FIL and loving en Guadalajara

Crónica gonzo de la Feria Internacional del Libro Guadalajara 2014, en donde lo mismo aparecen rubias bien sabritas, jovencitas de sexualidad precoz, que escritores como Caparrós y Fresán, con Argentina como país invitado. Fadanelli, Bares y Villarreal, representan a México. Una lectura poco recomendable...

*Una crónica gonzo de la FIL 2014, que con motivo de una nueva edición ha sido -literalmente- desempolvada de los archivos inéditos del Señor T, nuestro corresponsal.

Llegué a la FIL 2014 con mis propios recursos, ya a que a pesar de ser periodista cultural en diversos medios ninguno se aventó a patrocinarme, mucho menos pagarme. Mi única esperanza era escribir un reportaje o reseña, luego ver dónde publicarlo y que me pagaran la publicación en calidad de freelance, of course.  Esto me daba la libertad de ir y hacer lo que quisiera, incluso reservarme el derecho de no escribir sobre ello. Pero opté por jugármela debido a un correo del editor en jefe de un periódico de provincia donde solía colaborar…

Estimado Sr. T:

Dada su residencia en el D.F. y su cercanía con Guadalajara, en caso de asistir le manifestamos nuestro interés en que colabore de nuevo con nosotros a manera de corresponsal únicamente para cubrir el evento denominado Feria Internacional del Libro 2014, su vigésima octava edición, que por demás es del interés de este rotativo.

Cualquier propuesta que tenga será tomada en consideración y remunerada en caso de publicarse.fil

-BLA BLA BLA & ¡¡BAH!! –exclamé cuando lo leí. -¿Consideración, en caso de…?

“Qué chingados se creen estos cabronazos? Hahaha. Prefiero ir de paseo, pago por ver”, pensé en ese momento. “Ya si de ahí sale algo, aunque sea para las chelas, ya es ganancia. Pero no te comprometas a nada”, concluí.

¿Cómo podría algún medio “decente” publicar la verdad sobre lo que vi, escuché y esnifé durante mi estancia en Guadalajara? Y si no podría decir mi versión de las cosas, ¿qué caso tenía? Mientras consideraba si caminar por los pasillos como mero espectador o reportero estas eran las consideraciones que revoloteaban en mi cabeza, a sabiendas de que ningún periodista real deja de serlo en ningún momento.

Para mí era necesario un enfoque, un asidero que indicara con qué ojos miraría un monstruo llamado la Feria Internacional del Libro, lugar que aglutinó en un par de semanas 767 mil 200 visitantes entre escritores, académicos, libreros, lectores y villamelones. Y es que mas que feria al recorrer sus pasillos uno tiene la sensación de estar en un gran tianguis del libro, donde la mercancía se tasa por kilo y precio, no tanto por calidad literaria. ¿Pero a quién le importa la literatura cuando se trata de libros y de figurar?

Tenía del 29 de noviembre al 7 de diciembre, así que consultando el programa opté por viajar para Jalisco los últimos 3 días de la feria, con la secreta esperanza de que aquella rubia nalgona que vivía ahí me aceptara entre sus piernas. Para ello, tendría que hacerme de un hotel bueno, bonito y muy barato, cercano a Expo Guadalajara, sede del merequetengue editorial.

 

…LA PRIMERA VENIDA…

Me apeé del autobús y tomé un taxi para recorrer zonas aledañas hasta que después de varios intentos infructuosos finalmente me decidí a caminar y preguntar de hotel en hotel, pues la ocupación hotelera estaba al tope. No es casualidad que el foro reportara una derrama económica anual de 9,656 millones de pesos, según declarara a la prensa Horacio Vásquez Parada, director del recinto.

Ya en el hotel, llamé a mi amiga y amante ocasional. No tenía prisa por llegar y era de vital urgencia que mudara sus cosas, pues había aceptado pasar el fin de semana hospedada conmigo. Después de fingir ponernos al día, comenzaron los besos y la cogedera. Ella quería esperar hasta la noche, pero no le vi ningún sentido. Mi viaje de vacaciones-pseudo-trabajo iniciaba.

Dedicado a V
Dedicado a V, por sus amabilidades y franca hospitalidad.

