Los ídolos del parque,
Los dandys y poetas de bar,
A los que vendrán y a los de antes
Deja que sea,
Los versos que nos parten,
Los lazos que nos van a marcar,
Que no mueran nunca los cantantes
Deja que sea…
José Miguel Cornejo Torres es tal vez un nombre demasiado común para alguien que aspira a ser una estrella de rock. Por ello, el madrileño nacido en los albores de la década de los ochenta decidió convertirse en Leiva y así comenzar una travesía musical, primero con Pereza y posteriormente en una ascendente carrera en solitario que lo ha convertido en una superestrella en España y que poco a poco comienza a llevarlo a otros sitios hispanoparlantes. Para quienes le seguimos desde algunos años, el éxito de Leiva no sorprende. Es ante todo uno de esos compositores que encuentran la forma exacta para poner en canciones vivencias, anécdotas y sentimientos con los que cualquiera puede identificarse y hacer de sus canciones parte de la banda sonora personal. Lo mejor: los versos están cobijados por puro rock and roll, ya saben, aquel de poderosos riffs de guitarra, una fantástica sección rítmica e incluso, como un gran aderezo, metales que surgen para acentuar melodías que tienen todo el potencial para convertirse en eso que solamente el rock puede producir: himnos.
Incendios que se pueden armar,
Catarsis que nos pueden calar
Hasta los huesos
Sabes que soy un experto
Además, últimamente,
Siempre estoy en mi peor momento.
No te preocupes por mí,
Por un momento crucé al otro lado
Y luché con esas bestias gigantes…
No sé si al pararse en un escenario lo que un cantante siente es que está a punto de enfrentarse a una bestia gigante. Pero Leiva y su banda han cruzado al otro lado del Atlántico para enfrentarse a una que está formada por poco más de dos mil cabezas reunidas en El Plaza Condesa de la Ciudad de México, en una agradable noche del 11 de octubre de 2019. One Night Only, dirían los clásicos, es decir se trata del único concierto que el madrileño dará en México como parte de su Tour “Nuclear” título homónimo de su más reciente producción discográfica.
El Plaza resulta el lugar ideal para ello. Es una de esas pequeñas salas en las que la cercanía del público y artista permite una catarsis muy especial. Asumo que para Leiva aquello resulta en una vuelta a otros tiempos, particularmente cuando ya es uno de esos artistas que en su natal España es capaz de llenar recintos con aforo para más de 15 mil personas. Tal vez por eso, el escenario parece estar montado para hacer del recital una íntima y energética explosión. No puede ser de otra manera, porque si algo queda claro desde que la banda sale al escenario es que aquello va a convertirse en algo particular, en un viaje por canciones que susurran ruidosamente al oído que la vida tiene muchos momentos, muchos vaivenes y que al final todo parece reducirse a la experiencia que provoca el amor en todas sus vertientes, etapas, procesos y caminos.
Si algo caracteriza a Leiva es que tiene la apariencia de un juglar de otros tiempos que ha aterrizado en nuestros días simplemente porque la casualidad así lo dispuso. Su esquelética figura, su manera de pararse en el escenario y de interactuar con su banda habla de un personaje curtido en los grandes clásicos del rock. Pero, y eso es lo más importante, es que tras ese telón de clasicismo se esconde un tipo que habla en un lenguaje moderno y desparpajado, despojado de falsas poses y pretensiones. Lo que se ve en el escenario es lo que es y nada más, lo cual se agradece en esta época tan saturada de artistas que ante todo venden imagen y no sustancia.
Nunca creí que me hablaras en serio,
Te dedicabas a aullar,
Te di motivos, pistola y remedios.
Nada podía fallar,
Ya no respondes
Y yo dejé de llamar,
Nunca me llegué a acostumbrar a las noches sin magia.
Esta noche no es una de esas noches sin magia. Por el contrario, Leiva y la banda están dispuestos a dejarlo todo para crear ilusiones y trucos musicales para una multitud formada por mexicanos, españoles, argentinos y de otras tantas nacionalidades que habitan en la gran urbe, u otros que hemos tenido que viajar miles de kilómetros para estar presentes en el concierto. Personas que compartimos un mismo idioma y en esta ocasión la disposición para cantar a todo pulmón canciones con el potencial para traducirse en clásicos. Suenan los primeros acordes de Expertos y uno sabe que la magia ha llegado para no soltarnos durante las siguientes dos horas.
