El público de la OSY se rinde ante el chelo de Marie Ythier

En el concierto del fin de semana, el programa compuesto por Ravel, Saint-Saëns y Lutoslawski reveló otra cara de la Orquesta Sinfónica de Yucatán. Y es que tanto la solista Marie Ythier como la OSY se llevaron sendos aplausos, según escribe Felipe de J. Cervera en su crónica musical.

El quinto programa de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, para su temporada septiembre-diciembre de 2023, fue configurado con intención de ofrecer tintes más vanguardistas que tradicionales. Por sí mismas, las tres obras en el repertorio –Bolero de Ravel y dos conciertos, de Saint-Saëns y Lutoslawski, respectivamente– reunían cualidades sin hilo conductor entre ellas, cada cual obedeciendo a intenciones divergentes, de una Europa vista a través desde cristales bien específicos.

Salvo por el origen francés, Ravel y Saint-Saëns no mantienen más relación. Lutoslawski, de una Polonia convulsa en el siglo XX, mucho menos. Y, considerando vidas y entornos, los tres genios únicamente pueden compartir infancias cargadas de arte y de motivación, donde quizá la de Saint-Saëns germinó mucho más allá de la Música, ya que, además, era un hombre de ciencia. Sin embargo, aquella vida entre guerras y movimientos sociales hostiles pudiera considerarse milagrosa –como la de todo europeo de hace cien años– en la que Lutoslawski halló motivación para escribir su nombre en pentagramas.

El Bolero de Ravel es un ejercicio matemático utilizando sonidos. Traza una melodía –con la que empalaga decenas de veces– dándola inicialmente a la flauta, que luego recoge el clarinete, que luego pasa a una combinación de dos o más sonidos hasta ser replicada por cuanta cuerda o aliento tuviera esa posibilidad. Cumpliendo su aportación, cada instrumento habría de alinearse tras el eterno tamborín, sumándose al ritmo obstinado, hasta nuevo aviso.

Y así, una sinfónica pasa entera a través del ojo de una aguja. Va de suave a estridente, como lógico alivio por tanta repetición. Y eso es todo. Utilizada como acompañamiento para la Danza, el propio Ravel nunca estuviera orgulloso de alcanzar la fama por una pieza que él mismo no incluía entre sus mejores trabajos.

El sobrevuelo llevó a una cúspide del XIX: era el Primer Concierto para violonchelo de Saint-Saëns, que trajo a Mérida la concertista francesa Marie Ythier. Intensa, la ejecución transcurrió sus tres movimientos sin pausa. La interpretación bellísima era un compendio de las tácticas del compositor para volverse a ostentar seductor y arrogante –el Saint-Saëns de siempre– de un modo que la solista traducía con virtuosismo pese a su juventud, lo que aumentaba la admiración.

La orquesta, engarzando al chelo, se sostenía en la emoción compartiendo ímpetus y a veces, hasta queriendo superarlos. La autenticidad de la chelista obtuvo el efecto deseable: grandes aplausos que buscó compartir con el director y la orquesta. Una Allemanda fue su serena despedida: un poco de Bach es la manera más refinada de dar las gracias aquí en Mérida y en todo lugar.

Más allá, una segunda cúspide en el viaje. Era el Concierto para Orquesta de Lutoslawski, compuesto en una tonalidad que solo Dios conoce, por la libertad de un compositor con tales superpoderes, que hasta resistía las presiones políticas de su tiempo. Ahora, todos en la sinfónica tomarían una parte del discurso, para así emanciparse de lo trabajado hasta el momento. Bienvenidos. Tres capítulos casi sin escalas son la estructura del lenguaje feroz de Lutoslawski. Exige nuevas destrezas a la orquesta –como nadie y a toda velocidad– intentando crear una atmósfera de sensaciones al límite.

Aunque los tempos eran obedecidos, la interpretación resoplaba como toro salvaje, desde los indicios del primer movimiento. En sí misma, la Música pedía más intensidad, como algo que tuviera voluntad propia. De los fraseos graves a los agudos, los temas oprimen por su interés de embestir. En un instante, el compositor quiere olvidarse hasta de las reglas de la dodecafonía, con tal de imponer una expresión de vanguardia y, merecidamente, lo logra. A cada tramo, una nueva genialidad se superpone a la anterior y la obra avanza en todas direcciones, ocasionando un espectro que le aparta de sus predecesores. Obviamente, lo que busca es ser contemporáneo y hoy, un siglo después, parece que lo sigue consiguiendo.

La partitura no está exenta de remanso, pero no es su finalidad. Las trompetas, por ejemplo, deseaban ser aún más poderosas y contagiaban sus caprichos a los demás, que prolongaban el estruendo. Llegando al tercer episodio, Lutoslawski demuestra que no tiene límites y exulta con toda potencia hasta la plenitud, que mantuvo de pie a los que asistimos, mientras aplaudíamos la interpretación. Será sencillo acostumbrarse a este repertorio atrevido porque al mismo tiempo, es amable. Intrincada como sea la partitura, hay sinfónica en Yucatán para responder a cualquier virtuosismo exigido: como antes y como ahora, será entregado con creces. ¡Bravo!

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