Luego de darnos una ducha, beber unas cervezas y fumar un porro nos despedimos momentáneamente: ella tenía que trabajar y yo, bueno, tenía que ir a la FIL. Era viernes por la tarde y la fila de entrada se extendía por cientos de metros. Esa noche se celebraba la venta nocturna que según dijo una semana después el presidente de la feria, Raúl Padilla López, tan sólo ese día registró 29 mil visitantes. Cuando al fin entré, mis nervios quedaron obnubilados por la profusión masiva de gente, anuncios, estantes y actividades en el programa. Por lo que decidí simplemente dejarme llevar y fluir entre la marejada de personas.

Divisé al editor Mauricio Bares, quien caminaba presuroso haciéndose espacio como fuera:

-Hola, Anónimo –lo saludé aludiendo a su alterego literario, el escritor marginal Anónimo Hernández.

-Qué tal mi estimado –extendió una mano mientras con la otra cargaba numerosos libros y papeles que llevaba al stand de Nitro Press, su editorial.

-¿Cómo va este desmadre?

-Es de locos, un chingo de gente, conferencias a reventar y unos precios con los cuales es imposible competir como independiente, casi casi te avientan los libros a la cara las grandes editoriales –dijo con fastidio.

-… -gesticulé haciendo mutis.

-Pero bueno, te dejo, ando complicado con esto –se despidió señalando la carga que llevaba.

-Nos vemos por allá al rato, me doy una vuelta a ver qué traen…

Seguí mi camino ya que la famosa venta nocturna comenzaba a recibir más y más gente, haciendo casi imposible revisar libros a gusto. Literalmente era una jungla de papel y tinta que rebosaba de ambiciones y pretensiones.

Mauricio Bares, director de Nitro Press
Mauricio Bares, director de Nitro Press

-TSCHHHHKKKKKBRRRROOOOOMZZZZZZIIIIIIIDDDDDD –chillaron los altavoces del foro.

-A TODOS NUESTROS VISITANTES LES ANUNCIAMOS QUE OFICIALMENTE HA DADO INICIO LA VENTA NOCTURNA DE LA 29 EDICIÓN DE LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO EN GUADALAJARA. FELICES COMPRAS, BIENVENIDOS –dijo la engolada voz de una señorita a través de las bocinas.

Entonces, como si fuera la señal largamente esperada, unos se miraron a otros, fingiendo tranquilidad. Pero la marejada de compradores comenzó a moverse más rápido, atiborrando los pasillos que tenían nombres como “Avenida Cuentistas”, “Calle Novela”, “Callejón Gandhi” y así por el estilo, cualquier mierda aludiendo la literatura o los libros que pudiera guiarnos entre los pasillos enmarañados no de lectores, sino de consumidores, los más jóvenes sonriendo, pasando un gran momento, tonteando y divirtiéndose, pero otros, los maduros como yo mismo, ven libros con una insufrible cara-seria-de-mamón-que-se-cree-muy-mierda y que parece que sabe lo que hace, sin saber absolutamente nada. Por supuesto.

Las carteras se abrían por doquier, kichink kichink hacían las cajas registradoras, los plásticos se daban con la soltura del mexicano que sabe que para vivir en este país hay que vivir del crédito, siempre sonriendo y dejando que otros vivan de ti. ¿Qué importan los intereses o si ya me pasé de mi presupuesto? Quiero ese maldito libro, ¿por qué? Porque es una ganga. Sólo por eso.

Y entonces ocurrió. Empecé a ver más y más libros, caí de lleno en el juego, en esa batalla contra el tiempo y el bolsillo, a pesar de que antes de salir de la ciudad de México me había prometido a mi mismo controlarme, no caer en la impulsividad. “Unos cuantos libritos absolutamente indispensables y ya, eso es todo, te regresas ligero, ¡no te claves cabrón!”, prometí en el autobús que me llevó al evento editorial más salvaje del continente americano.

Pasadas un par de horas, ya venía yo con dos bolsas llenas de libros tambaleantes y el bolsillo trasero del pantalón lleno de bauchers, ya que pretendía sacar las cuentas de las pérdidas cuando estuviera de regreso en la ciudad monstruo. Nunca lo hice, hasta hoy lo único que sé es que gasté un estimado de 4 mil pesos en material que de seguro no alcanzaré a leer en todo el año que viene.

