Los violinistas Collins y Myall celebran a Malcolm Arnold en la OSY

Schumann y Brahms enmarcan el acontecimiento.

Gracias a la selección de su repertorio, la Sinfónica de Yucatán nuevamente obtuvo uno de sus más grandes aciertos, esta vez a honras de su programa cuatro el viernes 15 de febrero de 2019. La constante intención de Christopher Collins Lee, uno de sus dos concertinos, de enarbolar en Mérida a grandes creadores del siglo XX, ha abierto el portal de una dimensión ajena a las tendencias del decimonónico y de tiempos anteriores. Así, el contemporáneo Malcolm Arnold, fallecido apenas hace trece años, llegó a nuestra ciudad hablando la música de una manera significativamente distinta, con belleza de grandes proporciones.

A través de su opus setenta y siete, forja una dialéctica con su “Concierto para dos violines” desarrollada por Timothy Myall -emanado de la sección de primeros– y por el propio Collins Lee, logrando un efecto de fascinación por la densidad, elemento común en la creación del pasado siglo. Destrezas aparte, las frases tan embrolladas de los tres movimientos de la obra, se deslizaban en una ruta de asombro sin medida, logrando que el cien por ciento de su constitución transformara el canto de una orquesta a un modo extravagante y fastuoso en la medida de su invención. La sinfónica, reducida a una familia de cuerdas, respondía sin límites. Seguía cada recoveco del dueto principal hilvanando su maestría a la de aquellos.

Pero la responsabilidad fue del invitado, cuya talla artística a secas puede relatarse como genial. El maestro norteamericano Robert Carter asumió el mando por esta ocasión de una orquesta a la que se propuso abrillantar más de lo que se ha podido. Y lo consiguió. Su batuta estableció un cimiento firme de precisión y cadencia como no siempre se disfruta, una reunión del arte con la ingeniería. Con ella obtuvo el aplauso y los vítores a su capacidad de dirección, en testimonio de que esa no era la orquesta de siempre.

La esperanza de una tranquilidad exenta de teléfonos celulares o la insolencia de escapistas que nada tienen que hacer en un teatro, no se concretó; pero su impacto no fue el aciago acostumbrado, ese que pudiera estorbar el pasmo de la “Obertura Trágica” de Brahms. Fue casi inadvertido, permitiendo que se cumpla su objetivo inaugural con la enmienda de esa dirección perfecta del maestro Carter. Uno de sus mayores logros, ajeno por completo al alcance de directores previos, fue hacer que el concertino Christopher Collins Lee finalmente se incorpore a su sección, generando un fulgor expresivo tal que los primeros violines sonaban al doble de su belleza cotidiana. Tal reticencia ciertamente tiene un sentido. Una cosa es la amplia cauda de solista en recitales o siendo parte de un cuarteto de cuerdas, y otra muy diferente es asumir la responsabilidad de dinamizar toda una sinfónica.

Para Robert Carter, las cuestiones de ego no tienen peso pero sí lo tiene la labor de equipo. Y lo demostró a mansalva deshaciendo aquel encantamiento divisorio de los primeros violines. El efecto dominó implicó al resto de las secciones. La calidad de aquella cuerda, fundamentada en la precisión expresiva, hizo crecer la interpretación de la obra a un soberbio nivel de cinco estrellas. La musicalidad surgía sobria de las manos del maestro invitado. Era un mar que se movía según sus designios. En Brahms, las armonías agraciadísimas fueron vertidas en el mismo crisol, donde alientos, percusión y cuerdas parecieron un magno juguete a expensas del diestro norteamericano.

El vasto legado de Schumann consumó su renombre con la cuarta sinfonía de su opus 120. El paso natural de lo tranquilo a lo vivo o agitado, a través de frases cuya conclusión inicia al siguiente movimiento, fue refrendo de toda esa montaña que llaman Romanticismo. Schumann siempre vivió en la locura. Primero, la de una inteligencia gozosa con un piano que se vio forzado a abandonar para volcarse en la composición. Luego, fue esa otra que le redujo hasta el fin de sus días, precio demasiado alto por haber tenido una de las mentes más privilegiadas de su arte.

La ruta crítica parte de su inspiración, pasando por una batuta suprema que logró renacerla en voz del compendio que llamamos sinfónica y que lleva orgullosamente a Yucatán en el nombre. En una escasa hora efectiva, la noche consagró su importancia por las obras de dos grandiosos, que compartieron algo más que lazos afectivos y de admiración; y que no obstante su tremenda cercanía, son mutuamente excluyentes en la integridad de sus testamentos.

El resueno de aquel concierto no solo trascendió al momento de su realización. El encomio ganado fue demostrado de diversas maneras. Desde el afán de compartir los moldes que rompieron los atrevidos compositores del siglo XX hasta el corbatín tricolor del invitado -que finalizando agradeció de mano a casi la totalidad de la orquesta- son muestras de respeto y estimación al público, una evidencia de que nada se resuelve construyendo muros y que las ideologías elevadas pueden trascender, aunque la locura misma invadiera con su oscuridad. En ello se agradece el giro que está tomando nuestra Mérida, a la que cada vez más gente considera para erigir monumentos en forma de partitura: serán siempre recibidos con ovaciones. ¡Bravo!

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2 Comments

  1. says: Geny Carrillo.

    Maestro..Los artistas hicieron su partitura con sus instrumentos y tú con tus palabras lograste conducir mi alma más allá de lo concreto.. felicidades.

  2. says: Jorge Bonomi

    Tuve la fortuna de estar en este concierto en companía de unos amigos músicos, retirados ya, concuerdo en muchos puntos con el cronista. Un servidor es contrabajista retirado de una orquesta Uruguaya, que por motivos familiares visito Mérida varias semanas al año. Al Maestro Collins lo he escuchado en muchas veces, en distintas facetas, pero en esta ocasión me alegró mucho escucharlo un poco más integrado a su sección, donde el concertino tiene que ser los hilos que unen la batuta con los músicos de la orquesta y no solo un solista de la sección, como suele pasar en muchas orquestas latinoamericanas. Espero que el director titular de la OSY pueda usar el talento del maestro Collins en esta dirección.

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