Los gringos le llaman tip a esa pequeña dádiva o recompensa que tiene la propiedad cuántica de la superposición: puede ser obligatoria o no, lo uno y lo otro; y es difícil cuantificar la incertidumbre de sus procesos, de su razón de ser. Puede ser un problema y al mismo tiempo no serlo, una solución y, al mismo tiempo, una invitación a meditar sobre lo absurdo de algunos procesos del capitalismo. To insure the promptness, son las siglas de tip, decir, acelerar la prontitud del servicio, que se haga con rapidez y diligencia. O como diríamos en este país: “¡Como vas, chavo!” La propina es un dilema y una invitación a la incertidumbre y a la tensión emocional. Un problema filosófico que haría temblar a Kant y Aristóteles si se hubieran enfrentado a un airado mesero argentino en Tulum que no se conforma con un diez por ciento al considerarlo un insulto propio para conformistas locales de piel canela.
Las más grandes mentes no pueden ponerse de acuerdo acerca de la cantidad para ofrecer a un mesero que acaba de darnos un servicio. Podría ser cero por ciento, como un Michael Corleone que se recarga en el sillón y dice: “La oferta es nada”; diez por ciento, esperando la conformidad y la resignación; veinte podría ser demasiado; un punto medio en quince sería lo razonable. Hay una serie de dificultades éticas alrededor este proceso en apariencia tan sencillo. Para entender un poco, vamos a buscar el origen de la palabra en el latín propinare que es dar una bebida. Tal vez la necesidad de dar de beber fuera más importante en la Antigüedad, porque después pasó a significar una pequeña cantidad otorgada como agradecimiento. La propina es un regalo que reconoce un servicio, una pequeña cortesía para recompensar un trabajo bien hecho. El verbo to tip viene de los estudiantes de Oxford y Cambridge en el siglo XVII, aunque también podría venir del inglés antiguo tippen que es ofrecer un regalo. Nadie sabe con certeza el origen de la palabra.
Las motivaciones de la propina pueden ser vagas e imprecisas y no obedecen a una lógica bien establecida. Es decir, que no existe ni existirá una epistemología de la propina o una norma jurídica sobre la misma, o incluso un referente moral sobre la cual se aplique o se fundamente. Está entre las demarcaciones del capricho, la arbitrariedad, la necesidad de justicia, el afán de compensación, la limosna, el impuesto indirecto de facto. La propina se basa en criterios subjetivos muy difíciles de determinar y que varían dependiendo del tiempo y del lugar. Hay aspectos a considerar como el tipo de servicio, el carácter del mesero o del lugar, los usos y las costumbres del país, el alcance de las presiones sociales, las normas de urbanidad y buenas maneras, la educación cívica. Por ejemplo, es bien sabido que en Japón la propina es mal vista, mientras que, en Estados Unidos, un país a punto de la pauperización del trabajo, es casi obligatoria. Hay gente que considera que no se debe dar propina porque el patrón tiene que asegurar los derechos laborales del trabajador. Al respecto, la PROFECO considera que nadie está obligado a pagarla y que no se debe incluir ningún cargo por el servicio al suponer que éste ya se encuentra incluido en el precio de los alimentos.
Al hablar de propinas no se puede obviar el célebre diálogo que abre la cinta Perros de reserva de Quentin Tarantino en donde el personaje Mr. Pink, interpretado por Steve Buscemi, se niega a dar propina a una mesera aduciendo que él no cree en ellas. Para él, solo se debe dar propina a alguien que se lo merece por un servicio excepcional o fuera de serie. Sus compinches en esta película de gánsteres darán argumentos a favor y en contra. Buscemi hará el famoso chiste del violín más pequeño del mundo tocando por aquella mesera que generó la polémica. Se decide que la propina será cubierta y es Mr. White, interpretado por Harvey Keitel, quien se ofrece a dar su parte correspondiente. El carácter locuaz y desafiante de Mr. Pink tiene su razón de ser, como veremos al final de la cinta. Hasta la fecha, el dilema sobre la legitimidad de la propina a dicha mesera aún no ha sido resuelto y Buscemi recibe burlas y reprimendas entre el respetable cada vez que asiste a un restaurante, todo ello producto de ese hilarante y hasta absurdo diálogo tarantinesco sobre un tema aparentemente trivial.