Fue en esos momentos que el chamuco de la cleptomanía comenzó a apoderarse de mí compulsivamente. Después de haber visto la mayoría de los stands, lo que estaban ofertando y los distintos métodos de cobro y atención, se me ocurrió la estúpida idea de que allá y acullá podía birlarme unos libros. “¿Quién no lo ha hecho?”, reflexioné. “Después de todo, robarse un libro es parte de la picaresca hispánica, somos parte de ello, no hacerlo sería un insulto. Además, es terrorismo anárquico en contra de las empresas transnacionales que asfixian las ediciones independientes, a los autores marginales y ninguneados como Yolanda o Miguelito el rey de los pastelitos…”

Una vez decidido, tomé valor. No era el objetivo, pero si me encontraba uno de esos libros raros de 100 páginas con precio de $500 pesos y formatos preciosos, tal vez podría meterme uno de ellos en la chamarra. O dejarlo caer sutilmente en mis bolsas de compras, prueba innegable de que soy buen cliente y de que tengo con qué pagar. Porque los clientes así tenemos con qué pagar, pero no siempre queremos hacerlo. A veces, sólo a veces, es divertido cosechar una flor del jardín ajeno. Malditos, malditos todos.

El libro en cuestión
El libro en cuestión

La oportunidad llegó en la editorial Sexto Piso, empresa que distribuye Impedimenta, cuyos libros -debo confesar- son mi gusto culpable. Sus diseños me atraen y su selección de grandes autores, típicos y atípicos, pero con obras poco conocidas y en inmejorables traducciones, eran un gancho difícil de eludir. “Magnitud imaginaria” de Stanislaw Lem fue el botín elegido por mis ojos aviesos de un libro caro, pagable, pero cuyo precio se me hacía una mentada de madre para la clase trabajadora del país, máxime si la clase a la que uno pertenece es la de los periodistas-muertos-de-hambre o freelance-me-gusta-ser-libre-aunque-robe.

Y justo lo tenía en la mano bien oculto bajo mis bolsas y el programa de mano de la FIL, que en formato tabloide se podía doblar a la perfección y ocultar un libro de Soseki dentro. No un Terra Nostra, claro, pero ¿quién quiere otro libraco de Fuentes? En todo caso, si de mexicanos se trataba, Fernando del Paso, el homenajeado de la ocasión sería el indicado. Ya me dirigía muy orondo y seguro hacia la salida, sin guardias a la vista, cuando me percaté de que a la izquierda todos ellos se encontraban distraídos con unos chavos enmochilados llenos de libros robados.

Una semana después casi apago mi cigarro mañanero en el café instantáneo que suelo desayunar, cuando leí una nota en “El Universal” haciendo referencia al asunto: al parecer, los tres tipos habían robado ochenta libros con un valor de 18 mil morlacos, yendo de stand en stand. Algunos de los autores que tenían eran Vargas Llosa, García Márquez, y Conan Doyle, de editoriales como Tomo, Diana, Porrúa, Tusquets, etc. “Pendejos”, pensé mientras daba un sorbo. “No sólo robaron un chingo de libros baratos y fácilmente conseguibles, sino de autores tan básicos que dan pena”. Más tarde supe que habían salido libres debido a que los afectados no acudieron a ratificar la denuncia por robo. En ese momento me alegré de haberlos visto cuando fueron descubiertos, dándome la vuelta y regresando el libro de Lem a su lugar. No volví a sentirme tentado por el resto de la feria.

-CRSSHHHHHHHDUUUBDUUBBBDUB –encendieron de nuevo los altavoces.

-LES INFORMAMOS A TODOS QUE LA VENTA NOCTURNA ESTÁ POR FINALIZAR –anunció un tipo parcamente, casi haciéndome extrañar la voz joven y fresca de la señorita de la tarde.

Quisiera decir que caminé hacia la salida, pero la verdad sea dicha, me arrastré. Tenía los pies hinchados y los brazos cansados por tanto peso. Casi me sentí de nuevo como aquel adolescente encorvada por su mochila llena de libros de los cuales la mitad no tenían nada que ver con la escuela. Ese día el saldo de la afluencia de gente con boleto pagado fue de 29 mil asistentes.

 

PRIMA NOCTE

Eran las 11PM y yo ya estaba libre, bastante frito y sin ningún plan seguro un viernes en la noche, 5 de diciembre, cuando se supone en todas parte ese fervor navideño se une con el fervor etílico. Le llamé a V, pedazo de deliciosa carne blanca que sería mi Virgilio en calzones para ese fin de semana. Acordamos vernos en el hotel. Descargué mis cosas y sin reparar de nuevo en el cerro de libros, le presté toda mi atención.

