Juan García Ponce, crítico de teatro

Juan Garcia Ponce
"El propósito que tenemos -Alfredo Tapia y yo- es reunir los textos críticos de Juan García Ponce en torno al movimiento teatral a través de las críticas publicadas en el periodo que va de 1957 a 1961. La intención es resaltar una faceta casi desconocida de García Ponce", escribe Zulai Marcela Fuentes en su ensayo.

Dedicado a Paco Marín… 

A finales de la década de los cincuenta y, sobre todo, en los años sesenta del siglo pasado el teatro mexicano muestra una vitalidad como pocas veces se ha dado. Con el movimiento teatral Poesía en voz alta inicia este proceso de renovación escénica, proyecto ideado por Juan José Arreola, al que luego se unen Octavio Paz como director literario, Juan Soriano y Leonora Carrington como escenógrafos, por mencionar algunos. Al mismo tiempo, con el surgimiento de una nueva generación de dramaturgos, directores, escenógrafos y actores, tiene lugar el momento estelar del teatro mexicano escénico y literario.

El presente ensayo titulado “Juan García Ponce, crítico de teatro” rescata una faceta poco abordada: sus reseñas de teatro publicadas en la Revista de la Universidad de México. Es el rescate de una obra y el recordatorio de un oficio que dejó muy pronto, pero en el que están ya sus temas y teorías sobre la literatura que va a desarrollar in extenso en toda su magna (en cantidad) obra narrativa y ensayística posteriores. Nuestro trabajo estuvo suspendido varios años y gracias a las “4tas Jornadas Garciaponcianas” hemos retomado estas notas o ideas aún por desarrollar ampliamente.

El propósito que tenemos -Alfredo Tapia y yo como coeditores- es reunir los textos críticos de Juan García Ponce en torno de este movimiento teatral a través de las reseñas publicadas en el periodo que va de 1957 a 1961. La intención es resaltar una faceta casi desconocida de García Ponce: por un lado, el trabajo como crítico en revistas, en virtud de que se trata del testimonio en la formación de un escritor y, por otro, la forma en que estos textos exponen ya las obsesiones, los gustos, la concepción de la literatura que desarrollará en toda su obra vastísima posterior.

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Como primera manifestación de la búsqueda de “la verdadera sensación de libertad espiritual que da el arte”, como escribe en su autobiografía, Juan García Ponce se encuentra con el teatro. La entrada es firme: a sus 24 años la comedia El canto de los grillos gana el certamen del Departamento del Distrito Federal en la Feria del Libro de 1956; la obra se presentó en el entonces nuevo Teatro Orientación, bajo la dirección de Salvador Novo y fue publicada por la UNAM en 1958, hecho que coloca al autor como una “revelación”.

Pero “luego ―escribe Antonio Magaña Esquivel― sufrió un tropiezo al estrenar La feria distante en 1957”, obra publicada por Cuadernos del Viento en 1965. Huberto Batis escribe: “De las obras que García Ponce compuso como dramaturgo, La noche transfigurada, El día más feliz, Alrededor de las anémonas,  quedaron inéditas (…) El gran narrador que sería García Ponce tuvo que iniciarse escribiendo teatro”.

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Pero el hecho que lo hizo vivir con más pasión su encuentro con la literatura fue su ingreso como colaborador en la Revista de la Universidad de México –publicación en la que luego fue jefe de redacción por varios años-, entonces bajo la dirección de Jaime García Terrés, y lo que significó con ella: el diálogo, la colaboración cómplice y las amistades devotas más fructíferas de su vida como fueron en la literatura Carlos Valdés, Juan Vicente Melo, José Emilio Pacheco, José de la Colina, Tomás Segovia, Inés Arredondo; así como Fernando García Ponce, Gunther Gerzo, Juan Soriano y Manuel Felguérez en la pintura.

