Marco Antonio Murillo en torno al poema “Batman”, de José Carlos Becerra (1936-1970)*
1
El Batimóvil por la carretera, un sueño que atraviesa fugaces escenarios de papel y sitios nocturnos. Sortea baches, aumenta la velocidad y desacelera cuando un tráiler está frente a él y le impide el paso. Entonces, lo esquiva y sigue su camino haciendo rugir los 44 caballos de fuerza de su motor de 1.5 litros. En sus metales pulidos espejea el alba de las 5:00 a.m. Tiempo vuelto luz: el sol somnoliento sale por los espejos laterales y el retrovisor. A los lados, un bosque manchado de verdes claridades es invadido por uno que otro rastro de civilización. La gente levanta sus tempranas chimeneas, los campesinos recogen la cosecha que dejaron cigarras y luciérnagas la noche anterior:
2
El divinal automóvil por la carretera, con dirección al puerto más cercano. Sobre el volante, un hombre joven, cabello oscuro y barba de candado, siente que ir a bordo de su Batimóvil Volkswagen 1500 a más de 70 millas por hora es una manera de romper la conciencia sobre el espacio. El paisaje se difumina, sus claroscuros y arboledas mezclan formas y colores, transitan sin importar el número de fotogramas que puede captar el ojo humano. Brevedades que al intentar recordarlas asonantan, borrosas enumeraciones que valen para la memoria lo que un letrero que ya nada indica del camino. Los pueblos son fantasma. El bosque de fauna numerosa y el mar que entra al vehículo por el salado olor de la brisa, son una mina de oro ya abandonada. El paisaje entrevisto con los faros que despejan la neblina, es un contra-lugar, un sito de tránsito para quien lo recorre con los ojos cansados, desmañanados, ojos que inventan su propio mundo a cuarta velocidad:
3
Y después: el clásico desperfecto en mitad de la carretera, el divinal automóvil con las llantas ponchadas entorpeciendo el tráfico de las lágrimas y de los muertos, que transitan clásicamente en sentidos contrarios. LOS OBJETOS ESTÁN MÁS CERCA DE LO QUE APARENTAN, nos dicen los espejos más inmediatos. La muerte es uno de esos objetos. Aquel vehículo no era conducido por Bruce Wayne que cruzó a Metrópolis por un viaje de negocios. Al volante iba el poeta mexicano José Carlos Becerra, que estaba de visita por Italia. La noticia de su muerte se dio a conocer en una pequeña nota al interior del periódico Gotham Gazette:
Ciudad Gótica, 28 de mayo de 1970. El poeta mexicano José Carlos Becerra Ramos murió ayer en un accidente en las cercanías de San Vito de los Normandos, tenía 34 años de edad. Según informes, Becerra tomó una curva a alta velocidad en la carretera estatal número 16 y perdió el control de su automóvil, placas 428-Z-91927. Después de estrellarse y romper el muro de protección, cayó en una barranca, donde al instante murió por fractura de la base del cráneo. Además de varios documentos rescatados del lugar del accidente, una suma de dinero y cheques bancarios en una valija, se encontraron también algunos papeles y el manuscrito de un poema titulado “Batman”:
4
Becerra habría visitado Ciudad Gótica en algún momento de su vida. Quizá pudo conocer a Bruce Wayne, ya sea la versión actuada por Adam West o aquella escrita por Carmine Infantino. Entonces, ¿quién de los dos le habrá contagiado el desvelo al otro: Bruce imaginó a un hombre disfrazado de murciélago, la primera vez que leyó el poema “Batman”, o a Becerra le platicaron sobre un sueño recurrente, donde un ser parecido a una polilla entorpecía con sus alas la circulación de los autos? Mientras el poeta conducía adormilado hacia el puerto de Brindisi, tal vez pensaba en el Batimóvil. Quería comprobar cómo se siente Batman recorriendo los parajes abiertos, neblinosos, salínicos de Ciudad Gótica. Su muerte a pleno amanecer, con el sol emergiendo del lado del mar, se parece al ascenso de Batman con la luna en la ventana, esperando a que salga en el cielo esa sombría luz de la señal:
*Aquí puedes leer el poema de Becerra adaptado al cómic. O si lo prefieres, escúchalo en la voz de Julio Trujillo.
*Este año se cumplió el 50 aniversario luctuoso del poeta mexicano José Carlos Becerra, quien nació el 21 de mayo de 1936 en Villahermosa, Tabasco, y falleció el 27 de mayo de 1970 en Brindisi, Italia. A continuación, te dejamos el poema completo para que disfrutes su lectura:
BATMAN, por José Carlos Becerra.