-¿Qué quieres hacer mi cielo? –pregunté caballerosa y atentamente mirando su pecoso escote con disimulo.

-Lo que tú quieras, mi amor –respondió condescendiente y juguetona-. Aunque a decir verdad, ayer salí de fiesta y ando de bajada… ¿tienes coca?

No pensaba quedarme encerrado la primera de dos noches en Guadalajara, así que propuse fuéramos a algún bar en lo que me contactaba con un viejo camarada yonqui, escritor con un par de libros publicados y que fueron poco distribuidos en su momento. Seguro él podría orientarme, ya que la güera decía no tener díler. Sólo se atizaba de drogas cuando casualmente aparecían. Capté el mensaje.

Aprovechando que ella tenía auto, le pedí me paseara por la Avenida Chapultepec, centro neurálgico de los bares, calle emblemática donde era probable ocurriera algo, cualquier cosa. Grande fue mi decepción ante la vista de juniors y chicas fresa, en bares y antros convencionales sin una pisca de estilo, algo que definitivamente no era lo que estaba buscando.

Paseo Chapultepec de noche
Paseo Chapultepec de noche.

Para entonces mi amigo, Chávez, había contestado mis mensajes de celular. Decía que le cayéramos a su casa, no muy lejos de donde estábamos. Al llegar, nos recibió con unas cervezas y una generosa bolsa llena de mota.

-Qué plan tienen? ¿Llamamos al dealer? –propuso ansioso.

Valeria y yo nos miramos.

-Obvio microbio, ¿qué hay y de a cuánto? –averigüé primero, ya que siendo foráneo, desconocía el mercado del narcomenudeo. Algo que según supe después, era un creciente problema en Guadalajara, pues la plaza estaba ocupada y manejada por la “Familia Michoacana”, responsable en gran parte de la violencia que aquejaba ciertas zonas de la ciudad.

En lo que llegaba nuestro pedido, Chávez ya tenía listos los porros y comenzamos a quemarle las barbas al diablo. Chávez era un caso curioso, pues a pesar de su evidente talento y vocación como narrador, como tantos otros se había metido de lleno a la academia, razón por la cual residía en la ciudad con beca para estudiar una maestría en literatura mexicana. Casualmente su tesis había sido sobre “Palinuro de México”, de Fernando del Paso.

-Es que T, no puede ser que no la hayas leído –increpó. Si puedes cómprala mañana y léela ya, es fundamental que lo hagas.

-Sí, tengo ganas de entrarle, pero por ahora mi lista de autores a leer está copada mi buen.

-No puede ser, ¿quién mejor que del Paso? –dijo indignado.

-Bueno, la literatura se circunscribe a muchos otros países, al menos la que me gusta –respondí enumerando los autores que me interesaban al momento, casi todos de Europa Oriental por cuestión de afinidades electivas (y no de pretensión ni desdén a lo hispano).

-No, bueno, haz un lugar entre aquellos y léelo, no te vas a arrepentir –insistió algo obsesionado, como doliente académico obligado a dedicarse a estudios exhaustivos de un solo tópico o autor.

Harta de seguir pachequeando, Valeria empezaba a impacientarse. “La hierba estaba bien, ¿pero a qué hora llegarían las drogas de verdad?”. Parecía decirme con sus ojos color ámbar. Justo estábamos por llamar de nuevo cuando tocaron al portón negro de la casa de un piso. Nuestra orden había llegado: tachas, cocaína y ácidos. Directo hasta la puerta de tu hogar.

Sosegados ante la deliciosa visión, procedimos a inhalar un poco. Usé una llave para darme unos pericazos mesurados……………………..no quería ponerme hasta la madre demasiado temprano, pendiente de los deberes propios de mi sexo (que más tarde tendría que cumplir). Una raya demás al tigre y el tigre podía volverse un gatito. Valeria sacó un billete y se sirvió un par de líneas, largas y gruesas, como sus piernas:

-Sssnnnnfffffff, sssnnnfffffff -………………………………

Le dio con ganas la condenada. Después, sin perder el glamour, pidió el tocador. Esteban y yo sólo nos miramos de reojo y comentamos por lo bajo: “se ve que le gusta el polvo a tu amiguita”. “Polvos, le gustan los polvos”, agregué. Pronto regresó del baño, fresca y maquillada, recobrando el control que parecía haber perdido ante su ansiedad.

-¿Y ahora pa´ dónde?

baramerica-guadalajara2
Interior del Bar Américas.