Asimismo, la obra de José Luis Ibáñez, Héctor Mendoza, Juan José Gurrola en el teatro, por decir algunos nombres de la que llamada Generación de Medio Siglo o Generación de la Revista Universidad de México o la Generación de la Casa del Lago. Ahí en ese espacio privilegiado publica narrativa, reseña literaria, traducción e incursiona en el género en el que destaca su inteligencia: el ensayo, “…a él le debo ―escribe García Ponce en su autobiografía― en gran parte la posibilidad de vivir más o menos decentemente como escritor practicando la crítica y el comentario”.

Así, en la edición de julio de 1957 publica su primer artículo de crítica teatral sobre los montajes de las obras Felicidad de Emilio Carballido, La Casa de Bernarda Alba de García Lorca y Viaje de un largo día de Eugene O’Neill. “Poco después de recibir el Premio Ciudad de México, empecé a cubrir regularmente la sección de crítica teatral en la Revista Universidad de México, con un ánimo destructivo” ―escribe García Ponce.

De julio de 1957 a enero de 1961 publica 31 reseñas de teatro (tres en colaboración con José Luis Ibáñez), y cuatro bajo el pseudónimo de Juan Olmo y Juan del Olmo: dos sobre libros de teatro y dos artículos sobre teatro: “Poesía en voz alta” (mayo 1957) y “La obra de Emilio Carballido” (junio 1960).

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Sus artículos destacan por su calidad e índole crítica al abordar el fenómeno teatral como algo total: texto, dirección, escenografía, música y actuación. Es crítica como forma de creación, crítica como una actitud creadora desde la perspectiva de un sujeto creador, de un escritor. En el número 9-12 de septiembre de 1961 de la Revista Mexicana de Literatura aparece un texto que es de hecho un manifiesto de la revista. El texto es la presentación de la sección de reseña o critica de libros, Actitudes; no está firmada, pero refleja el sentido de la crítica para esta generación. El texto tal vez fue elaborado por Tomás Segovia, entonces director de la revista, ya que uno de los libros que recoge su trabajo crítico se llama así, y fue publicado en 1970 por la Universidad de Guanajuato, pero bien pudo firmarlo y desplegarlo el propio García Ponce o cualquier otro integrante de esa generación:

“El nombre de nuestra sección crítica dice bien claro cuál es nuestra idea a este respecto. Creemos que la crítica de un escrito, lo que podíamos llamar la crítica activa, debe entrañar una actitud, lo cual equivale a decir que, por un lado, uno no debe rehuir la responsabilidad personal del que critica, escudándose en pretendidas objetividades que solo conducen a la indistinción, la indiferencia y, finalmente, la confusión; y, por otro lado, no debe ser un capricho, un gesto irreflexivo y momentáneo, un ‘impresionismo’ evanescente, que es también una manera de no responder, sino una posición coherente y tomada con toda la conciencia posible (…) Pero nosotros, ―continúa el editorial― en cuanto grupo de escritores reunidos en una revista, no estudiamos la literatura, sino que la hacemos, y esto supone un estilo muy diferente de juzgar y unas responsabilidades de otro orden (…) Queremos definirnos definiendo la literatura, en la medida que se va presentando en nuestros horizontes, con todo lo que ella contiene o supone, y sin ignorar que este horizonte es el de un escritor que la ve desde dentro”.

Es una crítica activa, es la crítica subjetiva del hecho literario, teatral o pictórico coherente y consciente del hecho artístico desde la mirada de un escritor, no de un crítico objetivo ni impresionista y de fácil comentario. Sus artículos sobre teatro trascienden las características de la reseña o el comentario y son verdaderos ensayos sobre el teatro a partir de la obra comentada.

El panorama en el que participa García Ponce como dramaturgo y crítico, mediados de la década del 50 y todo el 60, es uno de los mejores momentos del teatro mexicano, por la riqueza de obras escenificadas; pero, sobre todo, por el surgimiento de una generación nueva de dramaturgos y directores que dominarán la escena en todo lo que resta del siglo pasado. Es el impulso del teatro por el INBA, pero, sobre todo, por la UNAM con el movimiento de teatro estudiantil y con el grupo Poesía en Voz Alta, que, de uno u otro modo representa una verdadera revolución cultural, en este caso, escénica como nunca había existido en el país.

