Una variante de ciencia ficción distópica que cobró fuerza en este siglo es el de concursos o competencias en que los participantes se enfrentan a muerte. Aunque la idea no es nueva (Death Race 2000, The Running Man, Rollerball), a partir del estreno en 2000 de Battle Royale la idea cobró una nueva perspectiva, y cada que aparece algo con una premisa similar, las comparaciones con aquella cinta japonesa no se hacen esperar.
Gi-hoon acude a la cita es sedado con gas. Al despertar está en un gigantesco espacio lleno de gente, y descubre que es una de 456 personas endeudadas o en apuros financieros, elegidas para participar en una competencia que ofrece un premio de 45,600 millones de wones (algo menos de 40 millones de dólares), que serán para aquel que logre superar seis sencillos juegos. Entre los participantes está Cho Sang-woo (Park Hae-soo), un amigo de la infancia a quien creía un exitoso asesor financiero pero quien también debe mucho y está acusado de fraude.
Pronto descubren que los juegos en que deben participar son variaciones de algunos populares juegos infantiles a los que jugaban cuando niños, pero con una letal variante: los perdedores no sólo quedan eliminados, sino que pierden la vida. Tras una sangrienta primera jornada, muchos de los participantes piensan en renunciar, pero sus problemas en el mundo exterior son demasiados y la posibilidad de ganar mucho dinero resulta tentadora. ¿Quiénes serán capaces de salir adelante y quizá resolver sus problemas? ¿Será el dinero suficiente como para olvidad cuánta sangre costó?
La premisa es muy básica y recurre a muchos clichés y situaciones que hemos visto antes, pero la construcción de la historia y un sólido manejo de personajes le dan un peso dramático que compensa cualquier falta de originalidad. Me gustó la riqueza de personajes, que incluyen a un anciano con un tumor en el cerebro que prefiere jugar que esperar a la muerte; una chica de Corea del Norte que quiere el dinero para sacar a sus padres de aquel país y reunirlos con su pequeño hermano; o un gángster con deudas de juego que no vacilará en matar a quien se interponga en su camino, entre muchos otros.
La principal razón por la que no me molesta el uso de clichés es porque la premisa les da un buen uso, explotando el valor alegórico de una competencia en que ganar significa el sufrimiento o muerte de los demás, y en un mundo en que la seguridad es sólo una ilusión, pues la persistente desigualdad social se basa única y exclusivamente en el dinero. En ese aspecto, me parece una decisión atrevida de Hwang Dong-hyuk rehuir al usual recurso de ambientar la historia en un distópico -pero cercano futuro-, optando por dejar claro que todo sucede en el presente.
No se trata de un mundo en que la sobrepoblación limite los recursos y obligue a crear una disminución. Tampoco es un mecanismo de control para los altos niveles de delincuencia juvenil o un siniestro reality show que mantiene a la población distraída mientras se ejecuta de formas creativas a los disidentes. Es un mundo idéntico al nuestro, lleno de gente con problemas cotidianos que intenta abrirse paso a pesar de las adversidades y en que la mayor de todas es un sistema económico y social diseñado para oprimir a los que menos tienen y en beneficio de los más ricos.
Y creo que ésa es la parte más escalofriante del juego: que es uno que existe porque el mundo en que vivimos ofrece las condiciones para que así sea. El tema de la desigualdad se enfatiza al descubrir que el juego es un espectáculo privado al que sólo tienen acceso un puñado de acaudalados hombre de distintas partes del mundo, quienes parecen financiarlo sólo para su enfermizo entretenimiento. Otro acierto de Hwang es balancear esa siniestra idea al mostrar personajes humanos, pues además de las traiciones y abusos en el juego, hay momentos en que algunos tienden la mano a un extraño.
En ese aspecto es importante que la serie se de el tiempo y la oportunidad para pasar tiempo fuera del juego para permitirnos conocer mejor a algunos de los personajes principales y entender qué tan mal estaba su vida como para aceptar el riesgo de participar en el letal juego, pero enfocándose también en sus familias, que en muchos casos son la principal motivación para ponerse en riesgo, y cuyo amor es algo que se vuelve la principal motivación para seguir adelante, lo que también se ve reflejado en las amistades y alianzas que se forman en el juego, incluso si en ocasiones son efímeras.
Aunque la historia está cargada de crítica social, el director y guionista hace un gran trabajo al mantenerla honesta, y evita caer en el cinismo, lo que hubiera sido muy fácil en el contexto de la trama central. A pesar de que desde un principio queda claro que todos los jugadores están ahí por su propia voluntad, incluso después de descubrir todo lo que implica tomar parte, Hwang se cuida de mantener la crítica principal dirigida al sistema, a la gente en el poder, y no a las víctimas que viven bajo la ilusión de que tienen elección, aunque eso no les exenta por completo.
El Juego del Calamar es una excelente serie de suspenso y drama cuyo mayor logro es no caer en el escapismo fácil,. En vez de tratar de hacernos olvidar los horrores de la vida cotidiana, reafirma su existencia, pero lejos de hacerlo desde una perspectiva cínica o pesimista, lo hace de forma muy humana al enfatizar que aun si vivimos un infierno, no estamos solos. Y pese a contar una historia que parece enfatizar que la vida no vale nada, lo hace de un modo lleno de empatía y reflexiones sobre la condición humana. Sin duda una serie más que recomendable.