El peruano dirigió el Concierto para dos cornos interpretado por Rafinesque y Pastor.
Una orquesta brillante crea emociones que enaltecen el espíritu. Así la Sinfónica de Yucatán. Suele ser una costumbre realizar suites, sinfonías, conciertos y oberturas para demostrar la doble belleza de su interpretación y por supuesto, la inspiración de tantos que tienen un paraíso en sus cerebros. Pero lo lujoso del resultado se debe en otra medida a la dirección y en esta ocasión recayó en la batuta silente –discreta– del maestro invitado Fernando Valcárcel. Si debiera resumirse toda la velada en una oración, esta seguramente se centraría en las acotaciones del experto peruano que asumió la dirección del programa diez, de esta temporada que ve cercano su fin en el mes de junio próximo.
Tres compositores fueron elegidos, con sus legados fascinantes, no obstante la curiosa organización de sus apariciones. Del Clasicismo al Romanticismo, la ecléctica disposición fue de un planteamiento afortunado, a pesar de no seguir un orden cronológico, para nada obligatorio. El esquema habitual permitió la presentación únicamente de la obertura del Sueño de una Noche de Verano, opus 21 de Félix Mendelssohn, que pese a la exclusión de sus demás episodios, fue el asomo de aquella conjunción magistral entre director y dirigidos. Fernando Valcárcel, impasible en todas sus gesticulaciones, era la encarnación de la parsimonia, la generada por una condizioni di spirito buscando llegar a la esencia de cada composición y que al encontrarla, la presenta con vehemencia pero sin tomarse licencias innecesarias. Tan solo la pureza intrínseca de la Música, siendo mensajero de los compositores invocados.
El primer encuentro con el público fue premiado con una sincera ovación. La expectación había quedado rebasada y era una orquesta más grande que al iniciar la noche. Haydn trajo consigo a dos cornos que puso en manos de los virtuosos Juan José Pastor y Samuel Rafinesque, procedentes de la propia OSY, notablemente felices de estar más cercanos al público. El refinamiento es quizá el primer adjetivo para la obra elegida –Concierto para Dos Cornos– con que tejieron un amable diálogo la orquesta y sus solistas, quienes contrapunteándose en todo momento, imprimieron una gama de matices de regia hermosura, con detalles señalados –y a veces no– por el compositor con indicaciones tales como “mezzopiano” o “súbito forte” y que son una guía para el músico, facilitándole captar el sentido de la interpretación.
De Haydn, solo puede esperarse una calidad tan magistral, como para tener en exclusiva su repertorio en toda una temporada. Cada asistente tuvo así la posibilidad de ser un rey o una reina, disfrutando el fausto de una vida mejor, que para muchos, sobre todo para los que no asisten a los conciertos de esta índole, es una utopía. La gratitud hacia Haydn, hacia la orquesta, solista y director arrancó un vendaval de aplausos y no era para menos. Por ello, en complicidad con Davide Franchin y Edith Gruber, los otros dos cornos del conjunto, los solistas se alinearon para obsequiar una perla de otro collar –el Jazz de Dave Brubeck– la bonitísima “Blue Rondó a la Turk”, que provocó júbilo en el público y en cada músico en el escenario, todos con la sonrisa de quien disfruta lo que tiene gracia inmaculada.
Finalmente, una inteligencia superior, que incluye la dulzura de un niño pequeño, sobrevino con la Sinfonía Núm. 4, Op. 60 del indescriptible genio alemán Ludwig van Beethoven. La orquesta, que anteriormente con Haydn se lució en un formato más reducido -como orquesta de cámara– se vio fortalecida para ello, con el énfasis en sus secciones de alientos, cuerdas y percusiones. Ciertamente, la sonoridad debía ser mayor, posibilitada para llegar a un triple forte si el compás lo requiriese. Los adagios y allegros que forman la sinfonía, eran una colección de pedrería preciosa, en todas subyaciendo la sonrisa del ángel que aún habita en Beethoven.
El estilo del maestro Valcárcel era ya una figura central y con toda naturalidad produjo una interpretación catedralicia, como es exacto el sentido frase por frase en la obra del encantador alemán. Fueron notables los atributos presentados a cada momento; la velada reunió con excelencia todas las bondades del caso. Los aplausos, los vítores ahí entregados, fueron de una generación espontánea bien merecida y por supuesto, insuficiente. La situación más allá de los muros del Peón Contreras, demuestra la zozobra nacional y mundial, lo que incrementa el poder curativo del arte y en este caso, de la Música. Con algo así, la Orquesta Sinfónica de Yucatán cubre expectativas más allá de las originalmente planeadas. ¡Bravo!