Leiva y la guitarra parecen tener una comunión muy particular. El músico se aferra a ella como si del instrumento dependiera su supervivencia en el concierto. Su labor es sobre todo rítmica y deja que sea Juancho –su hermano, guitarrista y además líder de los Sidecars–, quien asuma el protagonismo cuando de solos se trata. Cambia a la eléctrica por la acústica cuando la ocasión así lo amerita. Es el caso de cuando interpreta temas como la hermosísima Costa de Oaxaca, para regresar a la eléctrica cuando los primeros acordes de la poderosa y rencorosa Electricidad resuenan en las paredes de El Plaza.
“Toquemos Juntos Hasta que La Muerte Nos Joda”, fue una petición que Leiva le presentó a su banda una noche antes de un concierto (la frase sirvió para darle título a un libro de la extraordinaria fotógrafa y escritora Wilma Lorenzo que documenta la vida en la carretera de Leiva y la banda en Monstruos, su anterior gira) y tal parece que esas palabras se han convertido en una máxima para la Leiband. Todos los integrantes desde Tuli y Gato Charro en los metales, hasta la maravillosa Patricia Lázaro quien se apodera de los coros (mirándolos no puedo dejar de pensar que son una nueva versión de Sabina y Mara Barros), se entregan como si en ello les fuera la vida entera.
Es evidente que entre los músicos existe comunión, amistad, y la celebración que viene implícita con hacer aquello que se ama y por lo que vale dejar girones del alma sobre cada escenario pisado. Hay una entrega fantástica que contagia a los ahí presentes. El concierto alcanzará puntos climáticos con Monstruos, Sincericidio, Como Si Fueras a Morir Mañana o Nuclear. El público está fascinado y al final de cada canción parece pedir que sigan tocando juntos hasta que la muerte nos joda a todos, porque quizá no hay mejor manera de irse que cantando y bailando aquello que nos hace felices y, joder, está claro que la del 11 de octubre en El Plaza es una noche de absoluta y total felicidad.
Sueño con estar por encima de todo,
Por debajo de tu falda.
Con la noche llena de luz
Y tu voz pausada,
Y tu voz pausada.
Hoy he sentido la llamada
Con toda la fuerza,
Las luces apagadas
Y las piernas abiertas…
Pero estamos vivos y esperando La Llamada, esa gran canción que llega en el momento justo, cuando aquello es lo más parecido a un hermoso y pequeño pandemonio en el que todos mantienen la esperanza de que la estrella de los tejados haga su aparición respondiendo a nuestras llamadas. Se trata de aquella chica de la que nunca hablaron los diarios en los tiempos de Ronaldo, Burning y Lou Reed y a la que todos conocemos con un apodo tan simple como legendario: Lady Madrid.
Al final como lo más rock and roll de por aquí (y de por allá y de todos los confines del mundo mundial), la mujer que durmió en todas las estaciones de tren que se encuentran entre Málaga y La Coruña hace su efímera aparición en la Ciudad de México. Es evidente que está ahí para cerrar el recital y para que todos le rindamos el homenaje que se merece. Y lo hacemos cantando a todo pulmón esos versos que retratan a la estrella anónima de 1996. Lady Madrid se despide dejando tras el manto protector de su falda a un público que ha gozado con una gran banda y con un rockero que parece extraído de otro tiempo, un tiempo en el que los músicos eran conscientes de lo que implica para un fanático pagar un boleto para asistir a un concierto, y por eso sale en esa y en toda las noches a desquitar cada uno de los pesos que todos los que están ahí se han gastado. Leiva lo ha hecho y con creces en una noche de octubre que por dos horas nos llevó a Mazunte, a Malasaña y a San Telmo, lugares que por dos horas se encontraron en El Plaza junto a la guitarra de un madrileño flaco y sincero, un músico entregado y dedicado a cumplir con la principal función de la música: la de hacernos volar.
Se dejaba caer,
yo me dejaba enredar
y siempre chocaba.
Cuando te diste cuenta,
yo deliraba.
¿Cuándo estarás de vuelta?,
me preguntaba.
Espero que pronto.