La OSY brinda un perfecto concierto de suites

Brilla el programa con compositores iberoamericanos contemporáneos.

El concierto perfecto. Así, el resumen del segundo programa de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, ahora en su temporada treinta y cinco, manteniendo su propósito de impulsar la cultura musical. La terna de compositores para la velada, en el aniversario centésimo cuarto de nuestra Constitución, tuvo más de un rasgo común que su habla hispana: su contemporaneidad es mixtura de expresiones nacionales, sin antagonismos ni puntos de comparación.

De las principales ciudades de Iberoamérica -México, Madrid y Buenos Aires- obras de Eugenio Toussaint, Rodolfo Halffter y Alberto Ginastera aparecieron en tal orden, recreando una selección con brillos diferentes a los habituales, todos orbitando a la Danza, como esquema de inspiración. Nadie, por esta vez, extrañaría a Tchaikovsky, cuando el ambiente lucía renovado de gracia, bastante en su fondo y en su forma, según los enunciados del indefinible siglo XX.

La suite del ballet “Día de muertos” -que no llega al cuarto de siglo de haber sido estrenada- es una expresión de abandono y decepción, en términos de Toussaint. La colección de seis episodios transfigura en sonido la decisión de emigrar, con rumbos inciertos, a esa nación del vecindario norteño, que se ha atribuido hasta el nombre de nuestro continente. Sobre una marcación puntillosa, arpa y cuerdas acompañan en amable lid, al pícolo de la maestra Victoria Nuño, escoltados de acentos xilofónicos. El impulso de esperanza -el que hay en toda búsqueda- recae en un oboe cubierto de pizzicatos.

En clamor creciente, la orquesta daba profundidad a cada capítulo, con resultados sorpresivos de animosidad o desplomes sin escalas al desánimo. Dejando atrás los ritmos y armonías disconformes, retóricas del siglo pasado, los matices lamentaban lo que había que lamentar zanjando el peso emocional que describe lo que se ha quedado atrás. La interpretación hermosísima hizo posible el afán del compositor, haciendo contacto con la tierra y su significado -según quien escuche- con grandes aplausos de los presentes en butacas y de los remotos vía internet.

De Rodolfo Halffter, proseguía “La Madrugada del Panadero”, después de un intermedio para reconfigurar el esquema orquestal. Formada de siete partes, mostraba un macizo de danzas y una habanera, asimétricas respecto al nocturno, con la clara idea de ir llevando las cosas hacia el punto de la danza final. Los tonos del piano adjunto se unían a la sensación de enjundia, formándose diálogos nada complejos en sus propuestas y en sus respuestas, que lograban llenar el momento de festividad -o de ímpetus- diferentes a los atavismos habituales, como dictaban los siglos pasados. La obra en sí es un breviario de imágenes que destaca una gama de sensaciones alternando los timbres del chelo, del sentido profuso en los violines y cantos encontrados que, necesitando salirse de aquel fragor escrito en pentagramas, resolvían cortésmente el final de sus fraseos.

Ginastera, para el turno de despedida, casi toma los grandes impactos de Moncayo, mientras inicia su suite “Estancia”. Hecha de un cuádruple discurso, retrotrae al presente las antiguas labores del campo, con el encanto que se erige en la imaginación. Baila para el trigo, en disonancias deslumbrantes, como un ritual para pedir que crezca abundante y sin falta. Baila también para los peones de una hacienda, que demuestran aliento para expresar los agravios de una vida esclavizada y la determinación de sobreponerse al castigo. Integra con discreción y dramatismo el malambo que mide la respiración del pampero. Ginastera lleva las cuerdas a los límites de su registro, en obstinados agudos melodiosos y resuelve pensando en Christopher Lee, el primer concertino. Quita el aliento. Sobrepasa cualquier proximidad con otros legados, haciendo uso de fuerza, la que aflora fácil en el verdor de su país, tan latinoamericano como los otros del subcontinente.

La Orquesta Sinfónica de Yucatán salta a otro nivel cuando recrea obras contemporáneas. Tiene toda la posibilidad de darle voz a múltiples creadores de un tiempo que solo hace tres decenios quedó atrás, lo que abre la oportunidad para los que hoy han emergido. Sin menoscabo de tiempos anteriores -porque nunca Mozart o Bach serán sustituibles- halla una vocación en repertorios que reflejan estilos nuevos o renovados, convirtiendo en promesa lo que falta por escuchar. Con más músicos o con menos, lo que ofrezca en sus programas, la orquesta de Yucatán es siempre grande. ¡Bravo!

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