“La región de los Balcanes, tiene la tendencia de producir más historia de la que puede consumir”. Winston Churchill
Hagamos un poco de historia…
Zagreb, Croacia, 2009. Un tipo alto, barbudo y desgarbado camina por las calles de la ciudad mientras cuenta su historia. La gente le reconoce y le mira con recelo, solo una persona se atreve a acercarse a saludarlo y le pregunta: “¿Soy el único que te ha reconocido?”, sonriente él responde: “Eres el único que se ha atrevido a acercarse”. Vlade Divac sabe que hay heridas cuyo proceso de cicatrización es lento, por eso entiende la animadversión que un serbio puede causar en la capital de Croacia.
Veinte años atrás las cosas eran diferentes y aún en Zagreb un jugador de Serbia podía ser un ídolo y Divac lo era junto a sus compañeros del equipo de basquetbol que estaba en camino a ser uno de los más dominantes de la historia: la selección yugoslava. Un conjunto que giraba en torno a él y en base al extraordinario juego de un superdotado jugador croata llamado Drazen Petrovic. Petrovic y Divac son los protagonistas de una de las historias más hermosas y trágicas del baloncesto mundial, la cual es narrada con maestría en “Once Brothers”, un documental producido por ESPN para la estupenda serie 30/30.
El documental muestra un partido en particular. Retrocedemos más en el tiempo y viajamos a Buenos Aires, Argentina. Es el mundial de baloncesto de 1990. Las pugnas étnicas en la región de los Balcanes se hicieron cada vez más manifiestas y las divisiones entre croatas y serbios impactaron a los basquetbolistas yugoslavos. Aún así se las arreglaron para jugar juntos y ganar el Campeonato Mundial de Argentina en 1990, venciendo (y dándole una cátedra) a una selección norteamericana liderada por Alonzo Mourning, Christian Laettner y Kenny Anderson.
El documental muestra una escena que sería fundamental para esta historia: durante la celebración un nacionalista croata con una bandera independentista llega hasta la duela. Vlade Divac corre hacia el hombre y le arrebata la insignia. 20 años después, un arrepentido Vlade habla sobre ese momento y argumenta que lo que él quería era mostrar a una Yugoslavia unida, sin nacionalismos, ni extremismos. De regreso a casa los medios serbios lo alaban, los croatas lo despedazan. Divac confiesa que si hubiese un momento de su carrera que desearía cambiar sería ese. Ahí comienza la separación con su amigo Drazen quien deja de hablarle. Lo mismo pasaría con otros de sus compañeros croatas de selección. La brecha se hace aún más grande con la llegada de la violenta guerra que terminaría por acabar con Yugoslavia y dar origen a varios países, entre ellos Serbia y Croacia.
Las eternas paradojas de la vida se hacen presentes: mientras en los ex yugoslavos se destrozan mutuamente, Divac y Petrovic viven los mejores momentos de sus carreras uno con los Lakers de Los Ángeles, el otro con los Nets de Nueva Jersey. Sin quererlo, ambos se convierten en un símbolo de sus nacientes países, ambos se convierten en un consuelo para los que caen bajo las balas. Los dos son arrastrados por la marea política: su relación se termina por completo.
Petrovic murió de manera trágica en un accidente automovilístico y nunca tuvo una reconciliación con Vlade Divac. Sus figuras siguen siendo muy representativas en sus naciones y es por ello que cuando los equipos de Croacia y Serbia chocan en un partido de cuartos de final del torneo olímpico de basquetbol de Río 2016, su legado cobra mayor relevancia. Divac está en la arena y aunque apoya al equipo serbio de alguna manera representa también a quien fue su compañero y amigo, a quien fuera alguna vez su hermano. Vlade Divac está ahí también por Drazen y por Croacia.
Croatas y serbios protagonizan un épico encuentro. El partido resulta en el más emocionante de la etapa de cuartos de final. Y tal vez lo fue porque ahí se enfrentaron no solamente dos equipos de baloncesto, sino los herederos de todo un legado, de toda una tradición, chicos que aún estaban en pañales o ni siquiera habían nacido cuando los Balcanes agregaban las páginas más sangrientas a su turbulenta historia. Jugadores en otro encuentro tal vez estuvieran representando a una misma bandera, a un solo país. En un universo imaginario los Bogdanovic –uno serbio, el otro croata– se hubieran combinado para hacer una de las duplas más poderosas del basquetbol mundial. Pero esta es la realidad y los serbios terminan por extinguir una gran reacción croata para imponerse por un marcador de 86 a 83.
Serbios y croatas se felicitan mutuamente al final del partido. Los serbios se van a enfrentar a Australia en semifinales, los croatas van de regreso a casa. Sus abrazos llevan demasiados significados. Quizá se los dieron para ser políticamente correctos o quizá los jugadores reconocen un legado común en el otro. El legado de jugadores como Divac, Petrovic, Kukoc o Ivanovic. De tipos que hicieron historia representando a un país que hoy sólo existe en la memoria, pero cuyos logros siguen impactando a los representantes del basquetbol croata y serbio.
El final del partido tiene la sensación que produce el encuentro entre una familia que fue dividida a la fuerza, de consanguíneos que nunca pudieron convivir juntos pero que están unidos por los mismos antepasados. Divac y Petrovic fueron hermanos que nunca pudieron darse un abrazo cargado de perdón y olvido. Pero el deporte siempre da segundas oportunidades, aunque éstas sean simbólicas y esa noche, en una duela que nunca pisaron, lo hicieron a través de los jugadores que heredaron su gran legado y que se brindaron al máximo para escribir una memorable página más en Los Juegos de la Felicidad.