Improvisación y arte sonoro, al límite de lo comprensible

Diego Elizarraraz hace una crónica de lo acontecido a finales de octubre en el Centro Cultural Olimpo, cuando la dupla formada por los músicos Carmen Maldonado y Amaury León Sosa presentó una obra de improvisación bajo el nombre: “El efecto cuántico y la suerte fenomenal”. ¡No dejes de leerla...!

Hace tiempo que no presenciaba la puesta de una obra llena de riquezas improvisatorias como la del pasado domingo 27 de octubre en la sala principal del Centro Cultural Olimpo. Una dupla formada por los maravillosos músicos Carmen Maldonado Martínez y Amaury León Sosa presentó una obra bajo el nombre: “El efecto cuántico y la suerte fenomenal”. Un título que de antemano guiña esta fascinante área de la física que estudia los cuantos de energía y que –podríamos imaginar–, anticipa ya un marco de escucha y recepción a priori. Aunque la propuesta duró casi una hora, le percibí como un breve pero particularísimo instante. No quería que acabase.

Desde mediados del siglo pasado se ha se ha desarrollado la problemática del fenómeno de la obra abierta en el arte contemporáneo –para aquellos interesados, es una delicia saltar entre ensayos[1] que discurren en el cauce de ese río filosófico–, pero en esta ocasión el que escribe intenta dar un recuento de cómo este humano escuchó/vivió una de estas obras musicales, que puede transitar entre grados epistemológicos –al menos en un contexto atemporal–, cuando cada ser en la audiencia se apropia o no de ella y le interpreta -o no- a la par que le recibe.

A golpe de vista, sobre el escenario, una multitud de instrumentos, en su mayoría de percusión, dispuestos en tres distintivos grupos. De un lado, un grupo compuesto por bongoes, tarola, un cencerro y otras pequeñas percusiones. Del lado opuesto, un gong suspendido, dos cortinillas o campanas chinas, y un theremín. Ambos grupos como extensiones o extremidades fantasma[2] de Carmen. Las extremidades fantasma de Amaury estaban al centro, con la ‘mesa de control’ desde la que gestionaba los procesos de audio, entre ellos la grabación y reproducción en bucle –con y sin modificaciones–, de motivos de voz, trompeta –con y sin sordina–, bombardino y el resto de sonidos percutivos amplificados o no–.

También desde ahí detonó, acercándose el final de la obra, pistas o los ya intuitivos procesamientos, con lo que parecía la lectura de un mapeo corporal con cámaras… Al margen de esta descripción de los materiales, no sé cómo narrar la construcción de un espacio así de interrogante, entonces intentaré relatarle como una historia.

Segundos después de apagarse las luces, la penumbra, que, lenta se hacía presente, acompañaba un ostinato[3] expectante, ligero en altura y volumen, pesado en suspenso. Del silencio y la casi oscuridad, apareció un lienzo de luz dibujando sombras de esferas en total sincronía con el gesto palpitante, a la espera de algo, ¿un ruido? Sí, a lo lejos, de forma en sumo agradable crecía y se acercaba un complejo de frecuencias saturadas; más esferas, más espera aplazada… Se detuvo un momento, y con ello, también la oscilación de decibeles. Tan solo fue un instante la pausa, una que duró algunas iteraciones del gesto inicial.

De pronto, un personaje noble y secundario: un ritmo con tintes ritualescos, sostenido y colocado, un patrón tético, nada sincopado. Consigo trajo los suspiros de una trompeta silenciosa, brotando como indicios de vida desde la introducción rítmica que hubiese augurado su nacimiento. Un primer diálogo. Una ventana sensorial a través de la cual se podían hacer caminos y puentes de enlace con las trayectorias enigmáticas recién presentadas, algo así como las primeras observaciones. Inesperadamente, un estruendo electrónico de bajas frecuencias erigido con un potente cuerpo irrumpió los enlaces para expandir las observaciones y abrir un instante de perplejidad que acentuaba el suspenso… Algo terrorífico, a la vez familiar y siniestro. Me percibí atónito y estupefacto.

En ese estado, un breve silencio visual-sonoro tomaba nuestros sentidos, trayendo una declamación del bombardino sostenida y fusionada con esbeltas estelas melódicas en las cortinillas. Libres, oníricas, quiméricas. Parecían recuerdos resplandecientes de un universo que formaba timbres portentosos, hablantes. Alzando motivos placenteros de la trompeta y los primitivos gestos percutivos, percibía un cálido abrazo ante las dudas de significación y sentido. Súbitamente y sin cortar el devenir, un símbolo atrajo el ojo: una espiral en color azul, reforzando con nitidez los puentes entrópicos. ¿Y los telones de fondo? Granulares, táctiles y esquivos, daban forma sin saturar un lienzo espacial en construcción. Después vinieron la trompeta con mayor voz y un cúmulo de conversiones interválicas a la vez que el gong acaparaba y los procesos en vivo modulaban.

Un nuevo silencio visual-sonoro anticipó la última configuración, un último diálogo. Una interacción directa entre los prófugos alaridos del theremín y la coreografía resonante de un cuerpo frente a unas cámaras. Lo dispositivos táctiles se transformaron en inalámbricas conexiones, el corpus percutivo en fugaces transiciones. Paulatinamente y hasta la última intervención de ambas almas, el vulnerable universo sonoro se desnudaba frente mí y otras almas. Entre repeticiones gestuales y combinaciones tímbricas sofisticadas culminó la construcción dejando signos de interrogación, no ignorados, pero tampoco resueltos. La obra terminaba en puntos suspensivos.

Ahí está. Ahora… Tampoco sé qué o cómo concluir, solo puedo escribir que estos valientes seres humanos, o músicos en el escenario, esculpieron un espacio en una sala que, a pesar de no estar aislada, acústicamente hablando, contenía tanto, pero tanto de un sólido imaginario colectivo, el de ambos. De esas cosas tan preciosas que solo aquellas relaciones de pareja o amistad que perduran a través del tiempo pueden compartir. Decir más es jugar con la olvidadiza memoria y la inmensa cantidad de reflejos que en todas latitudes provocó. En fin, solo puedo aplaudir a Carmen y Amaury su salto al abismo y compartir mi júbilo por ver, cada vez más y más, propuestas en la región que nos llevan al límite de lo comprensible.

[1] Léase el ensayo al respecto de Umberto Eco: Obra abierta, incluida su bibliografía.

[2] Peter Szendy, Membres fantômes. Des corps musiciens. Minuit, Francia, 2002.

[3] Motivo o frase musical que se repite obstinadamente.

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