir un perfecto dibujo de personajes que logran generar gran empatía con el espectador. Es un grupo entrañable encabezado por Din Djarin y toda su mística y por el adorable Grogu (o Baby Yoda como le conoceremos por siempre). Personajes que se mueven entre una Nueva República Galáctica que busca consolidar la paz, el orden y la libertad en toda la Galaxia y los remanentes de un Imperio que se resiste a ser barrido por completo. Es el contexto ideal para generar una nueva mitología dentro de otra, algo que en la segunda entrega de la serie The Mandalorian se consolida y con creces.

 

DEVS (FX-Hulu)

            En contraste con la serie anterior, DEVS en un auténtico producto de Ciencia Ficción. Una maravilla que retoma a la especulación como uno de los mejores elementos del subgénero fantástico. DEVS especula sobre las posibilidades que el futuro presenta, posibilidades que no siempre son proyecciones positivas del mundo, sino que en este caso están marcadas por un realismo que nos lleva a preguntarnos irremediablemente hacia dónde nos lleva la tecnología, cuáles son los riesgos que se corren con su uso y cuáles son sus enormes potencialidades.

Alex Garland (uno de los maestros contemporáneos del género) presenta una serie reflexiva en la que profundizará sobre la condición humana en un mundo marcado por los adelantos tecnológicos. Lo hará a partir de una intriga estupendamente bien planteada en el guion de la serie y que llevará a Lily Chan, una ingeniera informática, ver cómo su vida se derrumba cuando su novio Sergei muere en extrañas circunstancias después de ser reclutado por el dueño del consorcio para el que ambos trabajan -llamado Amaya en honor a la difunta hija del empresario- para formar parte de una división de la empresa llamada DEVS, en la cual se trabaja en un proyecto secreto que es supervisado personalmente por el propio Forest, el responsable de construir una pequeña fortaleza tecnológica en medio de un bosque mostrando así, tal y como lo hizo Garland en su filme Ex Machina, la irrupción de la modernidad en un planeta que todavía se pinta de verde.

A partir de entonces, Garland despliega en pantalla una brillante reflexión de carácter casi existencialista en la cual el director se preguntará sobre el alcance que puede tener la tecnología, particularmente cuando ésta es desarrollada por un brillante pero atormentado genio, alguien que ha sufrido una brutal tragedia y que intentará salir de la misma utilizando para ello todos los recursos a su alcance, eliminando a toda costa a lo que él considere un obstáculo para cumplir una misión casi religiosa. Con paciencia, Garland irá desarrollando su premisa mientras lleva al espectador a cuestionarse sobre la existencia y la realidad en un mundo interesado en cambiarla a partir de los adelantos tecnológicos.

Al final, uno se dará cuenta que la intriga inicial es solamente un punto de partida para abordar temas más profundos narrados con mucha inteligencia y con un enorme conocimiento del género, narración apoyada por las extraordinarias actuaciones de Sonoya Mizuno y un enorme Nick Offerman, cuya interpretación de Forest ofrece a un personaje complejo en su moralidad y en su concepción de lo que es y lo que debería ser la vida en un mundo que puede ser manipulado por obra y gracia de una súper computadora, todo para poner a la realidad al servicio de aquel que posee el código para jugar con ella, creando así otras posibilidades y otros universos en los cuales la propia existencia puede ser completamente redefinida.

 

The Queen’s Gambit (Netflix)

            The Queen’s Gambit podría ser un producto más de los muchos que existen en el mercado en los cuales un personaje utiliza su particular talento para abrirse paso en el mundo y subir a una cima a la que, según los cánones sociales, no podría haber llegado nunca. Y sí, en cierta forma y a primera instancia uno diría que de ello va la serie, pero en realidad se trata de un producto mucho más arriesgado, más original, que triunfa porque es capaz de involucrar al espectador en un mundo sumamente competitivo, en un juego cuyos máximos exponentes son personas superdotadas, y en el que, lamentablemente, las mujeres no están consideradas para competir al más alto de los niveles.

Beth Harmon es una extraña criatura que posee el don de entender las complejidades del ajedrez. Brillante para leer el juego, aprende casi de manera autodidacta a moverse no solamente sobre el tablero, sino en una vida que, de no ser por su enorme capacidad para mover las piezas ajedrecísticas, le habría reservado un destino sumamente diferente. Harmon logra vencer a sus adversarios y también a si misma y a sus propios miedos; en ello es en lo que reside su mayor triunfo. El espectador se irá sumergiendo en las vicisitudes por las que atraviesa un personaje fascinante (interpretado maravillosamente por la genial y enigmática Anya Taylor-Joy) por el cual se siente una empatía inmediata.

Lo mejor es que el creador y director de la serie, Scott Frank, logra –a través de elementos de composición y puesta en escena– crear una analogía perfecta en la que el mundo es un tablero y Harmon una dama que, tal y como sucede en el juego, se va convirtiendo en la pieza más poderosa, aquella que tiene como misión vencer al rey que se sienta al otro lado del tablero y que –con la ayuda de alfiles, caballos y torres, representados por diversos personajes– terminará ocupando el lugar que le corresponde conforme a su talento y a la emancipación que logra al imponerse a sus propios fantasmas. The Queen’s Gambit termina por ser una avalancha de emociones, un espléndido y visceral relato construido en un mundo conformado por 64 cuadros sobre los que se derrama la vida en toda su espectacularidad.

 

Patria (HBO)

            El terrorismo es un fenómeno complejo cuyas secuelas son extremadamente dolorosas. España fue un país que sufrió de primera mano las consecuencias del mismo. El terrorismo practicado por ETA, la organización extremista vasca, causó más de 800 víctimas mortales y dejó secuelas en miles de familias cuyas vidas fueron rotas, destruidas por el nacionalismo llevado al extremo y por la sinrazón que del mismo se desprende. Patria, creada por Aitor Gabilondo con base en la novela homónima de Fernando Aramburu, es una profunda exploración sobre las consecuencias que tuvo el terror provocado por ETA, tanto entre las familias que fueron víctimas de los atentados, como en aquellas que se radicalizaron y que afrontaron las consecuencias de los actos de quienes se involucraron de manera directa con la organización terrorista.

Gabilondo crea una serie en la que todos son víctimas, en la que no existen los buenos ni los malos, sino que todo se encuentra en un terreno gris del que prácticamente nadie puede salir impune e inmune. Lo mejor es que la serie está contada desde la perspectiva de dos mujeres en dos momentos de su vida: la edad madura y la vejez, en la primera ambas rompen una profunda relación de amistad como resultado de la radicalización de los hijos de una y las amenazas que ETA lanza contra el esposo de la otra, un empresario exitoso cuyo único crimen es precisamente ese. Durante la segunda etapa, ambas han sufrido pérdidas que se han hecho más insoportables con los años, por lo que la culpa, la necesidad del perdón y la redención, pasan a formar parte importante de la historia.

Tanto Bittori (Elena Irueta) como Miren (Ane Gabarain) y todos los miembros de su familia forman parte de una trama para la que nunca hicieron una audición pero que les había reservado el papel principal de la misma. Un rol que les llega de una manera fortuita pero extremadamente dolorosa y del cual ambas –y todos los que les rodean– intentan escapar para poder entender finalmente las razones y especialmente las sinrazones que las llevaron a vivir una experiencia de vida carente de sentido y de explicaciones convincentes. Patria termina por ser un profundo y triste relato sobre una guerra en la cual no hubo vencedores, sino solamente familias rotas, destrozadas y que se desmembraron para siempre por un odio que les arrastró en su punzante caudal.

Continuará…

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