“Bar Américas” se llamaba el antro al que Chávez nos había acompañado. Ubicado en la Avenida las Américas en la colonia Ladrón de Guevara, una zona no tan céntrica pero aún dentro de la enormidad de la capital de Jalisco, a la cual se habían sumado las áreas conurbadas como Zapopan.

Cuando llegamos al lugar ya nos habíamos comido medio ácido cada quién. Esteban nos aseguró era el antro indicado, idóneo para “vampiros y zombies” como nosotros; es decir, gente con químicos encima y que por lo mismo no podría dormir en toda la noche. El sitio era conocido por cerrar hasta las 7AM, un horario con el cual pocos antros podían competir.

La atmósfera oscura de la nave con dos niveles era peculiar, escasas luces y lásers hacían juego con la electrónica dubstep que tocaba el DJ. Las criaturas de la noche se bamboleaban con el vaivén espasmódico de un loop interminable:

-BEEEEEENNNN BABABABABBBOOOOOM, BEEEEENNNNN… -repetían las bocinas con woofers que reverberaban en el vidrio de tu cuba o cerveza.

Ya puestos en el viaje, intentamos sostener una conversación entre los tres pero, incapaces de concentrarnos, poco a poco nos fuimos aislando uno del otro hasta que cada quién fue perdiéndose por su lado. Me fui a explorar el baño, mi vejiga llevaba varios tragos en su haber.

Recuerdo haberme maravillado de los tipos que hacían antesala en el pasillo de los mingitorios, ofreciendo todo tipo de drogas después de echarte una breve mirada. “A toda madre, en este lugar sí se consiguen donde sea a precios populares”, pensé inconscientemente, “es mi clase de lugar”. La noche transcurrió en esos ires y venires, hasta que me di cuenta de que estaba bostezando. Urgí a Valeria para irnos al hotel, pero ella me dijo que aguantara, pues seguía trabada con el químico: andaba todavía muy en su pedo y sin sueño ni ganas de nada. Hice acopio de fuerza para no ser el aguafiestas y salí a darme un atracón de tacos en la esquina, para reponer energías. Al margen del viaje en autobús, mi día había sido muy largo.

Despertamos en pelotas, sólo por ese detalle creo que cogimos o algo así, pues no recordaba el regreso ni nada. Excepto el amanecer. Alrededor de las 11AM fuimos a desayunar unas tortas ahogadas malísimas. Me sentía desfallecer, la desvelada y la cruda eran demasiado para mí. Sin un empujón no podría afrontar el largo sábado en la FIL. Por suerte, antes de irse a atender sus asuntos, Valeria sacó la bolsita con el resto de coca que le quedaba. La compartimos en el auto, nos dimos un beso y me fui para Expo Guadalajara.

Caparrós y su insufrible bigote
Caparrós y su insufrible bigote

Llegué malhumorado y echando humo para no dormirme. A la entrada había un stand de cerveza que me alivianó inmediatamente. Cargaba la seca conmigo y necesitaba humedecer las neuronas para echarlas a andar. Argentina era el país invitado en esta ocasión, el año anterior había sido Israel. Hurgué en el programa y me fui a la presentación de Tierra Adentro, donde el periodista y escritor Martín Caparrós tendría una intervención. Contrario a lo que se esperaba, su colaboración consistía en algunos poemas que, según él, pudorosamente había decidido publicar en la revista mexicana.

-Si les aburren los poemas pueden silbar –advirtió antes de comenzar, bromeando en apariencia.

Su tono, su lectura, fueron largos y monótonos. Un valiente silbó. Toda la concurrencia pensó que sonreiría y se detendría. Dudó entre seguir o no, hasta que tocado en su inflamado ego, preguntó quién había sido el silbante. Todos nos miramos entre nosotros, pero nadie asumió la responsabilidad. Esto pareció irritarle más. La presentación continuó.

Abordé a Rodrigo Fresán a la salida, quien había estado presente en calidad de espectador. Siendo sincero, su trabajo lo conocía únicamente como traductor en “Los inquilinos de Moonbloom”, novela del malogrado Lewis Wallant. Lo abordé para felicitarlo e intercambiar impresiones. En eso, un chico se acercó para pedirle una foto argumentando que era su admirador.

-¿Para qué quieres una foto mía? No le veo el sentido –dijo mamonamente al pobre muchacho.

