Los sonidos y los aromas son exquisitos, nunca me había sentido tan vivo…
El clima, la humedad, el copal, las flores de cempasúchil; hermoso Yucatán, el otoño en la península es una especie de oasis entre estación y estación en su propio espacio. La muerte parece no existir aquí; las hojas de las ceibas no caen y se secan; no hace el suficiente calor como para deshacerse como el resto del año, pero tampoco hace el suficiente frío como para que las matas no dejen de brotar.
Huele a pib, el mukbil pollo: cocinado bajo tierra, satirizando desde su origen la costumbre europea de enterrar a los muertos; cadáveres católicos que se pudren en un ataúd dejándole nada a Hunab Ku. Camino junto a todos los demás, bajo la mirada seductora de Ixchel. Todos cantan, yo como un dulce de melcocha. Caminamos buscando a nuestros muertos queridos en este río de ánimas; muchos con la cara pintada esperando así ser reconocidos por ellos.
Es el siglo XXI; Son cubano y Jazz junto a la Jarana, cerveza junto al xtabentún; calabazas de Halloween, catrinas, vampiros y brujas. Más aquí es Yucatán, y no falta el pelaná que recita puesto hasta las chanclas con cigarrillo y cheva en mano:
“Al pasar por un panteón, yo vi una calavera,
Y entre tanto puruxón no quise que se me fuera,
Era una boxita linda incluso estando muerta,
Con un mak’ech posando en su hombro comiendo madera,
Y aún estando huesuda supe que había sido güera,
Una chelita dorada de la casta divina,
Pues cotizada, no se atrevía a mover la cadera…
¡Bomba!”
Camino junto a todos y cruzamos el arco saliendo del panteón; están maquillados, yo fumo y bebo un jaibol. Los cantos cesan y se escucha el dulce y melancólico sonido de las charlas junto a los altares, cada uno lleva un retrato del difunto para que este llegue y disfrute un poco de lo que le gustaba en vida, básicamente la comida, el Hanal Pixán, el alimento para los fantasmas, para que cenen el pib junto a sus hijos, nietos, padres, hermanos, amigos disfrazados de monstruos.
Los saludo, mi hermana bebe una Cristal de cebada y fuma un mentolado, mi madre y mi hija (disfrazada de Xtabay) comen un dulce de pepita y le pide caramelos a extraños paseantes. Ahí está, desde siempre pareciera que en Yucatán esperan estas fechas para comer pib, más que para recibir a sus seres queridos que ya no están, y tal vez ellos regresan sólo por este enorme tamal. Enciendo un Lucky Strike y me preparo otro jaibol.
Observo la fotografía de mi abuelo y junto a ella una Montejo, unos habaneros crudos y un cordel de pesca, una lágrima cae por mi mejilla; mi abuelo era un hombre sabio, un Wa’ay. El altar es enorme, junto a la fotografía de mi abuela hay un paquete de Marlboro Blanco y un plato de chirmole; la recuerdo como la más amable y fuerte chichí preparando ese platillo mientras fumaba y escuchaba música de trova: el mejor caldo de brujas jamás preparado, un verdadero hechizo.
Juego con mi hija, parece no prestarme atención, está muy contenta en su disfraz recibiendo dulces mientras mi madre observa la multitud: gente, ánimas y monstruos mezclados. Llegan mi cuñado con cheva en mano y mi sobrina disfrazada de vampiresa.
Todo es hermoso…
Observo el lado derecho del altar, donde hay un paquete de Lucky Strike, una botella de bourbon con miel, un plato de chirmole y un par de libros de poesía; sonrío, tomo un vaso y me sirvo un trago. Sonrío porque la muerte en realidad no es nada, todos llegamos a ella y después regresamos, como siempre dependiendo del humor de Ah Puch, la noche de los santos y por supuesto, del pib.
Las ánimas regresan al panteón en silencio, lo sé porque ellas no necesitan disfrazarse ni cantar, estamos satisfechas y felices…
Los vivos son los que tienen que resolver el rompecabezas de Kukulkán, nosotras ya lo comprendimos; comprendimos que no había nada que comprender, excepto por cómo servirte un buen jaibol, platicar con la chichí y disfrutar del sol y el calor; vivir y encontrar tu marca de cigarrillos, por supuesto la que no diga que trae enfermedades.
Doy un trago y me despido, dejo el vaso pues así es como me educaron, mando un beso volado y sonrío. Los sonidos y los aromas son exquisitos, nunca me había sentido tan vivo.