Crónica de una noche lesbiana en el Teatro Metropolitan
¿Cómo hacer reversible una noche de incendio? Trato de recurrir a la memoria y en la misma encuentro una serie de flashazos mentales que me regresan al once de noviembre y al Teatro Metropolitan de la Ciudad de México. Aquella noche en la que un auditorio repleto definió nuevamente el significado de la palabra catarsis de la mano de seis músicos españoles cuyas canciones incendiaron una noche que en el exterior era fría, pero que al interior del teatro de la mano de Halley Star la convirtió en una noche luminosa, caliente, con esa dosis de magia que solamente tienen los espectáculos en directo en los que se desborda talento, imaginación, creatividad y música. Es la noche de Love of Lesbian.
Santi Balmes, Julián Saldarriaga, Jordi Roig, Joan Ramon Planell y Oriol Bonet salen al escenario del Metropolitan. No sé si son conscientes de que muchos de los que estamos reunidos para el concierto les conocimos mucho antes de que sus discos se editaran en nuestro país gracias a que vivimos en una era de gran intercambio cultural generado por internet. Pero lo que sí resulta evidente desde el primer acorde de Cuando No Me Ves es que su música ya tiene un público cautivo en México, el cual está listo para corear cada una de las canciones del set que presentarán en ese primer recital de dos que ofrecerán en la Ciudad de México.
La alineación de músicos tiene para esta presentación a un integrante más: Ricky Falkner, se trata no solamente del productor de todos los discos de Love of Lesbian, sino uno de los responsables de que el Indie Español esté a la vanguardia de la música en toda Iberoamérica. A Falkner se le encuentra en los discos de bandas como Sidonie y Mi Capitán así como de solistas como Quique González y el legendario Iván Ferreiro, y, por supuesto, en su propio proyecto y grandioso proyecto: Egon Soda. Es –junto con Santos & Fluren– el personaje que está creando el sonido más interesante del rock en nuestro idioma. Tenerle en el escenario es un lujo, un extra más de una noche que comienza a transcurrir entre canciones que, como solo sucede con los buenos directos, cobran dimensiones nuevas al ser interpretadas.
Supongo que Santi al mirar la sala abarrotada se preguntará por aquellos días de Microscopic Movies, su primer trabajo, en el que sus conciertos tenían – de acuerdo a la biografía de la banda – un aforo máximo de 2 personas. Que lejos están aquellas últimas noches de 1999 pues ahora al otro lado del atlántico el teatro a reventar se quema cuando suenan los primeros acordes de Bajo el Volcán. Cuando la canción termina es evidente que banda y público han llegado a casa. Santi se dirige a la audiencia para presentar la siguiente canción la cual le dedica a tres artistas que decidieron irse a tocar a las estrellas y que desde ahí siguen siendo influencia para la banda: Prince, David Bowie y el recién fallecido Leonard Cohen. Suena entonces Los Seres Únicos y cuando Santi canta con fuerza “puede que en realidad seamos únicos” todos en el auditorio lo repetimos convencidos de que, por lo menos esa noche, lo somos.
La noche tendrá varios momentos climáticos. Allí Donde Solíamos Gritar es el primero de ellos. Esa letra evocadora y tan poética de dolorosos homenajes a la memoria inunda la sala: “¿A qué no sabes dónde he vuelto hoy? Dónde solíamos Gritar, Diez años antes desde ahora sin edad, aún vive el monstruo y aún no hay paz” canta la audiencia como si en cada garganta un recuerdo vivo apareciera acompañado de fantasmas que se empeñan en quedarse. Los Músicos lo entienden así y lo que se produce es un auténtico acto de comunión. Noches Reversibles es el siguiente número y luego una sorpresa: 1999 y 2009 conforman un hermoso y emocionante medley. Canciones complementarias que cuentan la historia de una relaciones humanas, tan humanas que resultan en algo cinematográfico, la capacidad de crear imágenes gracias al sonido y lo que se canta. Uno no puede dejar de pensar en ese taxi en el que alguien viaja con la mirada perdida escribiendo en el vaho de los cristales o en esa otra persona que invita al amante que una vez le abandonó en la mitad de la ciudad a regresar y romper todas la ventanas, a “hacer del caos un arte”.
