Una crónica de la pesadilla de Thanos: la fila para ver Endgame.
Nunca hubiera ido al cine a las 2:30 de la mañana, es algo que no creo repetir. El 26 de abril de 2019 el Cinemex Canek era lo más parecido al Black Friday en EU. La multitud gritaba desde el estacionamiento, entendí que toda pelea cerca del cine tenía que ser culpa de Avengers: Endgame. Niños con playera de Capitán América, parejas con palomeras de Thanos y colas tan largas como una crisis humanitaria. La sala parecía el refugio de algún terremoto, la dulcería parecía ser el único lugar de alimentos. Niños llorando, una pareja gay reclamando su promoción de 2 x 1 en refrescos y unos chicos otaku buscaban la manera de meterse a la cola y ser atendidos antes que todos.
No había espacio para nadie y por eso no compré nada; entré directamente a la sala, no sin antes pasar al baño. El tufo de meados se sentía tan fuerte como los aromas de rosita fresita en las combis. Orinarme hubiera sido más higiénico que entrar a ese baño, de eso no tengo duda. Sala 7, asiento G8. Parecía un buen lugar, ni tan lejos ni tan cerca. Faltaban 10 minutos para iniciar y la sala ya estaba repleta de un olor a patas insoportable. Había calor y ningún aire acondicionado podía con tanta multitud.
La neurosis del capitalismo es un elixir donde todos queremos estar, no importa la ideología que cada quien tenga, amamos el consumismo y que este nos consuma. Mérida es una ciudad tan caliente como un horno de panadería, en la noche esto no cambia. El público prefiere chamarras, si es alusiva a la película, mucho mejor. Un outfit obligatorio, tal como el de un chilango con calcetas en una alberca.
A pesar que el aire acondicionado siguió sin enfriar, nadie se quitó su prenda de invierno: había que aprovechar el poco tiempo para cubrirse. No hay estación del año que en la cual se puedan lucir y mucho menos si tiene el estampado de la película en cuestión. Tal como ocurre en las campañas políticas, había que llevar la playera y el objeto de regalo del candidato. Avengers era el candidato que ya había ganado y que ahora celebraba la victoria.
¿Por qué no esperé para verla después? Me lo pregunté minuto a minuto ante el hartazgo de la multitud. Aglomerofobia, dice San Google que se llama. No importa, la experiencia ya era un deporte extremo. Una vez sentado, no podría pararme hasta que terminara; me lo repetía tantas veces para que mi vejiga lo captara. No quería volver a entrar al baño. Me sentía más tenso que en la sala de espera del SAT. Iniciaron los cortos y ya había niños llorando, subían la modulación del llanto como si tuvieran un woofer en el pecho. Comenzaron los avances de otras películas, lo anunció el niño que pateó mi asiento. Mi respaldo era una batería de black metal y atrás tenía al baterista. A media luz podía notar que ya no cabía nadie, estaban absolutamente todos los asientos llenos, incluso los de adelante. No cabía ni el de intendencia.
La película comenzó con los aplausos del público -cosa muy rara, pero bueno-. Nunca hubo un silencio absoluto, conforme iba avanzando la película el niño de mi lado izquierdo comenzó a llorar, quería ir al baño y sus padres lo ignoraron. “Sólo falta que se cague”, pensé. La película y los llantos de los niños parecían interminables, el público se manifestó con un pronunciado “shhhh”. La sala se llenó de murmullos, no sabía si era esquizofrenia o todos hablaban al mismo tiempo sin que yo lograra entender una sola palabra. Interrumpían lo que yo pensaba y la secuencia de la película con todos sus nudos narrativos. Aun así, pude vencer la visita al baño y mi olfato se volvió inmune a los pedos y al olor de palomitas que se entremezclaban con el sudor de la multitud.
“Creo que ha valido la pena”, pensé al final de la película. Neuróticos Anónimos debe estar orgulloso de mi nivel de tolerancia, no me enojé y no peleé con nadie. Conté hasta 10, y luego hasta 100 para no tener conflictos con nadie. Avengers se volvió mi modelo de concentración. La gente en realidad sí llora con las películas, creí que era un mito como el Chupacabras. En la salida había una gran multitud de gente dividida, los que salían con un rostro triste y los que entraban con enjundia a la nueva función de Avengers. Todos comenzaron a mirarse como cómplices, las miradas eran el verdadero spoiler.
“Qué cursi es todo esto”, pensé mientras lagrimaba no por el desenlace, sino por la experiencia estresante de la multitud, el baño o la preocupación de ir a trabajar tan temprano. Seguro no dormiría nada y mi sentencia fue un decreto. Fui uno de los tantos miles que pasaron la noche en vela en todo el mundo. En el trabajo vieron mi desvelo desde lejos. Les dije que tuve insomnio y que no pude dormir: tuve vergüenza de decirles que había ido a ver Avengers: Endgame…