“El fútbol es el máximo teatro de nuestra identidad. Es donde todos ponemos en juego en un escenario lo que somos, lo que deseamos, lo que aspiramos como sociedad. Además, es estéticamente hermoso ver los movimientos de los equipos. También es como una estrategia bélica, en la que los jugadores van tomando posiciones, van arrasando a las defensas o atrincherándose. Funciona como un arte y, de hecho, es más absorbente que cualquier forma artística”. Santiago Roncagliolo
Cuando era niño no me pedía ningún partido del Mundial de Fútbol. Para ello contribuían dos razones: todos los partidos eran televisados por la los canales de televisión abierta y los transmitían en un horario en el cual uno podía verlos sin ningún problema. Cuando el evento se realizó en Japón y Corea, varios de los encuentros fueron en la madrugada mexicana. Con 20 años menos no importaba mucho levantarse a las tres o cuatro de la mañana para ver a alguna de mis selecciones favoritas, tampoco importaba tanto llegar al trabajo con la desvelada a cuestas, pues el cuerpo tenía la capacidad de resistir a las pocas horas de sueño, capacidad que el inevitable paso del tiempo ha ido destruyendo.
Pero la FIFA no piensa en mi ni en millones de aficionados que estamos en este lado del globo esperando –como cada 4 años– el Mundial de Fútbol Varonil. FIFA piensa solamente en un pequeño grupo de personas que controlan al juego y en aquellos que invierten su dinero en patrocinios. Es por esa razón que el Mundial de este año se va a jugar en país que invirtió muchísimos petrodólares -sobornos incluidos- para conseguir la sede mundialista, para la construcción de estadios y para tener todo listo para la cita futbolera más importante del planeta. Un país que edificó escenarios increíbles los cuales esconden bajo sus cimientos las historias olvidadas de cientos de trabajadores que perdieron la vida por accidentes de trabajo durante la construcción. Un país en el que los derechos de mujeres y personas pertenecientes a la comunidad LGBT prácticamente no existen.
Es Qatar, una tierra extraña, milenaria y cuya entrada a la modernidad no envuelve cambios culturales y sociales que abarquen a todos los sectores de su sociedad. Implica, sí, ser sede de un evento como el Mundial para mostrar toda su capacidad económica a través de opulentos estadios dotados de un poderoso avance tecnológico, estadios insertos en una ciudad como Doha que, al menos a la distancia, luce como una imponente y moderna capital. Es decir, Qatar mostrará solamente una parte de la ecuación y no necesariamente la más importante de lo que hoy se entiende como desarrollo: la que busca la equidad y los derechos para todos.
Ahí es donde comenzará a rodar el balón en tan solo unas horas más, y la pregunta es si podremos separar lo extra futbolístico de lo meramente deportivo al momento de que el silbatazo inicial marque el comienzo de la justa que hemos esperado desde el 2018. Supongo que eso dependerá en gran medida del desarrollo del torneo, del espectáculo deportivo que pueda darse sobre el terreno de juego y de lo que pudiera suceder entre aficionados y autoridades qataríes durante el mes que durará el evento deportivo. Lo que está claro es que por muchas razones será un mundial atípico, diferente y al que miraremos parcialmente, pues los derechos televisivos hacen que quienes no contemos con el sistema de TV satelital que los tiene solamente podamos acceder a una parte del pastel futbolístico que está por servirse. El fútbol corre el riesgo de dejar de ser el deporte más popular del planeta, pues sus dirigentes están empeñados en hacerlo cada vez menos accesible a la gente a través del medio que lo puso en la cima.
¿Desvelarse por el Mundial? Quizá solo para ver a Lionel Messi. Qatar significará la última oportunidad que tiene el mejor jugador de la historia para levantar una Copa del Mundo. Cada minuto jugado por Messi, cada balón tocado por el geniecillo argentino, formará parte de la magnífica historia que el jugador ha ido labrando sobre las canchas que ha pisado. Su última oportunidad para alcanzar la gloria mundialista no será sencilla, pero está claro que a esta selección argentina le envuelve un aura especial en la que todos trabajan con el objetivo de ser campeones y, tal vez lo más importante, de darle a Messi una Copa del Mundo.
No será sencillo, hay que mirar a la poderosa selección brasileña a quien ningún otro equipo supera en talento, capacidad y calidad. Los cariocas se muestran como los principales favoritos y un encontronazo con los gauchos significaría un partido de altos vuelos. Por lo demás, son prácticamente las mismas selecciones de siempre las que tienen la oportunidad de competir por la copa: Francia, Inglaterra, Alemania y un escaño más, abajo los belgas y los portugueses. El resto aspira a competir con dignidad.
¿Y México? Bueno poco hay que decir de una selección envejecida y que llega sin muchas aspiraciones a la Copa. La selección se nutre de lo siempre, de esa esperanza que se ha convertido en un mantra nacional en todos los ámbitos de la vida nacional y que en este caso no está fundamentada en el trabajo o en el buen fútbol, sino en esa ilusión de que algo mágico ocurra y México encuentre el juego que ha perdido desde hace varios meses. Todo indica que el ciclo mundialista mexicano de esperanza–ilusión-desilusión va a repetirse. Pero aún estamos en la primera etapa del mismo y los millones de aficionados que han escogido al fútbol como su principal fuente de sufrimiento aún no apagan la llama de la veladora mundialista que apunta a ese anhelado quinto partido.
Qatar 2022 comienza en unas horas. El 18 de diciembre un país entero añadirá una nueva celebración a las tradicionales fiestas de fin de año. Será recordado como el día en el que la Copa del Mundo fue levantada. Desde esta televisiva columna seguiremos las incidencias de los partidos en la medida en la que el café, el trabajo diario, el cuerpo y los años que lleva encima lo permitan. Que se levante el telón de ese teatro de la identidad y que ojalá gane el mejor: es decir, Lionel Messi.