La OSY brinda accidentado concierto de oberturas

Pese a fallas técnicas, Beethoven reaparece junto a Mozart, Mendelssohn y Rossini.

En el natalicio número ochenta de John Lennon, el 9 de octubre de 2020, un rosario de oberturas fue seleccionado para un nuevo concierto en línea de la Orquesta Sinfónica de Yucatán. Enfrentando todas las amenazas a su paso -pandemia, huracanes, apagones- la orquesta logró su propósito de ofrecer una velada a Mérida y a los cuatro vientos -aunque soplaran a doscientos kilómetros por hora- con una cuestionable ayuda de la tecnología. En su itinerario, grandes nombres del clasicismo y de la ópera estuvieron presentes con obras de contexto aparentemente fragmentado: oberturas, que por lo regular son antesala de una producción mayor. Para el caso, no ha sido necesariamente así, pero habrá oportunidad de desgranarlas con la mesura según corresponda.

Puede afirmarse que la colección de obras para el segundo repertorio, prescrito para octubre-diciembre de 2020, tuvo el término común de la juventud y dicho con mayor precisión, el genio precoz de cada compositor. Al momento de ser estrenada su obertura, Mozart tenía treinta años, pero es ampliamente conocida la trayectoria que lo llevó a toda Europa desde la infancia, por lo que un cuarto de siglo de virtuosismo salía de su pluma, dando alma a cada nota musical. De Rossini se invocaron dos piezas. En cada una no rebasaba los veinticuatro años y Beethoven, con treinta y siete -el mayor- liberaba su madurez artística, segundo elemento común con sus compañeros de recital. Mendelssohn, cerraría con algo de sus veintiún años, inclasificable como vestigio de su adolescencia, porque a esa edad era ya un creador consumado.

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La música empezó con la jovialidad de “Las Bodas de Fígaro”, la única obertura que sí forma parte de un contexto mayor, una ópera del mismo nombre. En su interpretación, con el pleno de la sinfónica, se mostraba el lirismo de su tejido y la emocionante destreza de la orquesta. Mozart, insospechadamente, engaña: toda su música es sencilla de disfrutar, pero compleja de interpretar. Hay una exigencia, generalmente enorme, que consiste primero en sus tecnicismos. Una vez trascendidos, el siguiente reto son los aspectos de interpretación. Los matices que tanto se disfrutan, son hazaña obligada para cada sección de cuerdas, alientos y metales. Y en compendio, es lo que hace que el director ofrezca más que la suma de las partes. En este caso, estaba quedando encomiable como acto inaugural, salvo por un breve salto -un hipo- casi al final de la misma. Una falla técnica de escaso valor, dispuso un paréntesis que no llegó a demeritar el esfuerzo grupal.

El problema fue para Rossini. Sus dos oberturas -“Italiana en Argelia” y “La Cenicienta”- quedaron hechas trizas por las interrupciones, advertidas por el espectador frente a una computadora, que no por los maestros en escena. Constantes y prolongadas, habría qué dejar a la imaginación lo silenciado en altavoces para ahora tratar de concentrarse, en aquellos segmentos que por suerte tuvieron una transmisión exitosa. En su Italiana, Rossini lucía una inspiración entrecortada justo en puntos climáticos, como el acceso al Allegro, agraciadísimo y delicado por el cambio rítmico que encierra. Treinta y tantos compases perdidos se sumaron, segundos más adelante, a una veintena justo en la anacrusa* hacia un párrafo importante.

Las inclemencias pasaron al terreno de la ejecución: el ataque de la cuerda, sobre todo en los primeros violines, ocurría con fruiciones diferentes. También brotarían como indeseable cromatismo cuando las violas quedaron a cargo, haciendo mayor desventaja en la obra. Cerrando sin contratiempos, pudo lucir su brillo apenas para equilibrar tantos accidentes previos. La redención en Rossini se intentaría con “Cenicienta”, no exenta de ser agredida por las mismas dificultades que, para entonces, eran del todo esperadas.

Balsámico, el sonido característico de Beethoven describía su contenido, denso no sólo en lo armónico, sino en cuestiones de significado y de intención. Es una obra torrencialmente dramática, acorde al clima de este octubre. El discurso es severo en sus principios -acordes que surgen como latigazos- y llegado el momento, se enaltece de silencios, para crear un suspenso. Aclarándose con la exultación de una expresión nueva, Beethoven se sirve como siempre de elocuencias para desmarcarse en sus fraseos. Pero evita la exageración -lo más sorprendente- y alterna delicados eslabones, como remansos de cuerdas, afortunadas de cornos que al instante ya están en medio de un nuevo bullicio, una espiral que sorprende todas las veces que se presente.

Mendelssohn, con sus “Hébridas”, es el descriptivo de la noche. Programático, hace la narración de sus propias impresiones cuando viajó hacia un exotismo de mar y de roca, paisajes de Escocia que alumbraron su imaginación. Magnífica, ha sido uno de los momentos más disfrutables de la cita, con la sensación cercana al mozartiano inicio. El protagonismo de los chelos, adornado de maderas, fluctúa con la cuerda alta una versión emotiva hasta el infortunio de casi cien segundos de suspensión visual y sonora, el demérito mayúsculo a una generosa interpretación. Ajena a los atentados, la entrega orquestal iba en ascenso, estimulada por el virtuosismo en partitura. Sin mayores contratiempos, la conclusión merecería los más cálidos aplausos.

En medio de una semana insufrible de huracanes y anegaciones en casas y calles por toda la ciudad, la sinfónica merece un reconocimiento por la calidad de su entrega y su respetuoso profesionalismo. La calidad y el valor comercial de cada instrumento musical quedaron expuestos junto con la integridad física de cada músico -desde luego- por riesgos que pudieron pasar de lo liviano a lo grave. Temores y fallas técnicas aparte, fue un memorable evento que debería pasar a ocupar un sitio especial en la historia del conjunto. La superación a todo aquello es el marco de una entrega de belleza y lealtad al público: compositores grandes para una orquesta grande. ¡Bravo!

*Nota que impulsa una frase nueva, semejante a una aspiración

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