El cine no me interesa de la misma manera en que les interesa a ustedes. El cine es para mí un medio, incluso para mi suicidio, pero también puede ser una pistola. Yo tengo el valor de apretar el gatillo, pero ustedes no tienen siquiera la humildad de analizar un filme nuevo que no respete las ideas tradicionales de los maestros del cine que han formado su tranquilo aprendizaje (…) Terra em transe no es genial porque no es de ninguno de los cineastas que les gustaría encontrar para hacer sus indagaciones y morbosos análisis. Terra em transe soy yo, Glauber Rocha, de veintiocho años, brasileño, probablemente víctima de algunas enfermedades físicas y mentales contraídas de nuestra fauna y flora.
La siguiente declaración denota la clave latente para aproximarse a la obra de Rocha, exponente primordial del llamado movimiento Cinema Novo que alcanzó su auge en Brasil durante la década de los sesentas y setentas. “Tierra en Trance” (Terra Em Transe, 1967), filme que describe de manera tan vehemente, constituye junto a “Dios y el Diablo en la Tierra del Sol” (Deus e o Diabo Na Terra do Sol, 1964) un testamento a su defensa del arte cinematográfico como herramienta para la transformación social del pueblo brasileño. Filmado en blanco y negro dentro de locaciones en Río de Janeiro, el filme se desarrolla en un país latinoamericano ficticio llamado El Dorado (en referencia a la urbe cubierta de oro que los colonizadores europeos esperaban encontrar en Ecuador) y cuenta la historia del poeta Paulo Martins (Jardel Filho), un anarquista romántico que en sus últimos momentos de vida rememora su pasado como parte de la élite corrupta que gobierna al país.
Don Porfirio Díaz (Paulo Autran en un rol cuyo cualquier parecido con el homónimo dictador mexicano es una mera coincidencia), senador elegido recientemente por la derecha que explota a la gente trabajadora y se jacta de poseer un índice alto de los recursos de la tierra y la industria, es para él como una figura paterna. Al mismo tiempo, Paulo tiene una relación con la glamorosa Silvia (Danuza Leao), pero también se enamora de la madura e inteligente Sarah (Glauce Rocha), una comunista opuesta a la élite. Paulo decide separarse de Díaz para convertirse en periodista y escribir poemas revolucionarios. Más tarde, Sarah y sus camaradas le piden utilizar sus contactos en prensa y televisión para desacreditar la candidatura de Díaz a la gubernatura de El Dorado en beneficio de Vieira (José Lewgoy), un candidato comunista y demagogo. Aunque no se siente completamente convencido de las ideas populistas de Vieira, Paulo accede a traicionar a su amigo y mentor, movido por el amor que siente hacía Sarah y su desesperación ante la necesidad de un verdadero cambio en la vida del pueblo.
Una de las características que saltan a la visita en “Tierra en Trance” es su estilo narrativo. Rocha dota a la película de una tonalidad que cualquiera podría sentirse tentado a calificar como “docusurrealista”, tomando prestados alternadamente elementos del realismo y del barroco. Mientras que la cámara decide por momentos adoptar una postura sobria y distante, en compromiso directo con la realidad que pretende representar, en escenas subsiguientes se da el lujo de ser libre, espontánea y sin control; adquiriendo los rasgos de una farsa carnavalesca y grotesca. Lejos de resignarse a ser participe pasivo en el registro de los estallidos de furia exagerada y sin dirección que los personajes disparan a diestra y siniestra (igual que los disparos de las metralletas), la cámara grita con ellos, medita con ellos y se desespera con ellos; incluso se emborracha con ellos. Esta vorágine extensa de reacciones viscerales parte desde los mismos personajes; quienes muestran síntomas de cualquier otra cosa menos de naturalismo.
De hecho, más que personajes, con lo que la película opera en realidad es con arquetipos construidos a la Bertolt Brecht; respondiendo más a símbolos y características genéricas propios de sus clases sociales que a sus rasgos particulares como individuos. Paulo es el poeta romántico buscando una pureza humana que no logra hallar ni en la izquierda ni en la derecha; Vieira es el carismático “líder de masas” que fracasa en el cumplimiento de sus promesas, Sarah la mujer implacable que ha sacrificado su vida por el compromiso a una causa social y Díaz el líder de la derecha nacionalista sosteniendo un crucifijo en sus discursos; como un escudo de armas. Es un relato habitado por personificaciones de ideas y convenciones en la mente del realizador y de muchos otros respecto a prácticamente cualquier régimen en América Latina.
“Tierra en Trance” es una declaración de principios escrita a base de sangre, balas y una dosis estratégica de artificio. Un podio desde el cual Rocha aprovecha todos sus recursos para vomitar (en el buen sentido) algunas de las muchas inquietudes que lo atormentan: ¿Por qué los líderes fascistas logran ejercer tal fascinación sobre los pueblos? ¿Es mejor un demagogo que un fascista? ¿Está el pueblo realmente preparado para asumir el poder? De ahí que se sintiese con la autoridad para afirmar que “Terra Em Transe soy yo”.