Leo la última frase que he escrito en el párrafo anterior, regreso a la memoria para tratar de ser más preciso y entiendo muchas cosas de las sucedidas en esa noche del once de noviembre. Pocas cosas pueden ser tan caóticas como un concierto de rock, pocas bandas pueden convertir ese caos en un arte. Los lesbianos lo hacen a partir de la poética de sus canciones y de una naturalidad en su interpretación que resulta contagiosa. Es evidente que están disfrutando del recital tanto como lo hace una audiencia que cuando suena La Noche Eterna se deja llevar por la sensualidad de la letra. Todos reptamos por la imaginaria espalda que es descrita en la canción. Todos somos esa pareja que a la Bonnie & Clyde permanecen juntos hasta el final. Los Males Pasajeros es interpretada por primera vez en concierto, la canción fluye tanto como su letra, con la genialidad de lo sencillo, de lo que golpea directamente a los corazones que están decididos a latir al unísono mientras con emoción cantamos “que sea epitafio del hombre más sabio un: Yo solo pasé por aquí”.
Oniria, Incapacidad Moral Transitoria, Psiconautas y Yin Yen son coreadas por un público al que las butacas de las Metropolitan solamente le sirvieron para sentarse a esperar el concierto. Nadie se ha sentado desde que las luces del recinto se apagaron. Llega otros de los grandes momentos de la noche: Incendios de Nieve. Tengo que hablar entonces en primera persona: fue la canción con la que hace unos años navegando por You Tube descubrí a Love of Lesbian. Escucharla y cantarla en vivo había sido desde entonces uno de mis mayores deseos musicales. Finalmente lo había conseguido y no me sentí defraudado. Incendios forma parte ya de mi banda sonora personal, la llevo en ese lugar especial que uno destina en el corazón para las canciones favoritas, aquellas que te hablan tal vez cuando más necesitado estás de escuchar una voz amigable. “Por si alguien aún duerme…Incendios de Nieve y Calor”, canto, cantamos todos dirigidos por un Santi Balmes que como frontman es simplemente delicioso, divertido y capaz de dirigir a los cientos de personas que en ese momento le consideran un sumo sacerdote en un ritual sonoro.
Toros en la Wii nos pone de nuevo a bailar. Uno intuye que la noche está por terminarse cuando suena Algunas Plantas y especialmente cuando se escuchan las primeras notas de Club de Fans de John Boy, esa canción que habla de un reticente asistente a un concierto en el que estaban presentes todos los raros. Volteo y me doy cuenta de que ahí estamos los raros, aquellos que escuchamos canciones de una banda catalana con un nombre que espantaría a más de un miembro del club de la vela perpetua. Me pregunto si – tal y como narra la canción – alguno de los que ahí estaba llegó al evento arrastrado por algún extraño fanático de Love of Lesbian y que se había transformado ya en un devoto fanático. Miro mi reloj y comienzo a pensar en que tengo que recordar cada uno de los detalles de esa noche que por dos horas y cuarenta y cinco minutos ha coqueteado con la eternidad.
Llega el Poeta Halley, ese poema que lleva al pop a nuevas dimensiones. El sobrio pero efectivo juego luces disminuye su potencia cuando, en la segunda parte de la canción, una grabación trae a Joan Manuel Serrat al evento. Es quizá el único momento en el que puede percibirse cierto silencio en la sala, como si todos – le conociesen o no – quisiera escuchar con cierta reverencia a esa voz proveniente del padre de la moderna canción popular española y de la que los lesbianos son herederos directos. La voz de Serrat recita cada uno de los versos escritos por Balmes infundiendo una entonación que absorbe a la concurrencia entera en lúdica ensoñación.
Pero todo viaje tiene un destino. El de esta noche lesbiana está por llegar. Santi advierte que así será y nos hace a todos una última invitación: que les acompañemos en Planeador. “Quiero volver al azul El que sentía pilotando aeroplanos de tinta y papel, y de aeropuerto un diario en blanco” dice la letra de la canción, esa canción que invita a realizar un viaje en la búsqueda de uno mismo. Esa canción que llama a ese poeta llamado Halley y que es capaz de hacernos volar con las ideas y la música de Love of Lesbian. Las luces se prenden y el aterrizaje es complicado, lo es porque hemos dado un paso al ras del cielo, ese en el que habitan los grandes conciertos a los qu en muchas ocasiones se evocan para recordar esa noche en la que todos fuimos ellos y ellos fuimos nosotros, la noche lésbica del Teatro Metropolitan, la noche eterna de Halley Star.