Dos versiones de una canción

CRÓNICAS MELÓMANAS XII.

Cuando Gina llegó a la reunión, tú te quedaste como estúpido. Su entrada te asombró al grado que dejaste de escuchar los comentarios que hacía otro invitado a la cena de esa noche. Gina llevaba un vestido negro que te pareció maravilloso, tenía el pelo recogido, lo que la hacía destacar de las demás invitadas. Viste que sus manos estaban ocupadas: una sostenía una botella de vino blanco y la otra, un disco de Rita Coolidge. Saliste a su encuentro y, sin conocerla aún, le tomaste la botella de vino, para llevarla a la mesa, y el disco, para dárselo al que tendría el control del módulo de sonido. Sólo pudiste decir: “Bienvenida, buenas noches” y luego te quedaste mudo ahí parado, en medio de todo el mundo, como estúpido.

Después de llevar el vino y el disco a sus respectivos lugares, regresaste al grupo de invitados, que cada vez aumentaba en número. Desde ahí pudiste ver a Gina a la distancia: De vez en cuando te incorporabas a la plática de los demás. Por su parte, Gina ya se había integrado a otro grupo de invitados con quienes charlaba animosamente. Tal vez trascurrió media hora de la llegada de aquella mujer al momento en el que los anfitriones llamaran a todos a la mesa. Era ya la hora de cenar. Te hubiera gustado haberte sentado cerca de Gina, pero te quedó muy lejos. Sin embargo, desde tu lugar aún la podías ver. De la cena no recuerdas ni lo que te sirvieron; sólo quedó en tu memoria el vino que tomabas, que se deslizaba al igual que tu vista al mirarla a ella.

Cuando todos terminaron, acudieron al centro del salón, algunos a seguir la sobremesa y otros a bailar. La música que hubo durante la cena era instrumental. Varios invitados habían llevado discos de orquestas de la época, como Concorde, de Frank Pourcel, o Love Is Still Blue, el disco del año de Paul Mauriat. Recordaste el disco que Gina llevó a la cena: Anytime… Anywhere, de Rita Coolidge, que contenía la canción We’re all alone. Eso te hizo recordar que tú habías llevado un disco de Boz Scaggs, que incluía la versión original de la misma pieza, y se te ocurrió acercarte a Gina con el pretexto de hablar de las dos versiones de la misma canción, la de Rita y la de Boz.

Cuando por fin terminó uno de los discos de música instrumental, que había tardado, según tú, demasiado tiempo, pediste al encargado de la música que pusiera el disco de Gina. Y mientras transcurría la primera pieza del disco de Rita Coolidge, que era precisamente We’re all alone, te dirigiste hacia donde estaba Gina. Te acercaste sigilosamente y le preguntaste si ya había escuchado la versión original, la de Boz Scagss, a lo que ella te respondió que no, que nunca la había escuchado y jamás había oído hablar de ese tal Scaggs. De inmediato la invitaste a bailar y ella aceptó sin reparo. Seguramente le entusiasmó, más que tú la sacaras a bailar, deleitarse con su canción preferida.

Así pasaron una buena parte de la noche, bailando a ratos las otras piezas del disco que llevó Gina y luego las canciones de tu disco de Boz Scaggs, y a ratos discutiendo acerca de las dos versiones de We’re all alone. Y así, bailando y conversando, estuvieron los dos el resto de la noche, hasta que de pronto se encontraron completamente solos. Los invitados se habían ido ya y los anfitriones se habían ido a dormir. Ni siquiera estaban los meseros; ni el encargado de la música, quien había dejado correr por última vez el disco de Boz; ni nadie más. Se habían quedado completamente solos… Y en el preciso instante del asombro de ambos, se fue la luz en toda la casa y de inmediato ustedes se abrazaron… sí, se abrazaron muertos de miedo.

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