Pensar al mito como arte primitivo, es dar testimonio de que estamos frente a una de las tradiciones de expresión literaria más antiguas de la literatura. Un arte que se expresa con el uso de una lengua, que bien puede consolidarse como conocimiento por medio de la escritura. Tiene su origen y fuerza en la transmisión y relato oral, es decir, fue y sigue transmitiéndose a través de la palabra hablada, lo adoptamos como verdad absoluta, incuestionable, sin reflexión, sin análisis, sin deshacerlo analíticamente para darle una nueva estructura, pues al desmitificarlo, dejaría de ser lo que es, y entonces, ¿cómo y para qué vivir sin mitos?
A la raza humana nos distingue como especie la capacidad de compartir creencias, sobre todo aquellas que nos remiten a preguntas existenciales o conflictos cognitivos, de ahí la cantidad de variantes de entes, objetos y figuras subjetivantes, simbólicas e imaginarias a las que no les damos explicación y creemos en ellas por la necesidad de encontrar sentido a nuestro vivir dentro de un marco cultural y casi siempre empoderadas en lo religioso; los culpable suelen ser entonces nuestros vacíos ontológicos y de conocimiento que nos hace tener una especial sensación de fragilidad, incertidumbres y ansiedad al futuro y después de todo esto, la imposibilidad de hacer cambios reales. A todos ellos les incluimos conceptos filosóficos de la cultura, creamos dioses para no sentirnos abandonados, nos dejamos seducir de personajes y eventos para encontrar respuesta a nuestras intersubjetividades y para que alguien o algo nos den respuestas, aunque sean falsa.
En definitiva, el mito nos hace creer, tener fe, nos ofrece una aparente tranquilidad, armonía y confort, brinda información, pero no conocimiento, nos hace perpetuar ideologías y vivir secuestrados en ideas. Nosotros a él, lo sometemos a detalles, le hacemos cambios con el paso de las generaciones y de los lugares, razón por la que sus versiones originales sufren modificaciones. Al ser alterados, les vamos alimentando constantemente, dejándolos en conocimientos pre racionales; así funciona la esencia humana, pues la transición del mito a logos es ardua, se necesita leer mucho, vivir con los sentidos y percepciones abiertas, viajar y en el camino de romper paradigmas deconstruir, entonces es hacer filosofía con ejercicios dialécticos para evitar llenar nuestros vacíos con mercadotecnia.
El amo romántico en tiempos de la posverdad
Cualquier evento en la enorme plataforma de redes sociales o en la vida cotidiana de nuestras relaciones reales nos sugiere la idea de reaprender a pensar. Pero algo pasa que no logramos captar los mensajes, ¿será que nunca nos enseñaron o educaron a pensar y por ende mucho menos a debatir con argumentos? Tristemente el pensamiento reductivo nos envuelve en nuestros diarios sucesos, y es que los debates bilaterales de ganar a toda costa, el simplismo de te gusta o no algo, la polarización como una opción de entender la complejidad de la vida nos hacen alejarnos del pensamiento crítico.
El argumento y la palabra enriquecida espantan, suele verse como agresiva, amenazante y se huye de la confrontación, pues los seres humanos somos esencialmente tercos, egoístas y narcisistas. Nos duele no saber tolerar la frustración, nos auto indignamos y difícilmente aceptamos el exponernos como ignorantes y preferimos la convicción, que es una idea a la que se está fuertemente adherido, recordando que surge del verbo “convencer” con-vencer, es decir vencer del todo, triunfar, que es lo mismo que el pensar en abatir a un adversario y no en el arte de la dialéctica.
Los mitos son falsas verdades de historias fabulosas, relatos ficticios que forman parte de nuestras creencias, se conforman como parte de nuestras historias de vida, convirtiéndose en modelos que son definidos según nuestras conveniencias y que jamás serán sometidos al análisis del conocimiento, porque es difícil apartarlos de emociones, pasiones y dogmas. Recordemos que la emoción es la energía que mueve a las personas, estimula dogmas y ellos dan soporte importante a los mitos, sus doctrinas y axiomas con ideas llenas de sentimientos nos alejan de la realidad, nos deja lentos despertares de conciencia.
Desde la literatura los temas de nuestros mitos pueden ser fundacionales, cosmogónicos, antropogénicos, etiológicos, morales o escatológicos, girando alrededor de la creación de la tierra y de los distintos pueblos por voluntad divina; los nacimientos, la muerte, aspectos pasionales, deidades o seres fantásticos dentro de sus personajes.
