Lo que hay que tener: Tom Wolfe

In memoriam. Parte I de II. 

A Joaquín Tamayo, por su amistad y sus enseñanzas.

Primero colgó el traje color perla, luego su extravagante corbata. El momento había llegado y lo sabía con certeza, ya que antes de morir lo había conseguido: dinamitó la novela y la literatura contemporánea. Era todo un hombre, un maestro del universo, uno de sus tipos que tenía lo que hay que tener. Así era Tom Wolfe (Virginia, 1930) hasta ese típico martes neoyorquino del 15 de mayo, cuando el periodista y escritor que lo cambió todo -y que no respetaba nada- expiró a los 88 años víctima de complicaciones por una neumonía.

Corría el año 2005 cuando Tamayo se presentó a clases con un fardo de fotocopias. Era el prólogo de El nuevo periodismo (1973), cuya lectura no sólo me introdujo al autor, sino que cambiaría mi forma de concebir el oficio al lograr que, por fin, mis aspiraciones literarias coincidieran con los incipientes esfuerzos periodísticos que pergeñaba por aquel entonces. Gracias a Tom Wolfe me di cuenta de que no tenía que ser reportero o escritor: podía ser ambos.

Hunter Thompson y Tom Wolfe

El libro era un manual, una guía con los rudimentos necesarios para aprender cómo. Y es que, al igual que tantos otros como Rex Reed, Terry Southern y Hunter S. Thompson, el lado creativo del periodista pugnaba por salir en la década de los sesenta.

¿Por qué no utilizar la técnica literaria de la novela para contar una historia, una crónica o un reportaje?, parecía decirnos el esbelto Tom.

Dio una magistral lección de ello en 1968, cuando publicó “Ponche de ácido lisérgico”, una crónica desenfadada y rigurosa del movimiento hippie-psicodélico en manos de Los alegres bromistas, comandados por el gurú psiconáutico Ken Kesey con el viejo beatnik Neal Cassady al volante. A partir de ahí todo cambió. Los reyes novelistas habían sido destronados, pues la literatura de no ficción había nacido…

¿Cómo un periodista podía constituirse como un narrador omnisciente y a la vez subjetivo? ¿Cómo podía saber qué pasaba por la mente de sus protagonistas si estos no eran seres ficticios sino reales?  Las herramientas siempre habían estado ahí. La entrevista, la crónica, el reportaje y la investigación con un singular giro: el punto de vista. El reportero como narrador y testigo de los hechos que nos contaba las cosas no con la farragosa sucesión de datos y cifras de la pirámide invertida, sino como una historia tan deliciosa como la realidad misma.

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