Para el quinto programa la temporada, este viernes 22 de noviembre de 2024 la Orquesta Sinfónica de Yucatán, de nueva cuenta con su director artístico, José Areán, nos otorgó –en palabras de él mismo en la charla previa el concierto–, una noche española. Quizás una muestra de solidaridad ante los catastróficos eventos del mes pasado en más de ochenta municipios de Valencia, una de las provincias españolas, por el desbordamiento de uno de sus ríos.
Después de anunciarse los patrocinios del patronato de la orquesta en los altavoces de la sala –vez primera que los escucho–, la noche española daba inicio con una selección de seis danzas de las Suites 1 y 2 de la ópera Carmen del compositor francés Georges Bizet, estrenada en 1875. También en la charla previa el concierto, el director ahondó brevemente sobre el motivo de la selección sin dejar a un lado la historia de la novela bajo el mismo nombre de Prosper Mérimée –publicada treinta años antes– que sirvió de base al compositor y libretistas para construir esta obra que, aunque hoy es frecuentemente interpretada, en su estreno fue sumamente controversial.
El director tampoco olvidó hacer mención sobre el arraigo que la escucha colectiva tiene sobre las danzas que escucharíamos minutos después. En la primera selección: el Preludio y la Aragonesa de la Suite 1, que parecen un solo movimiento, la orquesta preparaba nuestros oídos con el misterioso trémolo en la cuerda adosando el tema en los alientos para que un fortalecido tutti conectara con una rígida orquestación de tan solo unos cuantos compases y fuera relevada por la cuerda, ahora picada pero aún misteriosa, protegiendo a las maderas que auxiliaban los aires arábigos en los gestos melódicos del oboe.
En el Intermezzo, una encantadora flauta y una idílica arpa abrían un espacio tan afable y ameno que, después de las inmediatas reorquestaciones del tema, la estable cohesión orquestal, orientada por la habilísima batuta del director, hechizó a una audiencia que no pudo contener sus bravos ni sus aplausos. Parte de la audiencia pretendió callarles solo para recibir una ofensiva directa del director que, apoyando el reconocimiento, dijo contundentemente: ¡Se vale! A partir de este momento, el resto de las danzas fueron intervenidas por los arrebatados aplausos de una audiencia adicta a estas sonoridades.
Terminada las tres danzas seleccionadas de la Suite 1, siguió la afamada y notoria Habanera, una danza sumamente breve pero tan memorable que hay muy poco qué decir sobre ella más allá de resaltar su impoluta interpretación. La Canción del Toreador, la penúltima danza, con una sólida dotación orquestal, acondicionó el espacio para que la trompeta resplandeciera exhibiendo su gracia melódica. Para concluir, la danza gitana del segundo acto, la Danza Bohemia, exuberantemente rítmica, nutrida en percusiones y la más larga de las danzas en ambas suites –sin considerar el nocturno del tercer acto que no escuchamos–, una atinada selección que, para no variar, tiene en su compás final un tutti convencionalmente anticipado y tonalmente concluyente.
Terminó el reacomodo de sillas y con ello la preparación para el Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo. El virtuoso yucateco Cecilio Perera comenzó la fascinación de la noche con los rasgueos que aperturan el Allegro con spirito del primer movimiento. Lleno de coloridas armonías y una orquestación perfilada con tremenda maestría, la guitarra juega brevemente con la orquesta antes de recibir una sublime recitación del violoncello.
Unos cuantos compases después, el clarinete debuta para ser relevado por un suave corno y momentos después por un oboe. A lo largo de este primer movimiento la guitarra de Cecilio atravesaba pintorescos corolarios en las maderas y lisas disposiciones orquestales donde, sin ningún tipo de asperezas, las seis cuerdas infundían vigor en el resto de los instrumentistas. Acercándose el final del movimiento, la orquesta imita los rasgueos que culminan con su eco en la guitarra y un cómico final con el fagot.
Vuelven los rasgueos para el inicio del Adagio, con otra rítmica y un afecto diametralmente distinto, preludiando el triste y dolorosísimo tema en el corno inglés. Las tersas pero desgarradoras figuras motívicas se abrían paso descubriendo, entre los presentes, los matices de las emociones humanas. Cecilio nos quitó el aliento, no solo a la audiencia, podías observar a la orquesta y al director sostener la respiración en la cadenza, un pasaje que aparece como si estuviera fuera de tiempo, más como una imagen que un canto. Retoma la orquesta, entonando el tema, y asistiendo a la guitarra para culminar con vaporosos armónicos de cuerda. Una plegaria absolutamente sollozante que no evitó al que escribe contener las lágrimas. En ocasiones se alude la fama del concierto a este movimiento.
Para equilibrar el estado del espacio, llega un tercer movimiento colmado de afectos más cortesanos sin abandonar el virtuosismo. Este último movimiento confirma el rumor que atribuye la inspiración del concierto a las caminatas que el compositor, ciego desde los tres años, mantuvo con su esposa Victoria Kamhi, en un viaje a Aranjuez, un municipio al sur de Madrid. Lo que empezó y terminó en la misma tonalidad fue nada menos que una muestra de las más altas habilidades técnicas, musicales y humanas que se pueden alcanzar. La ovación hizo brotar del virtuoso un arreglo que había preparado de una canción yucateca: La mestiza… Obviamente y de nueva cuenta, otra descollante ovación para un magno guitarrista.
La noche española concluía con uno de los alumnos del compositor que acabábamos de escuchar, el nacido en Cádiz, Andalucía, Manuel de Falla. Un gran orquestador que hubo de escribir El Amor Brujo, del cual existen varias versiones y todo indica que la de este viernes fue la escrita en 1925. De las doce escenas, tres fueron interpretadas por la mezzosoprano en formación Claudia Carrillo. En la Canción del amor dolido, la sedosa y nada áspera voz de Claudia estuvo a unos cuantos decibeles de ser opacada por la orquesta, aunque considerando que fue su debut orquestal, es obvio que esos decibeles llegarán muy pronto, ya lo decía el director en la charla previa al concierto: su voz aún está en desarrollo.
De nuevo, a pesar de estarlo, qué manera de brillar en Canción del fuego fatuo y Danza del juego de amor. Entre letras lastimeras la fuerza de su voz resonaba decisivamente. Sobre la obra y su magistral orquestación cabe resaltar la meticulosidad en las repeticiones y variaciones gestuales, asegurándose de incluir los conocidos tresillos de dieciseisavo del folclore español. A diferencia de otros compositores, de Falla, rara vez desarrolla ideas por vías temáticas o formales, regularmente es por agrupación de breves episodios o secciones, o, como en este caso, escenas o canciones que demostraron una proverbial habilidad virtuosística de la orquesta y su director.
En efecto, una noche sumamente española que destaca el gran nivel profesional y artístico de la orquesta, sus programas y sus intérpretes. ¡Bravo! ¡Gracias, OSY! ¡Gracias, Cecilio! ¡Gracias, Claudia!