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Para efectos de este ensayo señalaremos que la crítica teatral de García Ponce en la Revista de la Universidad de México aborda algunas de las escenificaciones de esta época de oro, y muestra la intensa actividad teatral universitaria y del INBA. Por lo que concierne a autores nacionales, reseña las puestas en escena de Fernando Calderón, Wilberto Cantón, Luis G. Basurto, Luisa Josefina Hernández, Emilio Carballido, Antonio Magaña Esquivel, Rodolfo Usigli, Celestino Gorostiza y de autores noveles como Mario Sevilla, Luis Moreno y Daniel Sala.

Del teatro estadounidense a Eugene O’Neill, William Saroyan, Arthur Miller y el musical My Fair Lady; del teatro clásico Sófocles, Lope de Vega, Calderón de la Barca; del teatro mundial los alemanes Büchner, Frank Wedekind, Brecht así como la escenificación de la obra de Ana Frank; de autores franceses, Jean Anouilh, Jean Genet, Jean Paul Sartre, Georges Neveaux, además de la escenificación de obras de Thornton Wilder, Eugene Ionesco y otros.

La mirada de García Ponce hacia el teatro, mejor dicho, hacia la escenificación del texto, decíamos, se enfoca como un todo: texto, dirección, escenografía, música, vestuario y actuación. El teatro para García Ponce ―como lo decía en la entrevista de Gurrola y de él con Margarita García Flores― aparece cuando se revela el texto en la voz, en el cuerpo, en la escenografía que el director despliega en su conjunto. Tomemos como ejemplo fragmentos de la reseña a la obra Despertar de primavera de Frank Wedekind, escenificada en enero de 1960 por el grupo estudiantil de la escuela de arquitectura de la UNAM y dirigida por Juan José Gurrola:

  •  Su autor, Frank Wedekind, es una de las figuras más sugestivas del teatro alemán de esa época”.
  • La obra elegida para esta inauguración data de fines del siglo pasado, pero conserva todavía toda su efectividad escénica y es aún una obra auténticamente rebelde, anticonformista (…) La obra no es otra cosa que una ardiente y apasionada defensa del derecho del hombre a ser libre, a seguir sus impulsos vitales sin represiones de ninguna clase”.
  • “Sin desprenderse por completo de los defectos naturales de un grupo de aficionados, la interpretación que ofrece de esta obra el grupo de la Escuela Nacional de Arquitectura no es exacta, pero sí muy interesante y está realizada dentro de una saludable intención auténticamente experimental. (…) En general, todos los actores encargados de representar a los jóvenes comprenden a la perfección su papel y lo proyectan con claridad y justicia; pero también casi todos adolecen de la defectuosa dicción señalada con anterioridad (…) De los actores encargados de interpretar a los adultos, sólo debe mencionarse a Nancy Cárdenas, que a pesar de la equivocada dirección de Gurrola supo convencer rotundamente como la Sra. Gabor”.
  • La dirección de Juan José Gurrola obedece a una concepción escénica original y consciente, pero no siempre contribuye a afirmar de una manera rotunda los valores del texto, e inclusive en algunas ocasiones los diluye. Gurrola realizó toda la dirección escénica dentro de un sistema que más o menos sigue las exigencias del estilo creado por Bertold Brecht”.
  • La escenografía. “Muy exacta, afirmando el ambiente y de buen gusto, el vestuario de Luz del Amo”.

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El teatro para García Ponce es la revelación total de equilibrio entre las partes que lo integran, en la que el texto se manifiesta de manera plena; por ejemplo, dice de la representación de Agamenón, que:

“… el ritmo interior de la acción tenga en todo momento un equilibrio absoluto y la intensidad dramática aumente progresivamente siempre, no sólo por medio de la intensidad con que son dichos los parlamentos, sino también por la forma en que el movimiento escénico contribuye a acentuar el valor trágico de los acontecimientos”.

“El teatro es texto que se despliega en los elementos que lo hacen posible, real, siempre y cuando mantengan un perfecto equilibrio, y de no lograrse esto resulte, tal vez, lo irrealizable del fenómeno teatral: “la comunión entre público y actores”.

