Mahler y la OSY reciben una larga ovación de pie

En su crónica musical, Diego Elizarraraz analiza la ejecución de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, que bajo el mando de José Areán, rindió su interpretación de la apoteósica 5ta Sinfonía de Gustav Mahler, lo que provocó el exabrupto del público de pie batiendo las palmas...

Aunque me es difícil elegir el camino para relatar el acontecimiento musical del viernes 10 de mayo, comenzaré reconociendo a la Orquesta Sinfónica de Yucatán y a su director, José Areán, por la interpretación de la 5ta Sinfonía en do# menor de Gustav Mahler que, en términos generales, me permito tildar de formidable, brutal y vigorosa.

También me es inevitable no hacer mención del grato regalo –así nombrado por el director al inicio del concierto–, para aquellas madres que asistieron: el estreno mundial antes del concierto de uno de los documentales producidos por la Fundación Mahler sobre la obra sinfónica del compositor, precisamente el de su quinta sinfonía. Un presente un tanto didáctico, casi como una preparación para los siguientes setenta y tantos minutos sin intermedios…

La obra está construida en tres partes: la primera y la última con dos movimientos cada una. La marcha fúnebre (Trauermarsh), primer movimiento, abre con una trompeta precisa e inquisitiva – en las manos y pulmones del trompetista Rob Myers–, tal vez un enlace al último movimiento de su cuarta sinfonía y/o un guiño directo a la quinta de Beethoven -por el dibujo motívico* que propulsa la obra entera-.

Seguido de un agresivo segundo movimiento, y con un carácter Stürmisch bewegt: violentamente agitado, la orquesta y su director nos maravillaron con su manejo del montaje de los contrastes y de las transformaciones temáticas con justo balance y aguda sutileza, sirva de ejemplo el coral bruckneriano de los metales justo antes de la coda que da pie a un final de movimiento misterioso, un excelente contrapeso que suaviza la escucha antes del tercer movimiento (Scherzo).

Uno de los más largos scherzos, sino es que el más largo en la historia de la forma sinfónica. En este movimiento, Mahler adopta afectos más jocosos y alegres con un sensual vals por aquí y escenas pastorales por allá. Si me lo permite la orquesta y complementando la fina y correcta – tal vez demasiado correcta–, interpretación de este juguetón movimiento, añadiría a manera de invitación: cuando hay que bailar, ¡a bailar! O como un bailarín me dijo alguna vez: ¡sin contar, a sentir, sin miedo! Ciertamente un scherzo diametralmente distinto a los de sus previas sinfonías. Posiblemente por eso, y después del contundente y fortísimo tutti con el que termina, el público no pudo contener los aplausos entre éste y el cuarto movimiento (Adagietto).

El famoso Adagietto del cuarto movimiento, pincelado con una ingenua y melancólica melodía bellamente cantada por el arpa y la cuerda, inmortalizada por el director Luchino Visconti en su canónica película Muerte en Venecia (1971), puede ser comúnmente reconocible, pero no es lo más representativo de esta magnífica sinfonía.

Sin embargo, no temo asegurar que escucharle nos erizó la piel a más de uno de los presentes. Se puede apreciar el tierno cuidado con que la orquesta y el director trabajaron esta carta de amor, que según cuentan, escribe Mahler para Alma Schindler, su esposa. Alma nunca lo confirma en sus copiosas memorias, lo único comprobable es el poema de amor que Mahler escribe en una edición del Adagietto propiedad de su amigo, el director Willem Mengelberg. Sea como fuere, lo que el viernes aconteció fue una dulce y sensible interpretación de este precioso y delicado movimiento.

El idílico estado en que nos dejó el Adagietto fue relevado por un ingenioso y perfectamente estructurado quinto y último movimiento (Rondo-Finale). Aquí, Mahler vuelve autorreferencial su complejo hilvanado de juegos y contrastes en diversos frentes, entre ellos: formal, temático y tímbrico. La escritura polifónica, las secciones fugadas y el constante flujo de este potente movimiento dan cuenta de un intenso estudio que el compositor hace de la obra de J.S. Bach y un intuitivo dominio del control dramático.

Acercándonos al desenlace, reaparece el coral de metales del segundo movimiento, pero con tintes motívicos del primero y termina con una coda que nos lleva gradualmente al zenit dinámico final.  No hubo mayor evidencia de la atinada maestría y destreza de la orquesta -bajo la experimentada batuta de su director-, que la sostenida ovación de pie al concluir la obra. Confieso que, por momentos, incluso pude imaginar a Mahler mismo dirigiendo…

*El desarrollo motívico, también llamado manipulación motívica, consiste en variar la estructura inicial del motivo en beneficio del desarrollo de la composición. Esto cumple el requisito principal de toda música: repetición y variación.

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