Es posible que la elección del porcentaje de propinas le lleve muchos años a la humanidad, estará ahí como un tema irresoluble al lado de la demostración de la teoría de cuerdas o la búsqueda de una teoría de gran unificación que consolide la física cuántica con la relatividad general en una comprensión cosmológica total. O, tal vez, conoceremos la naturaleza de la materia y la energía oscura antes de entender el misterioso propósito de esta pequeña recompensa, sus las motivaciones, el porcentaje a aplicar en cada caso. Mientras tanto, Aleks Scholz y Kathrin Passig incluyen el tema de la propina en su libro Enciclopedia de la ignorancia (2008) como parte de un muestrario de misterios como el origen del hipo, la razón del ronroneo de los gatos, la infinitud del universo, los constructos sociales sobre la raza… El libro hace eco de una investigación que afirma que el diez por ciento de los estadounidenses deja una cantidad fija, sin importar el monto de la cuenta. Si la cuenta es grande, esto podría llegar a ser ofensivo para algún mesero en México, acostumbrado a las dádivas por porcentaje. Dicho mesero no tardaría en funar al cliente en alguna red social y luego, victimizarse haciendo algún video en Tik Tok.
Los meseros, es bien sabido, son empleados muy susceptibles a la ofensa, al dramatismo, a la victimización. Solo hay que ver la cantidad de escándalos que generan en algunos lugares en donde incluso, llegan a golpear a sus clientes cuando, decididos a mostrar esprit de corps, se lanzan como valientes mosqueteros a vengar las afrentas de comensales tacaños a quienes, dicho sea de paso, califican con el apelativo de “piojos”. Nunca debemos lastimar la sensibilidad a flor de piel de un camarero, dicho gremio merece respeto y un trato cortés.
Luego, plantearnos esa irresoluble problemática de la propina en donde debemos equilibrar, tanto las expectativas del empleado en cuestión, como la suma de nuestras posibilidades. Una decisión difícil, si me lo preguntan, pero, son ustedes quienes han decidido salir de casa y enfrentarse a este mundo hostil que reclama siempre más de nuestros bolsillos. Volviendo a La enciclopedia de la ignorancia, el libro cita al psicólogo Michael Lynn, quien afirma que la propina puede aumentar si el camarero “toca ligeramente el brazo, la mano o el hombro” del cliente o si “dibuja una cara sonriente en la parte trasera de la cuenta”.
Hay algo de tramposo en la necesidad impuesta por los restauranteros de dar este sobrepago. Sabemos que la propina se utiliza como una excusa de los empleadores, dueños de hoteles o restauranteros, para pagar bajos sueldos al trabajador. El dueño de la empresa, decidido a castigar al trabajado pagando solo un salario mínimo; luego, obliga al empleado a pedir propina, es decir, trasladar una parte de su responsabilidad al cliente; más tarde, el mismo empleador exigirá al empleado un jugoso porcentaje de la misma. En este esquema perverso, el patrón recibirá un incentivo por subemplear, subpagar y precarizar las condiciones del trabajo. Negocio redondo del que se benefician muchos restauranteros. Y el cliente se queja, desde luego.
Son conocidas las fotos de notas de consumo o tickets que evidencian el abuso. Un caso muy conocido, el de las terrazas en el Centro Histórico de la CDMX: lugares que manejan dos menús, uno para enganchar a los incautos y otro para justificar sus precios altos. Luego, vienen los pequeños abusos de los empleados. Los restauranteros de esa ciudad han convencido a la población que sus lugares son el equivalente a los Campos Elíseos de los griegos, lugar de privilegio habitado por los héroes y los virtuosos, en este caso, los individuos de cartera abultada que pueden darse el lujo de salir de casa. Trampas de la gentrificación, al fin al cabo. Mientras tanto, seguiremos discutiendo este asunto tan problemático mientras nos debatimos entre salir o no salir de casa.