Dicen que la tercera es la vencida, y con el nombramiento de Enrique Martín Briceño como director general de la Feria Internacional de la Lectura en Yucatán, las expectativas son altas. Sus anteriores titulares, Rafael Morcillo y Rodolfo Cobos, si bien hicieron valiosas aportaciones, no lograron que se posicione entre las principales ferias a nivel nacional.
A pesar de contar con todo el respaldo de la UADY y de diversas instituciones de gobierno, hasta la fecha se sigue percibiendo como una feria provinciana con poca trascendencia más allá de la península. Esto se debe a varias razones, como el hecho de que año con año se repiten la mayoría de los autores invitados, muchos de los cuales están lejos de ser los protagonistas de la literatura mexicana contemporánea.
Poco a poco habría que deslindarse de la influencia que los consorcios editoriales ejercen sobre la FILEY, dado que ellos tienen la última palabra acerca de quiénes vienen a Yucatán, anteponiendo sus intereses comerciales orientados hacia las novedades y escritores más vendidos del momento por encima de la calidad o atractivo literario.
Después de todo, no se puede soslayar que se trata de una feria de la lectura, y no uno más de los mercados cuyo objetivo es vender libros al por mayor. Por ello, no es de extrañar que la mayoría de la gente acuda sólo para hacer compras, sin quedarse a las actividades que tienen lugar, a menudo, frente auditorios semivacíos.
Asimismo, los premios anuales que otorga, han sido ampliamente criticados por su falta de una metodología clara y la opacidad ética del jurado, en los cuales incluso los directores habían formado parte. Este es el caso del Premio Nacional de Periodismo Cultural y el Premio Excelencia en las Letras “José Emilio Pacheco”, en los cuales tienen injerencia asociaciones privadas y, por ende, personas con gustos muy particulares ajenos al interés público. De hecho, no pocos medios y comunicadores locales se han visto beneficiados con jugosos convenios y tratos exclusivos.
También ya se ha dicho hasta la saciedad que uno de los objetivos primordiales de la FILEY debería ser dignificar y visibilizar el trabajo de los creadores yucatecos, ya que el intercambio con vacas sagradas del espectro internacional y nacional ha sido desigual. Mientras ellos figuran y son bien remunerados, nuestros escritores se desviven en labores y voluntariados, regalando su trabajo con tal de poder participar, cuando su lugar debería estar garantizado y, sobre todo, valorado.
La comunicación de la FILEY ha dejado mucho que desear, pues a pesar de sonados escándalos en el pasado, no ha podido remover a varios personajes incrustados en la nómina de la UADY, cuyo trabajo a nivel de promoción y difusión ha sido mediocre. Se requiere un cambio y un orden organizacional de raíz, así como transparentar los procesos institucionales.
Además, urge un consejo ciudadano compuesto por intelectuales locales que asesoren y coadyuven a conformar las directrices artísticas de esta feria, la cual no podrá mejorar hasta que se ponga fin a las prácticas arriba expuestas. Dicho lo anterior, el reto que enfrenta Martín Briceño es mayúsculo; esperemos su experiencia y capacidad lo haga salir avante en la encomienda.