Felicidad odia las despedidas,
un día te despiertas y ella ya no está
Ariel Rot
Es la madrugada del lunes 22 de agosto de 2016. Hay una palabra que resuena en mi cabeza: Saudade. Es una de las palabras más hermosas del portugués y tiene, de acuerdo a mi búsqueda cibernética, varias acepciones de carácter filosófico, lingüístico y emocional. Se refiere a algo que se extraña con gran devoción, a un sentimiento de nostalgia, a añorar algo que jamás volverá. No es de extrañar que para la ceremonia de Clausura de Río 2016, uno de los momentos más emotivos tuvo como protagonista a ese vocablo a través de un poema: “Saudade” de Arnaldo Antunes que dice:
No tengo saudades
de lo que viví,
porque todo continúa aquí.
En la superficie de la piel
que en mí siente el viento del pasado en el presente.
Nada más preciso para la clausura de unos Juegos Olímpicos realmente cálidos y emocionantes. Algo tuvo que ver esa cidadade maravilhosa que contagió a los atletas, que los llevó a entregarse como hace mucho no lo hacían en competencias olímpicas y que hoy nos llena a quienes tuvimos la fortuna de verlos, de una nostálgica añoranza, de un deseo de que la memoria sea capaz de recrear lo que nuestras pupilas vieron, lo que nuestros oídos escucharon, lo que mundo entero vivió por quince días mientras absorto contemplaba lo que la especie humana es capaz de lograr cuando combina su parte física con la mental. Creo que hemos sido muy afortunados de haber visto estos Juegos Olímpicos. Creo que desde Barcelona 1992 no teníamos algo tan espectacular, tan vibrante, tan rebosante de humanidad.
Hemos visto a Michael Phelps y a Usain Bolt acrecentar su historia, los hemos visto competir en sus últimos juegos y hacernos sentir afortunados de haber mirado a los que quizá sean los más grandes atletas olímpicos de todos los tiempos. Vimos a Neymar meter el gol con el que finalmente Brasil ganó su primer torneo olímpico de fútbol con un penalti que derribó al portentoso estadio del Maracaná. Observamos a Shaunae Miller aventarse a la meta para ganar una gran carrera femenil de 400 mts.
En nuestra memoria quedará grabado aquel gran momento olímpico cuando la neozelandesa Nikki Hamblin cayó mientras disputaba la eliminatoria de los 5000 metros planos derribando a la norteamericana Abbey D’Agostino y tampoco olvidaremos cuando Hamblin se detuvo y fue a esperar a su competidora, a quien no conocía, la ayudó para terminar la competencia y fundirse en un emotivo abrazo mientras cruzaban la meta con los peores tiempos clasificatorios. Ahí queda la hazaña del argentino Santiago Lange quien a sus 54 años y después de superar un cáncer de pulmón le dio a Argentina una medalla de oro en vela. Para la posteridad la foto que se tomaron Hong Un-Jong y Lee Eun-Ju, dos gimnastas procedentes de naciones que aún se encuentran en guerra y cuyas tensiones diplomáticas aumentan todos los días: Corea del Norte y Corea del Sur.
Cómo no recordar la épica de Guadalupe González quien estuvo a tan solo dos segundos del oro en la prueba de 20 km de caminata, cómo no emocionarse con esa carrera en la que una mujer mexicana nos recetó una gran lección de lucha, de coraje y orgullo, de ganas de competir. Cómo no disfrutar del bronce de Ismael Hernández en el pentatlón moderno: tal vez la medalla más sorpresiva en la historia del deporte mexicano. Cómo no celebrar a María del Rosario Espinoza al verla ganar su tercera medalla en tres Juegos Olímpicos consecutivos y convertirse en la atleta mexicana más importante de todo nuestro deporte.
Cómo no emocionarse con Germán Sánchez y Misael Rodríguez cuando recibieron sus respectivas medallas en los clavados y en el boxeo. Cómo no ser felices junto a estos atletas mexicanos que pueden sobreponerse a la falta de apoyos al deporte, a la falta de interés de los medios de comunicación por ellos, que logran subirse al podio junto a representantes de potencias deportivas que viven, como atletas, situaciones diametralmente opuestas. Cómo no disfrutar de estas auténticas cachetadas con guante blanco que los deportistas mexicanos le atestaron a Carlos Padilla, presidente del CDOM, y a Alfredo Castillo de la CONADE, cuyos conflictos estuvieron incluso a punto de dejar a México fuera de la justa olímpica.
Sí, estoy plenamente convencido que los Juegos de Río le han devuelto la credibilidad al Movimiento Olímpico. Han sido una auténtica y genuina celebración de diversidad. Una celebración que nos ha regalado legítimas imágenes de multiculturalismo, que nos demuestran que los seres humanos somos capaces de festejar nuestras diferencias y disfrutar al máximo de ellas. Creo que hay que ser demasiado cínico para no querer ver que no existe otro evento en el mundo con la capacidad de derribar las barreras existentes entre los seres humanos. El deporte es capaz de hacer que no importe la raza, el credo o la nacionalidad del otro para regocijarse en sus logros, para ser feliz con ella o él. Es la madrugada del 22 de agosto de2016. Los titulares de los principales diarios del mundo comienzan a dar cuenta de la Ceremonia de Clausura de los primeros Juegos Olímpicos en Sudamérica. Hablan de su colorido, de su música, de cómo los atletas entraron bailando y festejando a la cancha de Maracaná. Recuerdan el hermoso y poético momento en el que extinguió la llama olímpica y de cómo el carnaval se apropió del estadio entero. Junto a esas notas aparecen otras noticias. Aquellas que nos devuelven brutalmente a la realidad. Las noticias de nuestras guerras habituales, de nuestro sufrimiento diario, de nuestras rivalidades y atrocidades.
En poco tiempo los titulares olímpicos irán desapareciendo y nuestro caos será de nuevo el protagonista de lo cotidiano. Quizá entonces sentiremos nostalgia por aquellos quince días cariocas que nos llenaron de alegría. Tal vez en alguna plática aparecerán los nombres de los atletas que en un mes de agosto nos maravillaron con sus proezas, seguramente vamos a sonreír con cierta melancolía porque la felicidad nos abandonó tal vez cuando era más necesaria. Saudade, así le llaman a eso que sentiremos en lo más profundo de las entrañas cuando recordemos lo visto y lo vivido en Los Juegos de la Felicidad.
Hola, podrías traducir todo el poema de Antunes? lo busco por todos lados pero no lo encuentro, gracias