Monkey gone to heaven: ¡Pixies en el Zócalo…!

No podía perderme la oportunidad de ver de nuevo a los Pixies. En el 2015, los vi en el Corona Capital dando un concierto breve y cumplidor que me dejó satisfecho aunque con tantita hambre de más música. Algo pasa en estos festivales hipster donde los grupos se montan con otros, matando la espontaneidad con sus absurdos horarios. Además, ¿los Pixies de a grapa en el Zócalo? ¡Gratis hasta las puñaladas! En esta ocasión, no sé si por la mística en directo en el centro neurálgico de este pinche país (ya pasó con Rogelio Aguas), la banda se creció paulatinamente.

El toquín empezó algo flojo -en parte por culpa de los ingenieros de audio que no le metieron toda la potencia necesaria-. La voz predominaba por encima de los instrumentos, aunque se notaba le estaban dando con todo, simplemente la energía no llenaba la plaza.
Fue hasta pasados los primeros 40 minutos que alguien en la consola prendió el switch marcado como “sonido rompemadres”. Entonces la potente garganta de ese calvo del mal, Frank Black (o Francis, pa´ los cuates), inundó a las miles de personas que ahí nos encontrábamos bebiendo alcohol de contrabando.

Y es que los Pixies salieron con toda la actitud de mandarnos a la chingada. No hubo palabras que mediaran, ni un “Hola México”. Nada. La música habló por ellos así, sin pausas. Rola tras rola y sin descanso nos fueron tirando la pura crema de ese post punk tan suyo, melódico, ruidoso y ácido a ratos. Nada de probar nuevas canciones, pues sabían que queríamos el repertorio de siempre, el veneno puro de la banda. Y así fue.

Pasada la hora y media no tenían visos de querer parar. Tras cada evolución armónica de voces y riffs del mejor acid rock, parecían querer decirnos “¿Ya se cansaron? ¡Pues tomen, putos!”. Aunque el concierto era el cierre de la Semana de las Juventudes 2018, entre el respetable había todo tipo de gente, pero sobre todo, esa nueva tribu conocida por el mote de “chavorrucos”. Viejitos, pero fibrosos, aguantamos lo necesario para una buena rocanroleada old school (los millennials lo veían desde sus ordenadores).

¡Da click en la imagen para ver el video!

Al mismo tiempo, un afortunado tipo recibía la mamada de su vida en un hotel al costado del zócalo, tal cual fue captado por las cámaras y la gente que miraba a ver hacia la ventana donde se notaban las sombras a contraluz. El multicéfalo gritando “¡A huevo!”. ¿Habrá sido durante la interpretación de “Aquí viene tu hombre”? (Sería genial para aderezar esta crónica de rapidín, pero nunca lo sabremos).

Después de dos horas en las cuales el veterano David Lotering le dio a la bataca hasta sangrar, acompañado por el finísimo guitarro del caos, Joey Santiago, y en los coros y el bajo por la argentina Paz Lechantin (que si bien fue efectiva jamás podrá reemplazar a Kim Deal, la maga oscura), los Pixies cerraron la velada sin hacerse de rogar demasiado.

Para el encore tocaron su canción insignia, aquella que hasta los más villamelones corearon porque era la única que se sabían: “¿Dónde está mi mente?” reverberaba en el centro histérico de la nación a la par de que miles de porros de mota -ya casi legal- se prendían. Y entonces este mono se fue al cielo…

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