Escribe en la reseña de mayo de 1960 sobre el montaje de obras de Ionesco y Mishima:

“La base de todo espectáculo teatral es el texto; sobre él se asientan todas las posibilidades de la construcción que mediante el aditamento de los elementos correspondientes a la ‘puesta en escena’ dará lugar al nacimiento del fenómeno artístico que es el teatro.

“Por esto, de hecho, al juzgar cualquier representación, debería empezarse por tomar en cuenta el acierto o desacierto de los creadores de la misma para elegir la obra a la que harán vivir en la escena”.

Tal es así que para García Ponce una de las pocas manifestaciones escénicas en las que se conjugan todos los elementos y se realiza la manifestación del texto en la escena fuera el trabajo del grupo Poesía en Voz Alta. La reseña sobre los cuatro primeros programas de este grupo, publicada en agosto de 1957, es contundente:

“Por primera vez un grupo mexicano se percataba de la interdependencia absoluta que exigen los elementos de composición en un espectáculo teatral, y así, los siete actores, el escenógrafo y el director se lanzaron a la búsqueda de un estilo propio, libre de prejuicios que fue reconocido de inmediato por su frescura y espontaneidad. El público aceptó encantado este nuevo tipo de teatro, en el que la palabra adquiría todo su significado y la dirección incorporaba un sentido creativo a las posibilidades escénicas”.

Señala, por ejemplo, que la selección de textos de la primera temporada, la Égloga IV de Juan del Encina; la Farsa de la Casta Susana de Diego Sánchez de Badajoz y la Escena de la Boda de Peribañez de Lope de Vega; la escena de “El niño y el Gato” de “Así que pasen cinco años” de Federico García Lorca, representan:

“Tres grandes épocas del teatro español sirviendo como elementos básicos para iniciar el experimento: devolver al teatro su verdadera condición poética”.

La intención del teatro es, así, desvelar su ‘condición poética’.

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El “ánimo destructivo”, como decía García Ponce con el que realiza la crítica teatral, es resultado de la poca eficacia con que las obras fueron llevadas a escena. La búsqueda del sentido poético del teatro y la comunión del espectador con los actores pocas veces fueron realizables. De ahí el desencanto ante el hecho teatral, escénico en general. Además, se une a esto su experiencia personal como dramaturgo:

“Esta actividad, unida a las múltiples limitaciones de mis dos primeras obras de teatro que fueron llevadas a escena, contribuyó a sus grandes fracasos de crítica”, escribe en su autobiografía.

En su conferencia de 1962 sobre el teatro contemporáneo dictada en la Casa del Lago, bajo la dirección de Juan Vicente Melo, luego publicada en Cuadernos de Bellas Artes, García Ponce reflexiona sobre el fenómeno del teatro, sobre el dramaturgo, la crítica teatral, los autores, las escuelas de actuación, el público, etcétera, y concluye esa conferencia señalando:

“que ese intento de resumir el panorama del teatro contemporáneo se cierra con una imagen tal vez demasiado negativa. Cuando Vicente Melo me propuso que diera esta conferencia me negué al principio dando como razón que no me gustaba el teatro contemporáneo. Creo ―continúa― que las inacabables líneas que acabo de leerles son antes que nada un intento de averiguar por qué no me gustaba; pero confieso que no conozco la solución para el problema que he planteado (…) y creo ―termina― que la posibilidad de que el teatro exista está fundamentalmente en nosotros, en el público, que solo seremos dignos de él cuando aceptemos otra vez que la belleza que se encuentra en la verdad dignifica, y es la única fuerza capaz de elevarnos hasta la verdadera felicidad, que solo se encuentra en el conocimiento”.

De esta forma, y con excepción de algunas incursiones en el teatro como asesor literario, con su mejor cómplice intelectual, Juan José Gurrola, en los montajes de Roberte, ce soir de Pierre Klossowski y una última obra suya, Juan García Ponce habría bajado el telón de su participación como autor dramático y como crítico de teatro. Ya antes había abierto con la publicación de sus primeros cuentos el camino de su esplendorosa obra de ensayo y narrativa posteriores.

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