Así, el término mito pareciera aludir solamente al mundo antiguo, a la civilización griega, romana, normanda, persa o de pueblos precolombinos de América ¡pero no!, el vocablo mito tiene también otra acepción, la que le otorgamos cuando nos referimos a un individuo y a eventos reales, pongamos el ejemplo de un deportista, que se convierte en un símbolo y que pasa a formar parte de la humanidad entera. Si nos fijamos bien, los dos significados del mito (historia remota o símbolo actual) siguen teniendo en común la necesidad de comprender el mundo más allá del presente. El mito puede entonces ser remoto, pero no es viejo, sigue vivo, latiendo entre nosotros. Esa es su verdadera magia.
San Valentín: un mito medieval
Un mito mágico y romántico asociado a un personaje mártir, santificado llamado San Valentín, nos invita a deconstruir junto con él a otros tantos mitos sobre el amor. Pero ¿quién era este santo, a quién asociamos con el amor y la amistad? Casualmente, poco se sabe de este personaje e incluso historiadores no están muy seguros acerca de su existencia. Y es que se habla no solamente de un solo San Valentín en la historia, sino en realidad hasta de tres personajes, que conforme han pasado los años, se han convertido en uno solo, tomando elementos de la vida de uno y del otro para culminar en un mito sobre quién fue el auténtico Valentín y cómo terminó martirizado vinculado con el amor y la amistad.
Curiosamente, los tres “Valentines” vivieron en el siglo III D.C. y también tiene algo que ver que durante la edad media se creía, que por estas fechas es cuando las aves comienzan su ritual de apareamiento. No obstante, de acuerdo a varios historiadores, citados desde tiempos del siglo XVIII, el día de San Valentín fue Lupercalia, que era un festival de fertilidad, además de ser el patrono del amor y los enamorados, lo es también para los jóvenes, los matrimonios felices y curiosamente, de la epilepsia y los desmayos. San Valentín siempre presente en el eterno concepto mítico del amor romántico, al que no somos ajenos por la subjetividad que representa y por su fenomenología ¿será por ello la necesidad de celebrar sin pensar, y que el “mythos” traducido como relato o cuento según los críticos literarios siga siendo una especie de hilo conductor de nuestros nudos amorosos e históricos?
Respecto a este concepto y las falacias que giran en torno a tan complejo tema, contamos con los festejos del día del amor y la amistad, día de san Valentín y sus consecuente ideologización y marketing. Sería interesante dudar, re mirar la fragmentada idea del amor desde el romanticismo, ignorarlo desde esa percepción para producir conocimiento ante un argumento que parece válido desde siempre, pero que no lo es… reaprender y argumentar sobre lo que tenemos formateado en nuestros “sentipensares” acerca de estos temas tan complejos. Que sea por tanto una provocación para deconstruir este mito, aparejando con ello el peligro de la desmitificación que ayuda a eliminar nostalgias mal puestas para su celebración.
El día de San Valentín o “del amor y la amistad”
Suelo huir de las efemérides porque me enoja observar como fomentan el oportunismo cuando se trata de festejar coyunturas, pero hoy no pude evitar sucumbir ante la inercia del “celebracionismo hueco y pintoresco” que representa el festejo del 14 de febrero:
Un mito romántico que sigue siendo cliché en los relatos de amor es el “vivir felices” en par. La estructura mítica de la narración amorosa es casi siempre la misma, las parejas se ven separadas por diferentes obstáculos o circunstancias: los dragones, bosques encantados, monstruos terribles, barreras sociales y económicas, religiosas, morales y políticas , son los villanos y tras superar obstáculos atravesados casi siempre en ideologías patriarcales que ponen esa misión de salvamiento en manos de un héroe, mientras la mujer espera en su castillo a ser salvada para vivir el amor en libertad encierra fuertes paradigmas.
