Apoteósico cierre de temporada de la OSY

En su reseña musical, Diego Elizarraraz analiza la interpretación de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, la cual bajo el mando de José Areán, concluyó la primera parte de la Temporada 2024 con la magnífica 9na Sinfonía de Beethoven, acompañada por el Coro de Yucatán. ¡Bravísimo...!

Aún recuerdo la pregunta de un sabio maestro en la carrera cada vez que tocaba estudiar Beethoven: ¿qué más se puede escribir sobre él? Y, es que, pensar en escribir algo sobre este gigante de la música, o esta icónica y trascendental obra suya, se antoja complejo y confrontante. Las puertas de entrada a su universo son tan numerosas que abrir cualquiera de ellas me intimida sobremanera. La puerta que la Orquesta Sinfónica de Yucatán abrió el viernes 21 de junio de 2024, fue, es –y seguramente seguirá siendo–, una de las más resonantes obras en la historia de este arte, que el compositor originalmente tituló: Sinfonía con coro final sobre ‘Oda a la alegría’ de Schiller. También conocida como ‘la novena’, esta sinfonía consta de cuatro movimientos: tres instrumentales y uno coral.

El primer movimiento, a ser interpretado en carácter Allegro ma non troppo, un poco maestoso, mostró la capacidad de la orquesta y su director para controlar la dicción a través de la delicada arquitectura que va configurándose gradualmente en el espacio. Los temas tienden a ser desarrollados de forma lírica e intervenidos por tuttis que la orquesta y su director eslabonaron con gran maestría. Este movimiento nos da pistas acerca de las intenciones del compositor sobre las tecnologías orquestales, así como los motivos y gestos melódico-rítmicos que desarrollará en los poco más de sesenta minutos que dura la obra.

El famoso y denso segundo movimiento refrescó la escucha con una contrastante y energizante vitalidad dada por patrones rítmicos recursivos y vórtices imparables de planos perfectamente distribuidos. El decurso dinámico del movimiento entero exigió de la orquesta una resistencia física entrenada y una entereza colectiva dignas de alabarse. La orquesta y su talentoso director honraron ambas exigencias, matizadas por la optimista intervención de las maderas en el conocido trío.

El tercer movimiento es un descanso, una pausa, un respiro. Y vaya que después de los dos primeros, escuchar a la lozana y melancólica cuerda, que poco a poco hilvana un tejido simple pero sutil, produce una atmósfera de cualidades etéreas mientras la música progresivamente deviene una ruidosa y voluptuosa fanfarria. Una pequeña montaña rusa de emociones antes de pasar al inmortal cuarto movimiento.

El cuarto movimiento, cargado de una retórica intensa y sin precedentes, es el primer registro en la historia del género sinfónico que se incluye al coro como parte del cuerpo orquestal, que, a pesar de ser solo una de las tantas innovaciones beethovenianas, es la característica tímbrica que circunda la obra, en mayor medida gracias a este movimiento. Las multiplicidades temáticas, rítmicas y armónicas del movimiento comenzaron a manifestarse con ecos de los tres movimientos previos hasta que el llamado del barítono con estas palabras en voz del alemán Carsten Wittmoser relevó el recitativo de cellos y bajos: “Freunde, nicht diese Töne!” (amigos, ¡no estos tonos!).

Los recitativos parecen fusionar las identidades de la orquesta y el coro que poco a poco unen fuerzas en una exquisita exposición y cuatro variaciones del memorable tema llevándonos al gran interludio orquestal que sirve de antesala para el potente desarrollo que nos conduce de la calma a la tempestad de forma gradual, jubilosa y sumamente emocionante. Asumo que tanto el público como este que escribe, consideramos como secundarios lo que podría ser tildado de ‘errores interpretativos’: la descomunal, y/o intencional, dinámica del timbal a lo largo de la obra o la extraña, un tanto tímida, rendición de las voces masculinas solistas particularmente la primera aparición del barítono.

Es difícil que matices como estos logren opacar los demás ‘aciertos interpretativos’ como la equilibrada gradualidad dinámica y motriz del conjunto o la magnífica rendición vocal de las voces femeninas solistas. Como una de las obras que más ha sido analizada, este monstruo de obra provoca en mí –y estoy seguro de que no solo en mí–, una humildad difícil de nombrar. Caminar como Beethoven caminaba por este planeta, con una visión igualitaria del ser humano desprovisto de títulos o clases, es tan utópico como el ideal planteado por el poema en que se basó y, sin embargo, la invitación hacia esa fraternidad humana llegó a esta península con un tratamiento contundente, sincero y con el mayor respeto que el inconmensurable genio de este compositor merece.

Como prueba de ello, la sostenida ovación de pie para el poderoso director José Areán que concluyó y dio cierre a la primera parte de la Temporada 2024 con las siguientes palabras para la OSY: una orquesta que tanto tiene y que tanto se merece. ¡Bravísimo! ¡Gracias, OSY!

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