Una reseña televisiva de la serie disponible en Netflix.
Hablar del crimen organizado en México a través de la narrativa audiovisual es un asunto sumamente polémico. Muchos críticos del tema han sugerido que se deben evitar productos como las llamadas “narco series” pues desde su punto de vista, éstas no solamente hacen una apología de la violencia, sino que convierten a los criminales en héroes con un estilo de vida al que muchos desean llegar. Hay algo de razón el tema si uno mira a productos como “El Señor de los Cielos” o “Rosario Tijeras”. Sin embargo, valdría la pena preguntarse si al evitar tocar este tipo de asuntos en el cine o en la televisión, no solamente se está promoviendo la censura sino que también se está tratando de imponer una visión que pretende negar una dura pero evidente parte de la realidad nacional.
En todo caso, lo que como público deberíamos exigir es que cuando una serie hable del narcotráfico y las consecuencias que éste ha traído para nuestro país, lo haga de la manera más seria posible, generando productos que no endiosen a los capos de la droga sino que los retraten como lo que son: hombres y mujeres que encontraron en el tráfico de narcóticos y estupefacientes un modo de vida que les permitió no solamente hacerse de gigantescas e inimaginables fortunas, sino que su actividad les abrió las puertas a un sistema político cimentado en la corrupción y en el hambre, que por los dólares tuvieron muchos de los políticos mexicanos que formaron parte del régimen priísta y del que siguió en los años en los que la derecha gobernó al país. Eso es lo que hace con enorme exactitud Narcos México, la producción que Gaumont Televisión ha hecho para Netflix.
Gaumont es una productora francesa cuya división estadounidense es la que se ha encargado de producir Narcos –que en sus dos primeras temporadas contó la historia de Pablo Escobar y en una entrega posterior la del Cartel de Cali–, y las temporadas de Narcos México. Quizá por ello su aproximación al tema es más abierta, más libre y más interesada en las implicaciones históricas y sociales que el narcotráfico ha tenido para países como Colombia y México y, por supuesto, para el gran junkie de la historia de la humanidad que es Estados Unidos.
Existe en la serie un genuino interés por explorar el desarrollo del negocio ilícito de las drogas y su relación con el poder político, lo que ha sido mucho más evidente en Narcos México. Es la visión que desde fuera se tiene de la historia del narcotráfico en México y su consolidación durante los años ochenta, algo que queda claro desde el principio de la serie cuando quien funge como narrador de la misma es un ficticio agente de la DEA que está involucrado en la lucha contra los carteles de la droga: Walt Breslin (Scoot McNary).
En la primera entrega, la historia se centró en la ascensión de Miguel Ángel Félix Gallardo (un soberbio Diego Luna) de ser un policía que cultivaba mariguana junto a su socio Rafael Caro Quintero (el gran Tenoch Huerta), a convertirse en el jefe de una poderosa federación de criminales que lo puso en la mira de la DEA para dar paso al secuestro y asesinato de Enrique “Kiki” Camarena (Michael Peña), con las implicaciones que el barbárico acto tuvo para que el gobierno conservador de Ronald Reagan le declarara la guerra a las drogas y con ello iniciara un política injerencista sobre el tema no solamente en México, sino en general en toda América Latina.
Félix Gallardo es presentado como un hombre que, a pesar de su poca educación, es capaz de leer acertadamente el momento político por el que atraviesa México y cómo infiltrarse en el sistema para convertirlo en su aliado, en el instrumento necesario para incrementar sus ganancias y, sobre todo, su poder. En la segunda temporada, esa alianza entre los criminales y los políticos será mostrada sin tapujo alguno: la infiltración de Gallardo en el gobierno llega hasta los más altos niveles y el narcotraficante se convertirá en una pieza clave para la política y la economía nacional.
Con enorme lucidez, los guionistas de la serie van tejiendo una completa y alucinante narrativa en la que políticos y criminales generarán una relación simbiótica, la cual tiene su punto culminante con el proceso electoral de 1988 y la presentación de una tesis contundente y demoledora: fue el crimen organizado el aliado del sistema para conformar el fraude en contra de Cuauhtémoc Cárdenas y el FDN en beneficio del PRI y de Carlos Salinas de Gortari. El ascenso de unos y la continuidad de otros se debió a una mancuerna que terminó costando al país la sangre de muchos y muchas.
La tesis está manejada a partir de una brillante reconstrucción histórica, de hechos que se van entretejiendo a través de una narrativa que nos sitúa en el contexto social, llena de grandes secuencias y de diálogos que desnudan a personajes que van renunciando a todos los planteamientos morales y éticos que pudieran tener con tal de acumular dinero y poder. Gallardo se convertirá en un hábil comerciante, en un criminal despiadado y en un adicto al poder. Será temido y respetado por otros capos de la droga, pero también por militares, policías y políticos que trabajan para él.
Lo anterior en el marco de una recreación histórica sumamente cuidada por el diseño de producción de la serie. Destacan los capítulos cuya dirección está a cargo del talentoso Amat Escalante, quien pone toda su capacidad narrativa para brindar momentos cargados de una dolorosa épica, de un profundo y espeluznante retrato de personajes que metieron a todo el país en una encrucijada de la cual aún no salimos y de la que probablemente no saldremos en mucho tiempo.
Esa recreación aventurada -pero no por ello menos realista tesis presentada en el programa-, es lo que convierte a Narcos México en un producto necesario, en algo que hay que ver para despertar el interés por la historia reciente de nuestro país y para tratar de entender cómo hemos llegado al México de nuestros días. Evidentemente no quiero decir con lo anterior que lo presentado en la serie sea una verdad histórica e irrefutable, pero la aproximación a capítulos de la historia nacional que construyeron al México moderno está plasmada con un gran realismo, generando no solamente interés, sino también provocando una sensación de auténtico terror al pensar que todo lo contado pudo haber sido real.
En todo caso, la segunda temporada de Narcos México es una invitación a reflexionar sobre lo que este país ha sido para hacer todo lo posible para no volver a caminar en sendas trazadas por quienes gobernaron antes y permitieron, porque así convenía a sus intereses personales, que el crimen organizado creciera y se volviera parte fundamental de la vida política nacional.