Fotos: Rubén Romero/Raquel Sauri
Poco se ha dicho sobre el magno festival de teatro que tomó por asalto la ciudad de Mérida. Se trata del DramaFest 2016, que nació hace 12 años en la Ciudad de México y en esta su quinta edición, tiene como país invitado a Francia y al estado de Yucatán. Las puestas en escena iniciaron el 1 de septiembre y finalizan mañana domingo. El primero de estos montajes fue “El último libro de los hermanos Salmón”, primera de cuatro producciones que se trajeron de la capital.
Original de Mariana Hartasánchez y dirigida por Ginés Cruz, la trama gira en torno a Alberto y Hans Salmón, judíos alemanes exiliados en México en 1939, en los albores de la 2da Guerra Mundial, que dejaron tras de sí a un miembro de su familia, pero cargaron con ellos la culpa y la ignominia producto de este hecho, en especial cuando Alberto (Boris Schoemann), padre de la niña desaparecida, se resiste a enfrentar los pecados de su pasado en el viejo continente, cuestión agridulce si se toma en cuenta que es un terapeuta del método psicoanalítico.
Sólo con la ayuda de Hans (Ricardo White), el aventurero e irreverente hermano que logra rastrear una pista de su paradero, Alberto logrará vencer sus resquemores para emprender el retorno a su origen primordial, donde el misterio sólo podrá ser aclarado debido a la intervención de una actriz y cantante de cabaret apodada la “Quita-Culpas” (Mahalat Sánchez), enigmático ser con el que se enredarán ambos hermanos. Entretanto, se cuenta una historia paralela que transcurre en México, lugar propicio para que el amor y el descenso hacia la locura surja entre Agobio (Gerardo del Razo) y Ramira (Ana Beatriz Martínez).
Así, la obra pulula entre el dolor del drama familiar, la pesadumbre moral y la tragedia con tintes freudianos, todo salpicados con momentos cómicos donde el sarcasmo y el absurdo acampan a sus anchas al tiempo que se hacen evidentes las diferencias culturales, religiosas e ideológicas entre ambos países, donde el sincretismo no termina de cuajar del todo, pero visto en clave humorística, donde el surrealismo nacional se presta a la perfección.
Mención aparte merece el diseño escenográfico, de estilo minimalista -que no mínimo-, y la realización del vestuario, que especialmente destaca en los hombros de la Quita-Culpas y de la multifacética Pilar Boliver, actriz que encarna a siete personajes. La atmósfera se ve enriquecida por momentos con música gitana y el uso de recursos multimedia que colaboran en simplificar la elipsis dados los saltos temporales y geográficos del montaje. El final, como en el clasicismo griego, se resuelve mediante la anagnórisis, cerrando el viaje de autodescubrimiento no sin cierto desasosiego que hace mella en el espectador. Las funciones continúan hoy a las 7pm y mañana a las 6pm, en el Teatro Libertad, 65 x 72 Centro.
Adenda: no podemos soslayar el grosero trato de la encargada del teatro, una tal Rosy Pérez, que a mi acompañante y a mí nos sacudió de los hombros cuando discretamente tomaba fotos. Al identificarme como parte de la prensa, continuó entorpeciendo la labor periodística destinada únicamente a la promoción del evento, exigiéndome un permiso especial por parte de la producción de la obra. La medida fue tan absurda, que las fotos que ilustran esta reseña las encontré y solicité en el Facebook de otras personas que acudieron a la misma función. Ojalá su incompetencia sea resuelta a la brevedad por alguna autoridad del recinto perteneciente al Centro Universitario Felipe Carrillo Puerto, pues en ningún teatro del INBA, estatal o privado del país me había ocurrido tan vergonzante situación en 10 años de oficio. Y luego todavía preguntan por qué no hay periodismo cultural en la región…