Recomenzando siempre el mismo discurso,
el escurrimiento sesgado del discurso, el lenguaje para
distraer al silencio;
la persecución,, la prosecución y el desenlace esperado
por todos.
Aguardando siempre la misma señal,
el aviso del amor, de peligro, de como quieran llamarle.
(Quiero decir ese gran reflector encendido de pronto…)
La noche enrojeciendo, la situación previa y el pacto
previo enrojeciendo,
durante la sospecha de la gran visita, mientras las
costras sagradas se desprenden
del cuerpo antiquísimo de la resurrección.
Quiero decir
el gran experimento,
buscándole a Dios en las costillas la teoría de la costilla
faltante,
y perdiendo siempre la cuenta de esos huesos
porque las luces eternamente se apagan de pronto,
mientras volvemos a insistir en hablar a través de ese
corto circuito,
de esa saliva interrumpida a lo largo de aquello que
llamamos el cuerpo de Dios, el deseo de luz
encendida.
22
Llamando, llamando, llamando.
Llamando desde el radio portátil oculto en cualquier
parte,
llamando al sueño con métodos ciertamente sofocantes,
con artificios inútilmente reales,
con sentimientos cuidadosa y desesperadamente
elegidos,
con argumentos despellejados por el acometimiento
que no se produce.
Palabras enchufadas con la corriente eléctrica del vacío,
con el cable de alta tensión del delirio.
(Acertijos empañados por el aliento de ciertas frases,
de ciertos discursos acerca del infinito.)
Recomenzando, pues, el mismo discurso,
recomenzando la misma conjetura,
el Clásico desperfecto en mitad de la carretera,
el Divinal automóvil con las llantas ponchadas
entorpeciendo el tráfico de las lágrimas y de los muertos,
que transitan Clásicamente en sentidos contrarios.
Recomenzando, pues, la misma interrupción,
la pedorreta histórica de las llantas ponchadas,
el sofisma de cada resurrección,
el ancla oxidada de cada abrazo,
el movimiento desde adentro del deseo y el movimiento
desde afuera de la palabra,
como dos gemelos que no se ponen de acuerdo para
nacer,
como dos enfermeros que no se coordinan para levantar
al mismo tiempo el cuerpo del trapecista herido.
(Aquí el ingenio de la frase ganguea al advertir de
pronto su sombrero de copa de ilusionista;
ese jabón perfumado por la literatura con el cual nos
lavamos las partes irreales del cuerpo,
o sea el radio de acción de lo que llamamos el alma,
las vísceras sin clave precisa, los actos sin clave precisa,
la danza de los siete velos velada por la transparencia
del dilema;
y por la noche, antes de acostarse,
la dentadura postiza en el vaso de agua,
la herida postiza en el vaso de agua, el deseo postizo
en el vaso de agua.)
La señal… la señal… la señal…
Así sonríes sin embargo, confiando otra vez en tu
discurso,
mirándote pasar en tus estatuas,
flotando nuevamente en tus palabras.
La señal, la señal, la señal.
Y entretanto paseas por tu habitación.
Sí, estás aguardando tan sólo el aviso,
ese anuncio de amor, de peligro, de como quieran
llamarle,
ese gran reflector encendido de pronto en la noche.
Y entretanto miras tu capa,
contemplas tu traje y tu destreza cuidadosamente doblados sobre la silla, hechos especialmente para ti,
para cuando la luz de ese gran reflector pidiendo tu
ayuda, aparezca en el cielo nocturno,
solicitando tu presencia salvadora en el sitio del amor
o en el sitio del crimen.
Solicitando tu alimentación triunfante, tus aportaciones
al progreso,
requiriendo tu rostro amaestrado por el esfuerzo de
parecerse a alguien
que acaso fuiste tú mismo
o ese pequeño dios, levemente maniático,
que se orina en alguna parte cuando tú te contemplas
en el espejo.
Miras por la ventana
y esperas…
La noche enrojecida asciende por encima de los edificios
traspasando su propio resplandor rojizo,
dejando atrás las calles y las ventanas todavía
encendidas,
dejando atrás los rostros de las muchachas que te
gustaron,
dejando atrás la música de un radio encendido en
algún sitio y lo que sentías cuando escuchabas la
música de un radio encendido en algún sitio.
