Concierto 7, Temporada XXVI
Fotos: OSY
La Orquesta Sinfónica de Yucatán, con un programa exultante y variado, presentó el viernes 25 y domingo 27 de noviembre de 2016, el séptimo de sus conciertos de la temporada dedicados a la genialidad de tres compositores: Jean Sibelius de Finlandia, Johannes Brahms de Alemania y Mario Lavista, coterráneo nuestro.
El primero al orden fue el compositor mexicano. Hizo hablar a la orquesta en un lenguaje disonante, sorpresivo, a través de una sucesión de acordes extravagantes, logrando que este fuese el primer motivo qué aplaudir, por la manera distinta para presentar y hacer la música bella pero interesante. El título fue lo bastante sugerente – “Ficciones” – pero al escucharla, el resultado fue más sublime de lo esperado. El reto técnico de interpretarla no fue obstáculo para crear una atmósfera que, sin estar próxima al México tradicional, sí deja una firme estampa de que nuestro país también está a la vanguardia.
En segundo lugar, llegó la invitada especial con la música del finlandés por excelencia. La violinista Elena Mikhailova, días previos al concierto, explicó que Jean Sibelius compuso este Concierto para violín en Re menor, opus 47 de una manera tan perfecta, que básicamente no hay nada comparable en su producción posterior. Después de los primeros compases de la orquesta, con su precioso violín bajo la barbilla, Mikhailova se propuso demostrar sus comentarios y lo logró, como la cosa más natural a su alcance. Pero se equivocó, porque parecía que ella misma lo había compuesto.
La riqueza sonora de cada frase musical, surgió de su instrumento en toda la extensión de su diapasón. Fue un diálogo entre orquesta y solista replicando el nacionalismo de un Sibelius emotivo por momentos y mansamente imperioso en otros, como un anciano que comparte la historia de su juventud. La prolongada ovación fue recompensada con más de su destreza descomunal. Salió de nuevo a escena para interpretar “En mi corazón no siento” en versión de Paganini, convertida en el compositor redivivo. Fue un inesperado obsequio para sorpresa de tantos asistentes al concierto.
Luego del breve intervalo de reposo, la orquesta reapareció bajo la batuta del maestro Lomónaco, quien de memoria dirigió la Sinfonía número 1 en Do menor de Johannes Brahms. Alzó los brazos en señal de preparación y como magia, empezó a nutrir con la deliciosa obra del alemán todo el espacio del recinto. Los cuatro movimientos que integran la obra iniciaron con un Allegro que en sí mismo, bien pudo pasar como una obra completa. Tan acabada era su factura, que no parecía haber más recursos para los siguientes movimientos. Pero la genialidad no tiene límites y el Adagio del segundo movimiento se abrió paso, con su profundidad y con su expresión tan hermosa en inadvertida consecuencia hacia al tercer movimiento, igual de trascendente pero más festivo, más denso en su evolución.
El movimiento final, con un leitmotiv impresionante de bello, fue el sumario para tener presente, que la música académica une a los países y se extiende sin fronteras, como un paisaje de montañas. Por momentos, había tintes de un romanticismo alla Tchaikovsky o de un nacionalismo alla Dvorák; pero volvía siempre a ser de nuevo Brahms, ese maestro elevado, el que dejó a un público mudo que emocionado, estalló en aplausos. ¡Bravo!
Si te perdiste de este concierto, te dejamos la grabación del mismo hecha en directo, ¡que la disfrutes!