El concierto dio inicio con la obertura Las Hébridas de Mendelssohn, una obra que fue inspirada por su viaje a las enigmáticas cuevas escocesas de Fingal en 1829. Desde el inicio se configuran texturas sonoras densas y matizadas, la amalgama orquestal parece pictórica. Las violas, los cellos y los fagotes comienzan pincelando el tema mientras la cuerda aporta una base etérea, quizás una representación de la organicidad y el movimiento del agua y el viento. La batuta del avezado director fusionaba las interacciones entre secciones orquestales, permitiendo que cada timbre evocara la majestuosidad de la costa escocesa sin descuidar las regulaciones dinámicas que al oído moderno pueden resultar en la sensación de un poema sinfónico con carácter casi cinematográfico.
El desarrollo central intensificó esta narrativa con modulaciones que evidenciaron el virtuosísimo manejo de texturas. Aquí, Mendelssohn se vale de las maderas para construir pasajes líricos y a la cuerda intercalada con metales para marcar transiciones, generando una sensación envolvente y guiando la evolución de la pieza a través de un pulcro pero potente equilibrio tímbrico. En la recapitulación, el compositor reconfigura las disposiciones orquestales de los dos temas, reagrupando la cuerda, las maderas y los metales tan solo para conducirnos hasta la conclusión, una mesurada flauta y precisos pizzicati aparecen como culminación de un estrepitoso devenir previo.
Después de una considerable reducción del cuerpo orquestal para producir la atmósfera de un umbral del cambio histórico – […] una joya del período clásico temprano, escribe el crítico musical Máximo Hernández en el programa de mano–, el magnífico flautista primero de la orquesta Joaquín Melo esculpe una serena interpretación para una arquitectura musical de inigualable sensibilidad. La pequeña orquesta y el continuo unificaron las innovaciones barrocas con los ideales clásicos desarrollando cada matiz orquestal con suma delicadeza. La disposición de los pasajes en las cuerdas y alientos creaban ecos suaves y, a veces, inesperados, a la vez que la claridad de la línea melódica se elevaba en las secciones gobernadas por la cuerda.
Con todo, la interacción inicial entre la flauta y la orquesta fue en un diálogo meticuloso que trajo al relieve la convergencia del rigor técnico con la sensibilidad poética. En el Largo, la flauta deviene voz operática, con un solo que manifiesta la penetrante corporalidad que el instrumento es capaz de producir. La multifacética textura, a título personal, me impulsó hacia un viaje emocional lleno de matices rítmicos y dinámicos que concluyó con el galante Presto, que fluyó sin obstáculos hasta la última cadencia. ¡Bravo, Joaquín!
Después del intermedio, la orquesta nos regaló una libre y musicalmente intensa toma de la Sinfonía No. 5 de Tchaikovsky, compuesta en 1888. El primer movimiento introduce el tema del destino con la evocadora voz de los clarinetes, generando un ambiente que oscilaba entre una devastadora melancolía y una triunfal afirmación. En el Andante cantabile con alcuna licenza se distinguió uno de los solos de trompeta más conmovedores, donde la melodía, impregnada de un profundo anhelo, invita a una trascender la mera ornamentación para abordar terrenos que colindan búsquedas existenciales.
La interacción de los distintos timbres orquestales en este movimiento realza la estructura formal, invitando a una reflexión casi filosófica. En el interludio del vals del tercer movimiento, los pizzicati y la sutil conversación entre maderas revelaban una ligereza efímera contrastando y recordando la dualidad inherente entre la forma y el contenido de toda obra sinfónica. El movimiento final transforma el motivo del destino en un himno de triunfo, la orquestación se hace decisiva para cerrar la narrativa de manera resoluta y con un barroquísimo recurso, Tchaikovsky culmina con un cambio a modo mayor que simboliza la transmutación.
En este encuentro de estilos y épocas, la orquesta nos recordó que la música, como espejo de la dualidad humana, puede sintetizar, estructurar y liberar. Cada nota fue un susurro del alma y cada silencio, una pausa que acogía el eco eterno del ser. ¡Bravo! ¡Gracias, OSY!