Los ciclos en la ciudad son constantes, pero las ruinas en Ciudad Boutique son inevitables.
En 1976, antes de que la nomenclatura urbana fuera la que conocemos hoy en día, las calles se identificaban por esquinas cuyos nombres se labraban en piedra, acompañadas de una propia iconografía: “Esquina del Degollado”, “Esquina del Faro”, “La Flor de Mayo”.
En una vivienda ubicada en una de esas esquinas creció un árbol de higos. A la sombra del árbol cacareaban en un corral unas gallinas japonesas, de plumaje sedoso como peluche, que alegraban la vida de los propietarios.
“¿Cómo están tan lindas las gallinas?”, se preguntaban los vecinos con incredulidad y admiración.
Al poco tiempo, durante los trabajos de restauración hidráulica que requirió la cañería antigua, el plomero descubrió un cenote. Se supo entonces que las raíces del árbol bebían el agua mineralizada de esa cavidad rocosa, milagro de la naturaleza, y quienes probaron sus frutos afirmaban que eran de un dulzor y una textura extraordinarias. Quizás por eso también las gallinas tenían tan buen aspecto, acostumbradas a picotear las semillas de los frutos caídos que nadie reclamaba.
Por si no fuera suficiente tal regalo, se construyó un recinto con columnas dóricas para apreciar el paisaje que ofrecía la cavidad del cenote. Como sobraba mucho espacio y había mucha quietud se realizaron recreaciones de sacrificios mayas que atrajeron la afluencia de muchos turistas. Las gallinas japonesas se estresaron con el tumulto de gente y su plumaje perdió vida, mientras que la higuera ya no dio frutos como se esperaba, pero ahí permanecieron, en segundo plano, como un elemento más del patio central de la casa.
Mientras tanto, la nueva atracción de las recreaciones rituales significó una entrada fuerte de dinero para sus propietarios, quienes no contentos con ello, instalaron un equipo de luz y sonido y montaron espectáculos de variedades que evocaban al teatro Tívoli del centro del país. Desde entonces se popularizó esa esquina como “la del Tívoli”.
Poco a poco, el agua cristalina del cenote comenzó a tornarse turbia y pensaron que echando cloro se limpiaría, sin embargo, las doncellas sacrificadas salían del agua con los ojos infectados, así que dejaron de tirarse doncellas. En cambio, se construyó un restaurante y se cambió la fachada colonial de la casa por una de estilo neomaya, con grandes arcos que evocaban los monumentales templos de Mayapán. Adentro se edificaron réplicas a escala de las pirámides de Chichen Itzá, mascarones de Chaac y se importaron bailarinas cubanas, aprovechando la cercanía con la isla. Dejó entonces de ser un restaurante familiar y se volvió un tugurio botanero, más parecido a una película de ficheras, donde servían todo tipo de manjares mestizos: dzikilpak, cotzitos, chayitas, tacos de relleno blanco, entre otros.
Un día, durante una riña de borrachos, una de las bailarinas cubanas murió acuchillada. Entre tantas investigaciones policiales y las controversias del caso, el restaurante cerró por no tener permisos en regla. El edificio quedó en abandono y se volvió una ruina sepultada por el polvo y la vegetación. Con el paso del tiempo, el catastro municipal de Ciudad Boutique cambió el sistema de nomenclatura por una numeración de las calles. Ahora, la esquina del Tívoli se ha convertido, sencillamente, en el cruce de la calle 45 con 62, aquella donde las señoras mayas mestizas venden sobre huacales su mercancía diaria (naranjas, jícama, epazote) y no hay quien pueda removerlas de ahí.
Hoy en día, el cenote se encuentra tapado para evitar las muertes por ahogamiento de indigentes y drogadictos, pero las señoras asoman con cierta frecuencia para hacer del baño y darles algo de comer a las gallinitas japonesas.
