¿La caza de “pokemones” como encuentro con el arte contemporáneo?
Generalmente, cuando una institución entra en un estado crítico, los primeros síntomas ocurren en el área administrativa. Muchas veces la institución en crisis presenta problemas en el manejo de los recursos, ya sean materiales, humanos y/o financieros. Es posible que, ante los signos críticos que revelan problemas administrativos, las decisiones tomadas, en lugar de mitigar o aliviar la crisis, empeoren la situación, al punto de que terminan afectando los programas sustantivos de dicha institución, y consecuentemente al público al que se debe la institución. Éste es el caso del Museo Fernando García Ponce–Macay.
Desde hace tiempo, la administración del Macay ha impulsado a esta institución al borde de un abismo. Sin experiencia ni formación en museos, quienes han administrado este organismo lo han hecho a través de una burocracia ramplona, donde las obras de arte que son expuestas en las salas del recinto son tratadas como objetos y no como bienes artísticos, y donde el personal tiene que improvisar para custodiar las salas, guiar los recorridos, realizar las actividades educativas, difundir las exposiciones y ejecutar todas aquellas acciones inherentes a un museo de arte contemporáneo. En consecuencia, los servicios carecen de calidad.
Por otra parte, resulta inaudito que el administrador del museo, Manuel Cetina, haya decidido presionar a la directora de operación para que renunciara en noviembre del año pasado y no contratar a nadie por un tiempo, bajo la suposición de que no se requería de nadie que coordinara las acciones relativas a la recepción de obras, el diseño museográfico, el montaje de las exposiciones, la custodia de las salas y todo aquello relacionado con las exposiciones y su mantenimiento. Sin embargo, hubo que contratar en febrero de este año a un museógrafo con gran experiencia y con buen impulso en sus funciones. Lamentablemente, el administrador no aceptó trabajar con el nuevo director operativo y buscó la manera de despedirlo injustificadamente.
Por si fuera poco, la administración del museo también decidió no contratar a nadie para el área de relaciones públicas, función que ha estado vacía desde hace mucho tiempo, como si el museo no tuviera la necesidad de establecer y mantener relaciones con los artistas, los otros museos, las administraciones gubernamentales, las universidades y demás instituciones vinculadas con el arte y la cultura. Por lo visto, el Macay ya entró en crisis, e inició un periodo doloroso para la sociedad a la que se debe.
A pesar de los malos servicios del museo, ocasionados por una administración inexperta y desinteresada en asegurar calidad en las actividades, la Fundación Cultural Macay canceló su segundo programa sustantivo: el Taller Itinerante de Arte Chúunpajal, que inició su operación hace siete años, tiempo en que consiguió objetivos y metas inimaginables entre las comunidades de los municipios de Yucatán. Lastimosamente, el programa itinerante fue cancelado en diciembre pasado por un supuesto recorte presupuestal.
Más allá de las arbitrariedades administrativas, de la cancelación del programa educativo y el despido ocho empleados que integraban el equipo de trabajo, de la renuncia forzada de la directora operativa Rossana Marrufo y del despido injustificado del museógrafo contratado en febrero, Fernando Acevedo, la Fundación Cultural Macay primeramente ha dejado en el abandono a las comunidades que atendía con el programa Chúunpajal y, seguidamente, está afectando las visitas al museo con los servicios faltos de calidad.
Así, con el director administrativo Manuel Cetina, que carece de sensibilidad, formación y experiencia en museos; la directora de comunicación Diana May, que no sabe escribir, pero que organiza juegos de Pokémon para los visitantes del museo, y el contralor interno Juan Carlos Esquivel May (por cierto, sobrino de la directora de comunicación), que no tiene la mínima idea de cómo funciona un museo, el Macay se viene a pique con todo. No cabe duda que las decisiones tomadas equivocadamente afectan a la institución misma y a la población a la que se debe. Por todo ello, la Fundación Cultural Macay debería recuperar la visión museológica que alguna vez tuvo, una visión que ha ido perdiendo nitidez cada día que pasa.