Sigue la noche subiendo la noche,
y en cada uno de los peldaños que va pisando, una
nueva criatura de la oscuridad rompe su cascarón de
un picotazo,
y en sus alas que nada retienen, el vuelo balbucea los
restos del peldaño o cascarón diluido ya en aire;
y mientras tanto tú no llegas aún para salvarte y salvar
a esa mujer
que según dices
debe ser salvada.
¿En qué sitio, en qué jadeo
el sueño recorre el apetito reconcentrado de los
dormidos?
¿Qué ola es ésa, que al golpear contra el casco
hace que el marinero de guardia ponga atención por un
momento, para decirse después que no era nada
y torne a pasearse por el cuarto, mirando de vez en
cuando por la ventana las luces dispersas de la calle?
¿Qué ir y venir está gastando el cuerpo de su andanza
contra el casco manchado, cubierto de parásitos marinos?
…porque de pronto has dejado de pasearte por la
habitación.
¿Acaso escuchas realmente ese ruido? ¿Ese ruido viene
del pasillo o viene de tu deseo?
(Cierta especie de ruido que tropieza con cierta especie
de silencio dentro de ti,
como alguien que se topa con una silla al caminar a
oscuras…)
¡Tal vez ya prendieron el reflector para pedirte auxilio!
¡Tal vez fue esa mujer quien lo encendió!
Pero no, todavía no,
nadie camina por el pasillo hacia tu puerta, nadie
tropieza con una silla dentro de ti,
y allí están doblados tu traje de héroe y tus sentimientos
de héroe,
listos para cuando entres en acción.
¿Pero por qué no han encendido ese gran reflector?
¿Es sólo el ascenso de la noche lo que deja sus cascarones rotos en el aire?
¿Qué criatura de la oscuridad picotea para que el aire
tome forma de cascarón roto, de peldaño dejado
atrás?
¿Qué es aquello que detiene de súbito tus paseos por la
habitación mientras te dices
“Acaso deba esperar otro rato”?
Y vuelves a asomarte por la ventana.
¿Es el zumbido de un jet que cruza el cielo rayándolo
fugazmente con sus pequeñas luces de navegación?
Y algo dentro de ti que tú crees que es la noche allá
afuera,
cruje pisando cascarones rotos, peldaños donde el
cuerpo de su andanza deja un hilo finísimo de baba
o soliloquio,
mientras retorna el fantasma de una mujer bandeado
por la oscuridad
donde el mar se encaverna después del zarpazo,
y ese fantasma, que es la otra cara de la espuma, repite
contra el casco del barco el golpe del sueño
salpicando al silencio desde lejos.
Y vuelves a asomarte por la ventana.
¿Es el zumbido de un jet que cruza el cielo?
¿Qué es ese ruido que te hace mirar tu traje y tu antifaz,
y asomarte después por la ventana?
Ir y venir alrededor de una silla,
enrevesado viaje alrededor de una silla, guardando el
equilibrio difícilmente
al caminar y girar sobre un hilo finísimo de saliva.
Ir y venir, habladuría alrededor de una silla donde está
un extraño traje doblado,
ir y venir alrededor de un viejo y descompuesto automóvil que estorba el tráfico en la carretera,
gestos entrecruzados, habladuría de ventanas y escaleras
labrando la estatua cuyo sentido griego vacila y se
viene abajo en el trayecto entre una ventana y un reflector que no se ha encendido,
mientras los cascarones rotos de la oscuridad crujen y se
disuelven bajo el brusco aleteo con que la oscuridad
va impulsando la noche.
Y otra vez te paseas,
¿quieres desovillar el hilo de saliva, el hilo de palabras
sobre el que te balanceas en precario equilibrio?
¿En qué juego de tus frases, en qué humillante silencio
has puesto el oído?
Y otra vez te paseas y otra vez te vuelves hacia la
ventana,
pero ese resplandor… pero ese resplandor que descubres
de pronto,
es el amanecer,
palidísimo gesto de esa luz entre los edificios, donde el
silencio enhebra las pisadas lejanas de todo lo
nocturno.
¿Y ahora
qué es lo que sientes que se aleja,
como alguien corriendo descalzo por la playa, entre la
niebla que la luz va a ocupar?
¿Y en esa claridad en aumento, acaso puede todavía
distinguirse
la señal de un reflector encendido?
Paseos alrededor de una silla donde está un extraño
traje doblado,
monólogo alrededor de una silla donde está un simulacro
en forma de traje doblado,
mientras el amanecer se deja llevar por su propia marea
ascendente, y por el ruido de las barredoras mecánicas y de los primeros camiones urbanos
que aparecen por las calles desiertas.