-…como recuerdo, como recuerdo de que lo conocí… –respondió un poco inseguro.

Accedió a tomarse la foto, momento en el que aproveché para irme. Ni él ni Caparrós me habían causado buena impresión. Eran de esos escritores que mas valía leer que conocer, ya que su enorme ego -y el estereotipo bien ganado de la argentinidad presumida- los habían hecho ante mis ojos un par de gauchos insufribles.

Rodrigo Fresán, escritor y traductor
Rodrigo Fresán, escritor y traductor.

Bajé a los pasillos, pues al margen de los grandes salones de conferencias, también en los stands de las editoriales habría presentaciones y sesiones de firmas. Supe que Guillermo Fadanelli presentaría “El hombre nacido en Danzig”, en Almadía, así que dirigí mis pasos hacia allá. Afortunadamente, la presentación fue divertida y desenfadada, acompañada de mezcales de cortesía y descuentos para todos los asistentes. Algo muy diferente de las otras presentaciones y charlas a las cuales asistí y de la cual no vale la pena hablar ahora ni nunca.

Compré un ejemplar y me acerqué para que me lo firmara. Aproveché comentarle de otras cosas suyas que había leído, manifestando que era periodista y mi interés por hacerle una extensa entrevista. Platicamos un rato sobre menesteres literarios y aprovechamos brindar con más mezcal. El tipo me había parecido agradable y sencillo, sin la pose que muchos le achacan. No sé si era mi encuentro con tantos argentinos, pero el mexicano se me figuró la otra cara de la pretensión que abundaba en la feria.

Para entonces ya eran las 5PM, el efecto de la cocaína se había pasado y comenzaban a temblarme las piernas. Me fui al baño ya que había recordado que aún me quedaba un cuartito de LSD. Montado en la ola que me recorría la espina, me topé con Rogelio Villarreal, editor de Replicante, a quien acompañé con la intención de platicar, pues éramos viejos conocidos.

En el camino, nos encontramos con Xavier Velasco, novelista bestseller e ídolo de muchos pubertos por su novela “El diablo guardián”. El tipo se vestía y se comportaba como un rockstar. La chaviza se le echaba encima y no pocas mujeres guapas se tomaban fotos con él. No sé si fue el viaje ácido, pero esto fue demasiado para mí. Rogelio lo saludó brevemente y yo aproveché para despedirme a pesar de su invitación para ir al bar “Pigalle”.

Xavier Velasco, el pseudorockstar de las letras mexicanas
Xavier Velasco, el pseudorockstar de las letras mexicanas.

Decidí dar por terminado el día y le llamé a V. Ahí se arruinó mi gran viaje: un amigo cercano había fallecido y ya no podría verme esa noche. No se sentía con ganas y al día siguiente muy temprano acudiría al velorio. Al verme solo, ligué con una morrilla fan de Vargas Llosa en una de las tantas filas para firmas que se iban formando al interior del recinto. Su acento era francamente encantador y sus mejillas sonrosadas me indicaban que era muy jovencita, aunque mayor de edad -me cercioré de ello, of course-.

Pero ahí estaba ella, fascinada por mi plática de hombre de mundo, coqueta como sólo una chica de 19 años lo puede ser. A esas alturas ya poco me importaba la moralidad del asunto, eso lo dejo para los clérigos y la PGJ. Salimos cargados de libros, la clausura de la FIL 2014 estaría a cargo de Los Enanitos Verdes, grupo argentino que ya había visto hasta la saciedad. Pero la nena quería ir, ¿y quién era yo para romperle sus ilusiones?

Los Enanitos Verdes (2014) FIL Guadalajara - Sábado 6 de diciembre - Invitado : Alejandro Marcovich (ex caifanes) Photo: Salvador Tabares fb.com/stabaresfoto
Los Enanitos Verdes (2014) FIL Guadalajara

Fumaba y coreaba sin mucha intención cuando ella me tomó la mano con la suya, un tanto húmeda. Sensaciones largamente perdidas vinieron a mi, la nostalgia de pubertad me recorrió la espina y la entrepierna -¿o eran resabios del químico dentro de mi cuerpo?-. Cuando el grupo terminó ella rompió el encanto de la noche y mi corazón: -Cariño, me tengo que ir, mi padre viene por mí y está por llegar.

