La palinka y el arquetipo de Drácula en el cine

En su columna, Mar Gómez habla del arquetípico vampírico en el cine, a propósito de un delirio provocado por la palinka, un aguardiente húngaro que probó cerca de los bosques de Transilvania. Así, literatura, la gran pantalla y la crónica de viajes se fusionan en un sangriento cóctel de palabras...

Los amantes del cine y fanáticos de Drácula refieren que antes de la adaptación que ha llegado a la plataforma Netflix “Drácula, la historia jamás contada”, se debe haber disfrutado por lo menos ocho versiones anteriores destacadas: Drácula Halála (1921), Nosferatu (F.W. Murnau, 1922), Drácula (1931) versión del conde, Drácula (1958), La danza de los vampiros (Roman Polanski, 1967), Nosferatu, vampiro de la noche (Werner Herzog, 1979), Drácula (1979) y Drácula de Bram Stoker (F.F. Coppola, 1992); sobre todo esta última, que es considerada como la mejor adaptación a la pantalla grande de la novela de Stoker, pues ganó tres premios Oscar: Mejor edición de sonido, Mejor diseño de vestuario y Mejor maquillaje y peinado.

Si de personajes inmortales en la literatura y en el cine hablamos, el conde Drácula se mantiene como uno de los más icónicos, del que se debe saber su evolución,  un personaje que ha sobrevivido en la cultura popular universal y que se ha sabido explotar hasta el cansancio. Un personaje arquetípico de la cultura mundial, un caballero de mirar misterioso con sed de sangre, el arquetipo del vampiro tan fascinante para la literatura y la cinematografía, por sus características y tropos.

El efecto expresivo de su inmortalidad y sed de sangre como rasgo distintivo le hacen una figura alucinante, y si de poderes sobrenaturales y transformación se trata, es el mejor de los personajes: de vampiro suele pasar a murciélago o viceversa, a lobo o a cualquier animal capaz de dominar con hipnosis, telepatía y fuerzas sobrehumanas. De lo bueno que posee arquetípicamente hablando, es la posibilidad de seducir con su masculinidad cuando se convierte en un hombre atractivo.

Para su desgracia, las estacas de madera, el ajo, las cruces y hasta la luz solar lo vulneran. Pienso en los infelices vampiros de cientos de películas, los pobreteo porque al final, la inmortalidad que poseen es una maldición que les hace sentirse solos y alienados debido a su naturaleza; sin embargo, si son demasiado guapos, los vamos asociar con la fascinación sexual y el erotismo, lo que elimina ipso facto lo amenazante de su mordedura y enamoramiento, que seguramente les hace seres felices en ocasiones, ¿será? Por estas características,  bien pueden ser un antihéroe o un villano trágico que siempre estará desafiando las normas naturales entre la vida y la muerte ¡Vaya emblemático ser!

Cuando viajamos, no siempre podemos huir de algunos sitios designados para los masificados turistas; uno de esos lugares que me sorprendió gratamente fue una taberna edificada en medio del bosque de Buda, cerca de Praga, una posada húngara impactante por su ambientación rustica, con largas mesas de madera.

Antes de llegar a una de ellas, somos recibidos con un shot en una jarrita de cerámica, imagen de un pequeño hombrecito de ojos negros, redondos, ropas y sombrero verdes y un gran mostacho, lleno hasta el tope de un aguardiente húngaro de 45° llamado pálinka, y luego otro y otro… hasta llegar a la mesa asignada para disfrutar del goulash que llega cargado alegremente por dos hombres en pesados calderos, para luego ser embutidos indiscriminadamente, pues toda la comida típica húngara se tiene que acomodar en el estómago haciendo sorbos en una pipeta larga con un centenar de exquisitos vinos; ya con todo eso encima y la comida que nunca deja de entrar en el cuerpo se puede disfrutar un de espectáculo de música zíngara.

Por supuesto que al salir del Vadaspark étterem budakeszi y volver al hotel atravesamos nuevamente el misterioso bosque de grandes robles. Uno es capaz de sentirse inmerso en la profundidad montana de los Cárpatos y sus leyendas intrigantes, de ver entre las sombras al conde Drácula y prometer al día siguiente visitar su imponente castillo de estilo gótico (construido en el siglo Xlll en Budapest), el que ha ganado tanta fama por haber sido la residencia de Vlad lll el empalador, quien inspiró el actual mito convertido en leyenda.

La verdad no sé si fue la Pálinka y los vinos, el túrógombóc que es un postre de bolitas de queso dulce, o el hombrecito verde y sus efectos secundarios que me hicieron tener esa conexión con el conde; por cierto, el hombrecillo está a mi lado mientras escribo estas líneas, mirándome escribir este recuerdo; creo que el condecito ambicionaba conocer la península de Yucatán y se vino en mi bolso.

Desde ese día estoy pendiente de las nuevas versiones de tal celebridad, y esta última de Netflix me ha fascinado tanto que la he visto dos veces y tal vez la vuelva a ver por su profundidad, por la combinación de aventuras épicas, terror gótico, el tema de la familia, los hechos históricos y algunas ficciones que la hacen visualmente impresionante, una película que literalmente te atrapa. Para las personas como yo que les gusta el drama y nuevas miradas a las leyendas, esta versión es genial.

 

Aunque claro, no soy ninguna experta en cine: sólo sé que esta versión explora los orígenes de un personaje tan representativo de la literatura que me atrevo a pensar que efectivamente es una historia que jamás había sido contada de esa forma en la pantalla… ¡Salvo la experta opinión de los lectores!

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