Derrocha Mikhailova su virtuosismo en la OSY

La violinista regresó por todo lo alto a la ciudad de Mérida.

El segundo programa de la XXX temporada de la OSY incluyó obras con cargas de energía tremendista. Por principio, ver de nuevo el nombre de la solista invitada, Elena Mikhailova, hace surgir un gran entusiasmo por el privilegio de escucharla otra vez. Posee un talento fuera de lo común. Es una maravilla que haya podido regresar a esta ciudad de Mérida, considerando la diversidad de compromisos para una agenda como la suya. Además, trajo dentro de su instrumento una obra monumental, como todo lo realizado por Aram Kachaturian, su paisano ascendente.

Con su Concierto para Violín –que por momentos muy amplios es para viola– este gran contemporáneo hacia 1940 obsequió el imperio de su creatividad a David Óistrakh, el legendario violinista virtuoso. Busca deslindarse –y lo logra- de toda relación con el lenguaje previo al siglo XX. Su búsqueda tuvo consecuencias felices, pues concentra el enorme trabajo orquestal para mezclarlo con el violín solista que, por cuenta propia, es una orquesta y que simboliza uno de los principales signos de admiración.

La maestra Mikhailova, hizo su graciosa aparición en escena, parsimoniosamente, frente a un público que la recibió como se recibe a la artista que se aprecia mucho, con grandes ovaciones. Su discreta sonrisa ocultaba la concentración para iniciarse en la arenga de tres capítulos, dos allegros alojando un andante sostenuto, que forman el portento de esta composición. La batuta del director comenzó a describir el acento de toda la masa de instrumentos, tensos y activos a la que, casi de inmediato, se sumó el prodigioso sonido de Mikahilova.

La agresividad del ritmo y del acento marcando un discurso galopante, eran una maravilla que cortaba el aliento. Las armonías se iban trasponiendo en una combinación por momentos intensa, que luego liberaba en variaciones de torque inesperado, sorprendiendo con matices llenos de dulzura o de resoluciones armónicas apareciendo una sola vez y que desaparecían para dar paso a la inagotable inventiva del armenio genial.

Las obligadas pausas entre movimientos únicamente fueron menoscabadas por el aplauso irrefrenable de decenas que no resistieron el encanto de la dupla Mikhailova–Kachaturian, cuando la fastuosa coda del Allegro con fermezza mostraba la energía del primer movimiento, como si fuera el total de la obra. Afortunadamente, lo demás sí fue interpretado ¡y con qué belleza! El Andante sostenuto, pintaba de sombrío el espíritu constante en el concierto, dando a la cuerda y a la madera grave la exhibición de un diálogo fascinante, gitano con la solista. La aparición de los metales frente a lo discurrido por la maestra Mikhailova, destacaba con fugaz incandescencia. Violines y violas, regidas por los chelos, cerraban la complejidad de su armonía con el contrapunto embelesador del fagot.

La vibrante tercera parte, percutiva y nerviosa, invadió de energía los oídos allí presentes, a tal grado que la inclusión de disonancias se sintió como lo único que podría describir –y así lo describe– la gran capacidad de asombrar que tiene esta espectacular asamblea llamada Orquesta Sinfónica de Yucatán. La maestra Mikhailova solo vino a hacer lo que sabe hacer, fulgurar y dar el más alto brillo a las obras de las que se posesiona. Las ovaciones y vítores espontáneos pusieron de pie a la gente que llenaba todos los niveles del teatro. Tanta gratitud recibiría como recompensa un delicioso encore con alma española: el “Capricho Flamenco” dedicado al bailaor Curro de Candela, creación de la propia virtuosa, que así se despedía del público de Mérida. Ojalá que regrese pronto.

Entonces vino un golpe de timón. Un viaje al siglo XIX con una obra de P. I. Tchaikovsky, tradicional dentro de sus esquemas y bellísima, pero difícil de asimilar tras el portento recién interpretado. Abriéndose paso como se pudiera, la Sinfonía Núm. 4, Opus 36 forma parte de una de las etapas prolíficas y hasta cierto punto más benévolas en la vida del compositor, cuando había sido respaldado tanto por el zar, como por un mecenas distante, quienes le aseguraban un cómodo y tranquilo estilo de vida.

Tchaikovsky se decanta por antagonizar el modelo beethoveniano, para describir su posición frente al destino. A diferencia del gigante alemán, lleno de bravura en cada compás, el ruso se desliza hacia un desamparo que será insuficiente ante cualquier confrontación, ya con el destino o con cualquiera que le pase por enfrente. En cada uno de sus cuatro movimientos, bosqueja una aparente cantidad de recursos melódicos y armónicos inconexos, como retazos tomados al azar de otras piezas de su repertorio, pero que finalmente inciden en una sinfonía con personalidad propia.

Por supuesto, utiliza aquellos recursos habituales que de inmediato la identifican como creación del nacionalista ruso más romántico. La versión de la OSY es, sin duda, de una gracia asegurada, en la que se percibe el entendimiento entre los maestros Lomónaco y Skhirtladze, director y concertino respectivamente, frente a la profusión formidable de recursos instrumentales exigidos en cada partitura.

Todas las secciones hicieron una aportación de excelencia, de la que Tchaikovsky mismo pudiera sentirse orgulloso. Por suerte, esta temporada volverá a presentarse con su distintivo “El lago de los cisnes” hacia la primera semana de este diciembre dos mil dieciocho. Los aplausos ganadísimos dejaron una sensación de satisfacción para todos, artistas y público, exentando a aquellos que tuvieron el desatino de escaparse a mitad de la función, frente a la belleza de un repertorio semejante al premio más merecido. ¡Bravo!

¡Aquí puedes ver la grabación del concierto del domingo 23 de septiembre!

https://www.facebook.com/OrquestaSinfonicadeYucatan/videos/341379593268301/

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