“Duérmete cien años princesa, llegara tu héroe salvador… llegara el amor.” Mitos de este tipo de amor romántico basados en rígidas divisiones de roles sexuales acerca de modelos de feminidad y masculinidad son la base del dolor que experimentamos al enamorarnos y desenamorarnos. La mayor parte de los mitos amorosos surgieron en la época medieval; otros han ido surgiendo con el paso de los siglos, y finalmente se consolidaron en el XIX con el movimiento romántico, de ellos nos quedan según Carlos Yela García (2002), unos cuantos que configuran nuestra estructura sentimental y nos invitan a la deconstrucción:
- Mito de la media naranja, derivado del mito amoroso de Aristófanes, que supone que los humanos fueron divididos en dos partes que vuelven a unirse en un todo absoluto cuando encontramos a nuestra “alma gemela”, a nuestro compañero/a ideal. Es un mito que expresa la idea de que estamos predestinados el uno al otro; es decir, que la otra persona es inevitablemente nuestro par, y solo con ella nos sentimos completos. El mito platónico del amor expresa un sentimiento profundo de encuentro de la persona consigo misma, “y su culminación es recuperar los aspectos que nos fueron amputados y de esa manera, recuperar nuestra propia y completa identidad. Es decir, poder ser todo lo que somos y lo más plenamente posible” (Coria, 2005). El mito de la media naranja sería una imagen ingenua y simplificada del mito platónico que intenta transmitir esa búsqueda de la unidad perdida, pero su principal defecto es, según Coria, que uno termina resultando uno, lo cual es un grave error, no sólo aritmético, que es asimilado mayoritariamente por mujeres.
- Mito de la exclusividad: creencia de que el amor romántico sólo puede sentirse por una única persona. Este mito es muy potente y tiene que ver con la propiedad privada y el egoísmo humano, que siente como propiedades a las personas y sus cuerpos. Es un mito que sustenta otro mito: el de la monogamia como estado ideal de las personas en la sociedad.
- Mito de la fidelidad: creencia de que todos los deseos pasionales, románticos y eróticos deben satisfacerse exclusivamente con una única persona: la propia pareja.
- Mito de la perdurabilidad (o de la pasión eterna): creencia de que el amor romántico y pasional de los primeros meses puede y debe perdurar tras miles de días (y noches) de convivencia.
- Mito del matrimonio o convivencia: creencia de que el amor romántico-pasional debe conducir a la unión estable de la pareja, y constituirse en la (única) base del matrimonio (o de la convivencia en pareja). Esto nos crea problemas porque vimos que la institucionalización de la pasión, y el paso del tiempo, acaban con ella. Por eso nos divorciamos y buscamos nuevas pasiones que nos hagan sentir vivos, pero en seguida la gente vuelve a casarse, cometiendo el mismo error que la primera vez. El matrimonio en la Era de la soledad ha visto, así, aumentada su dimensión mitológica e idealizada: “La idolatría del matrimonio es la contrapartida de las pérdidas que produce la modernidad. Si no hay Dios, ni cura, ni clase, ni vecino, entonces queda por lo menos el Tú. Y la magnitud del tú es el vacío invertido que reina en todo lo demás. Eso significa también que lo que mantiene unido al matrimonio y a la familia no es tanto el fundamento económico y el amor, sino el miedo a la soledad” (Ulrick y Elisabeth Beck, 2001).
- Mito de la omnipotencia: creencia de que “el amor lo puede todo” y debe permanecer ante todo y sobre todo. Este mito ha sujetado a muchas mujeres que han creído en este poder mágico del amor para salvarlas o hacerlas felices, pese a que el amor no siempre puede con la distancia, ni los problemas de convivencia, ni la pobreza extrema.
- Mito del libre albedrío: creencia que supone que nuestros sentimientos amorosos son absolutamente íntimos y no están influidos de forma decisiva por factores socio-biológicos-culturales ajenos a nuestra voluntad.
- El mito del emparejamiento: creencia en que la pareja es algo natural y universal. La convivencia de dos en dos ha sido, así, resignificada en el imaginario colectivo, e institucionalizada en la sociedad.
Estos mitos pueden deconstruirse gracias a nuestra actividad racional. La humanidad no solo los construye, sino también los deconstruye. En el caso del romanticismo, es fundamental exponer las entrañas de sus mitos para poder analizar el patriarcado a nivel narrativo, emocional e ideológico. Es importante mostrar la falsedad de esas idealizaciones que nos encajonan en máscaras sociales, que empobrecen nuestras relaciones y nos hacen sufrir porque chocan con la realidad, generalmente menos bella y maravillosa que la fantasía amorosa de los mitos.
Mar Gómez es psicoterapeuta, docente y escritora. Actualmente participa en los colectivos: “Hipogeo taller de cuento”, AME agrupación de maestros escritores de Yucatán y en “Proyecto de escritura creativa”. Imparte talleres de narrativa psicoterapéutica y consulta privada.