Lo conocí hace casi una década. La memoria diluye si fue en una exposición o en una de tantas veladas bohemias en su casa. Lo que sí recuerdo es que tenía una mascota que respondía al nombre de “Satie” -como el compositor impresionista francés-, lo cual me dio un indicio de que Ariel va más allá del bagaje visual que lleva a cuestas, es un hombre con una sensibilidad extraordinaria, en especial cuando se trata de la música -no por nada tiene dos hermanos que son músicos: Arturo y Omar-.
Hoy, o mejor dicho, este 2016, Ariel Guzmán cumple 45 años años de trayectoria como artista. Por tal motivo, platiqué brevemente con él para saber un poco acerca del noble oficio de pintar y enseñar artes visuales. “Siempre pinto con música”, me comenta cuando me recibe. “Mis gustos son muy diversos, van desde Pat Metheny y Miles Davis hasta Los Beatles y Panteón Rococó”, conversa antes de entrar en materia.
¿Cuál es el método o la pedagogía que utilizas con tus alumnos de arte?, le pregunto sin mucho rodeo. “La libertad, la duda y la decisión de cada uno para desarrollar a partir de su mundo interior una expulsión creativa. Lo que me interesa como maestro de pintura es seguir aprendiendo mientras enseño y seguir enseñando mientras observo”, responde muy seguro. Detrás de su gafas alcanzo a ver un brillo, quiero suponer que hablar del semillero que está logrando con sus alumnos le brinda esperanzas.
Después de tantos años como artista, ¿qué te queda por lograr o buscar? “Las sorpresas y ocurrencias, lo siempre intangible. Continuar con la búsqueda formal de todo lo que se centre en la luz, la sombra y el movimiento. Eso es lo que me interesa en cuanto a estética”, me dice cruzando la pierna mientras busca sus cigarrillos en la mesa llena de manchones de pintura, pues parte del mobiliario de su casa se utiliza en sus talleres. De hecho, más que una casa, es un taller-galería por donde se respira pintura por todas partes. Basta entrar para saber que no es el típico hogar meridano, ya que los secretos del arte se ocultan tras sus puertas.
“Es hora de ponernos serios”, pienso. Lanzo la siguiente pregunta: ¿Cuáles son los elementos pictóricos que consideras definen tu obra? Ariel no se apresura a contestar, se toma su tiempo y, entretanto, enciende uno de sus inseparables Lucky Strike: “La composición, la semiótica y, al mismo tiempo, todo lo contrario. Son las características que creo me han acompañado durante todo este tiempo”.
Mientras él saborea su cigarro, pronto se me antoja fumar también. Busco mis Delicados en el bolsillo. Como galerista, ¿qué opinión te merece el mercado del arte yucateco? ¿existe? ¿se puede vivir de ello? Dejo el humo y la pregunta en el aire, verdaderamente intrigado por su respuesta, ya que su casa en la colonia México también es conocida como la Galería Dos Mundos. “Esa es una cuestión que aún se encuentra en proceso, ya que faltan consultores profesionales que se sumerjan en el potencial de la economía del arte”, responde sin terminar del todo. “Sin estos intermediarios el mercado no puede completar su ciclo”, concluye algo reflexivo, colocando su colilla en un cenicero rústico tallado en madera.
Yo sigo fumando y continúo inquisitivo hablando del mercado: un aspecto que muchos desconocen de tu obra es el que se refiere a la decoración y a la escultura; tienes pinturas y transfers en algunos bares de la ciudad, incluso una escultura minimalista frente al edificio Black en periférico norte, me gustaría que hables un poco de estas vertientes artísticas en tu obra… “Para mí todo es lo mismo, todo está ligado”, dice rápidamente. “Jamás he pretendido separar lo comercial de lo que aparentemente es serio, ya que cuando se trata de trabajo de índole artística siempre es algo que me tomo de manera muy profesional, por eso es indivisible para mí”.
Ariel ha tocado un tema que me interesa, el profesionalismo en el arte. Él es de los pocos artistas que están en íntimo contacto con las nuevas generaciones, no sólo como maestro, sino como promotor incluyente y generador de espacios a través de obras colaborativas (como en su serie de espaldas). Intento que me cuente algo sobre esta experiencia:
“Siempre he sido un seguidor del futuro, lo que está en el sartén palpita mejor que el plato ya servido. En cuanto a la experiencia de la serie de las espaldas me llamó la atención una de sus vertientes, que es la de los caprichos del modelo, ya que intento poner en duda el mito del pintor sujeto vs. modelo objeto. En esta serie el sujeto modelo también se enfrenta al sujeto pintor, creando así una complicidad entre ambos fresca y divertida”, comenta sonriendo, y es que a lo largo de la conversación, no deja de reír. La alegría de Guzmán contrasta con tantos gestos adustos que uno se topa en el mundillo del arte yucateco, donde más que seriedad, lo que hay es pose y pretensión.
Tú que eres artista y andas en los ambientes de artes visuales, ¿cuáles dirías son los nuevos talentos en Yucatán?, inquiero con ansias, pues en el oficio del periodismo cultural evidentemente uno tiene sus favoritos. Siempre es refrescante concurrir o discrepar, saber lo que la otra persona está por responder. “Omar Said, Celina Fernández, Rodolfo Baeza y Alonso Maza, entre muchos otros…”
¿Pero por qué esos?, lo interrumpo algo impertinente. “Porque creo notar que hay una óptica inquieta en su visión”, sentencia de una manera sencilla y honesta, al grado que no me queda por dónde hurgar, mas insisto por la misma vía y continúo cuestionando. De tus contemporáneos, ¿quiénes te gustan que continúen trabajando, haciendo obra?. Un silencio se hace en esta ocasión, Ariel se lo piensa un poco más, pero no demasiado: “En Yucatán el que más me gusta de mis contemporáneos es Alberto Urzaiz”.
Durante todo la charla hemos continuado fumando y bebiendo cervezas Indio, sus favoritas. El intercambio ha sido fructífero; sin embargo, todo tiene sus bemoles: los cigarros se me han terminado. Decido cerrar la charla cuando comienzo a ponerme ansioso por otra bocanada de veneno alquitranado, ¿qué sigue para Ariel Guzmán? El pintor no lo piensa mucho, se muestra satisfecho cuando alza una mano con el índice apuntando al cielo y me responde con un grito:
-¡La sorpresa…!