¡Carajo! Ya me veía yo montado en sus ancas como un auténtico jalisquillo domando a su potra zaina, y es que estaba grandota la condenada. “En mis tiempos no las hacían así”, rememoré, resignado. La acompañé a unos metros del punto de encuentro todavía con nuestros dedos entrelazados en una fusión sudorosa y emotiva. Fue entonces cuando me dio el mejor regalo que un treintañero -o cualquiera para el caso- puede recibir: dejó caer las bolsas de libros sobre el piso y, parada sobre las puntas de sus tenis, se colgó de mi cuello y hombros para meterme la lengua hasta la garganta, en un besote endemoniado que casi provoca que se me rompan las costuras del pantalón.

Debo admitir que pocas veces en mi vida -y desde entonces- me han besado así. Y menos una chiquilla, pero insisto, algo tiene la carne de res de este lugar que las pone a punto, como un buen corte a término medio. Así como entró, se alejó de mi vida con promesas de reencuentros que nunca se habrían de cumplir, y la miré alejarse con sus libros de gustos tan disímiles a los míos. Suspiré y encendí un cigarrillo. Al no tener nada qué hacer y todavía perdido por la droga, decidí tomar el último autobús hacia la ciudad de México. Recogí mis libros y mi maleta en el hotel.

En el autobús me tocó sentarme detrás de un luchador famoso, un rubio falso de cuyo nombre dudo mucho acordarme. Mi viaje a Guadalajara y a la FIL había terminado en pánico, asco, sudor e, incluso, amor. Un par de días después, publiqué lo siguiente en un diario de provincia que se había comprometido a pagarme, algo simbólico, como siempre:

 

Sobre la FIL 2014

-Sábado, 20 Dic, 2014-

A pesar de la presencia de escritores tanto de Argentina (país invitado) como mexicanos y de diversas latitudes, el best seller sigue siendo el rey indiscutible de eventos como la Fil.

Por motivos de turismo cultural, tuve la oportunidad de estar presente en la Feria Internacional del Libro que año tras año se celebra en Guadalajara, Jalisco. Así que durante los días comprendidos entre el 28 de noviembre y el 7 de diciembre, tanto lectores como escritores, editores y distribuidores pudieron reunirse en esta magna fiesta que hoy día es la más grande celebración del libro en Latinoamérica.

Dado lo anterior, resulta paradójico que se realice en un país con tan bajos índices de lectura como lo es México, cuyo promedio anual oscila entre uno y dos libros por persona, bajísimo si lo comparamos con otros países del orbe (en el estudio “Hábitos de Lectura”, elaborado por la OCDE y la Unesco en el 2013, México se posicionó en el puesto 107 de 108 países).

Pero, ¿cómo es posible que una feria del libro sea punta de lanza de un país que no lee? Y sobre todo, ¿cuáles son las razones de que sea un éxito tanto a nivel comercial y económico como mediático? Según Raúl Padilla, presidente de la FIL, el 95% de los asistentes compraron al menos un libro; si tomamos en cuenta que la afluencia este año fue de 760 mil personas podemos encontrar la respuesta: la masificación de la demanda corresponde a una amplia oferta.

Sin embargo, contrario a lo que pudiera parecer dada la cantidad de invitados y la relevancia mediática, la literatura como tal no es reina de este evento, cuestión que se puede comprobar fácilmente al consultar algunos de los libros más vendidos: El niño con el pijama de rayas (John Boyne), El umbral de la eternidad (Ken Follet), El alquimista (Paulo Coelho), Cincuenta sombras de Grey (E.L. James), Rayuela (Julio Cortázar), Los juegos del hambre (Suzanne Collins), etc.

A pesar de la presencia de escritores tanto de Argentina (país invitado) como mexicanos y de diversas latitudes, el best seller sigue siendo el rey indiscutible de este tipo de eventos. Pude comprobarlo de primera mano, ya que el homenaje a Emmanuel Carballo, padre de la crítica literaria contemporánea en México, fue algo deslucido, cuestión que señaló Hernán Lara Zavala y con la cual concurro, pues, en contraste, la presentación de Tonya Hurley, autora de Ghost Girl, recibió plena atención mediática y tuvo público a reventar.

Entonces, ¿dónde queda el libro, o mejor dicho, la literatura? Fuera de los reflectores donde pretendemos encontrarla, pues aquélla habita en un olvidado rincón en uno de los tantos pasillos de la feria, donde una adolescente amodorrada sobre un almohadón abre por primera vez un libro de Joseph Conrad que habrá de iluminar su corazón lector más allá de la oscuridad…

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