Una velada en tres partes para el tercer programa de esta temporada. El viernes 8 de noviembre de 2024 la Orquesta Sinfónica de Yucatán continuó demostrando la versatilidad de sus intérpretes con tres breves obras de distinta dotación y de distinto período.
La primera obra, Suite No.1 Antiguos Aires y Danzas de Ottorino Respighi marcó el compás bailable de la noche. Cuatro danzas que originalmente fueron escritas para laúd y que el compositor arregla en una versión orquestal rica en convenciones tímbricas, para las cuales la orquesta y su director hacen una fantástica y cuidadosa labor al respetar el alma renacentista de cada una. De las cuatro danzas, el ballet y la gallarda, dos Allegros, uno moderato otro marcato, respectivamente, alaban a importantes compositores italianos del renacimiento. El Balleto detto ‘Il Conte Orlando’ honra a Simone Molinaro, un lutista, compositor, pedagogo y maestro de capilla genovés.
Este movimiento, aunque homogéneo en el tratamiento melódico, resalta al oboe y al clavecín, que, aunque sintetizado por un piano digital en escena, la gran pianista Irina Decheva nos otorga una interpretación en sumo sensata y prudente. La Gagliarda, honrando al padre del polímata florentino Galileo, Vincenzo Galilei, con mayor fuerza orquestal que la primera danza, es absolutamente ternaria y polifónicamente sólida, aspectos que no escaparon a la sesuda batuta del director y que tranquilamente nos condujo a la tercer danza.
Esta tercera danza, anónima y que lleva por nombre Villanella, pertenece a una producción popular, también renacentista. Siendo la más extensa de las cuatro, la orquesta exaltó su sobriedad sin abandonar el dinamismo característico del movimiento. Nótese que lo que en otro contexto puede ser un error de escritura, aquí, las consonancias abiertas producidas por las quintas paralelas son parte del estilo rústico de esta danza. La obra concluía con Passo mezzo e Mascherada, quizás la más clásica de todas las danzas. Un movimiento que podría pasar por una pavana rápida y que la orquesta supo interpretar sin problema alguno.
De un ambiente renacentista, el conjunto nos transportó a uno barroco. Ya lo decía el magnífico fagotista Miguel Galván en redes sociales, el Concierto para fagot, cuerdas y clavecín en Re menor de Antonio Vivaldi: es un concierto contrastante. De los casi cuarenta conciertos para fagot que el compositor escribió, este muestra un peculiar virtuosismo. Lo mismo aparecen imbricados pero cómodos pasajes que líneas melódicas expresivas fundiendo el versátil timbre del fagot con el polifacético e incomparablemente adaptable timbre orquestal. Como ocurre con frecuencia en la obra de Vivaldi, hay una fuerza torrencial que estimula los motivos de forma incitante.
Desde el vertiginoso Allegro que abre la obra es perceptible el intacto tratamiento que Miguel da a los rápidos descensos, a los cambios de registro y los brutales arpegios presentes en este y en el último movimiento. En el Larghetto podemos escuchar la sencillez del acompañamiento que por momentos hacían, de ciertos gestos, pequeñas y delicadas miniaturas instrumentales. En el tercer y último movimiento, el director retoma la energía inicial que con breves huecos espaciales anuncia las cadencias finales. A pesar de que, para esta obra, la dotación instrumental no excedía veinte músicos interpretando, la orquesta y Miguel lograron hacer audible la precisión y el brío presentes en la escritura de Vivaldi.
Para concluir, la orquesta interpretó la Suite ‘El Caballero de la Rosa’ de Richard Strauss. Una colección de valses de uno de los mayores éxitos del compositor, usualmente tildada de sentimental, tal vez por la trama del libreto, pero llamada por él mismo: una comedia musical. Llena de valses y una dialéctica musical aparentemente dramática, este compendio es un modelo de las plasticidades tímbricas que desde que escribió Don Juan, Strauss es capaz de instaurar. Una importante distinción sobre este arreglo es que la probabilidad de que el compositor hubiese estado involucrado es muy poca, sin embargo, sí dio autorización para su publicación.
Aquí, como en prácticamente toda su música, la forma es solo superficie, lo importante es la íntima finura para transformar la dimensión de lo sensible que –nos guste o no–, prevalece desde que el legado romántico busca conexiones con el espíritu. Como ya ha ocurrido con esta maravillosa orquesta, las interpretaciones de Strauss son refinadas y exquisitas. En esta obra, destacaron los líricos pasajes del oboe de Alexander Ovcharov, por momentos al unísono con la trompeta de Rob Myers, por momentos dobleteando la melodía con el violín primero de Christopher Collins y en ambos casos creando un primoroso y dulzón timbre acompañado por las celestiales arpas de Balam Ramos y Alejandro Tec.
La cuerda nunca pierde oportunidad de embelesarnos entre deleitosos pasajes ligados o desbocarnos a través de galopantes gestos apuntalados por los metales. En fin, cromatismos y disonancias por doquier balanceados con acordes de cuarta y sexta que consuelan el ímpetu de una audiencia que anhela y disfruta la pomposa sonoridad que esos artefactos orquestales provocan. Sagaces bravos más que audibles para una orquesta instruida en una variedad de géneros. Una bonita y, de nuevo, bailable velada. ¡Bravo! ¡Gracias, OSY!