La OSY inicia la temporada rompiendo moldes

"La Orquesta Sinfónica de Yucatán, a su regreso, sigue demostrando su importancia en el escenario de Yucatán. Reabre con el interés de romper moldes, de mejorar estrategias, de combinar ideas. Se vislumbra una temporada valiosa...", escribe Felipe de J. Cervera en su crónica musical.

Apartándose de la ruta conocida, la Sinfónica de Yucatán seleccionó la cuarta sinfonía de Gustav Mahler, con ciento veintipico años de añejamiento, para su fase septiembre diciembre de dos mil veintitrés, elemento ajeno – totalmente – a los contenidos tradicionales del mes patrio. La temporada será, sin embargo, heterogénea por lo amplio de su contexto: sí tendrá una dosis de mexicanidad, sin evadir los temas y compositores de costumbre. No obstante, Mahler fue el primer saludo al público de Yucatán el viernes ocho, como el domingo diez: un obsequio de aire fresco.

La batuta del maestro José Areán empezó marcando el acento dulcemente machacoso, del primer movimiento. Esa musicalidad inicial advierte la calidad de los compases venideros, integrados en formato de cuatro episodios para los que el autor ha establecido un hilo conductor, en una especie de aura compartida. Alejándose del carácter dramático pese su romanticismo, la sinfonía se finca en la poesía de los liederen o canciones populares alemanas, que nacieron para el piano o en contexto de menores formalismos. Mahler, de sus sinfonías anteriores, elige el “Cuerno Mágico de la Juventud”, ciclo de las tales canciones, creadas por los literatos Brentano y von Arnim. Ellos le abastecen un motivo tras otro, intercambiables – y de qué forma – en armonías sobresalientes.

Avanzando poco o mucho, la obra no se aleja de su esencia diáfana. El primer movimiento jamás pierde los estribos pero alcanza sonoridades importantes previas a sus frases finales, que permiten recordar de dónde y cómo se ha podido llegar allí. Los alientos cantaban con frases súbitas pero amables; de ahí que la indicación en el papel sea comportarse “prudente, sin acelerar”. Aunque de pronto, elevaban la voz para acelerar el ímpetu. Majestuosa de menos a más, se va posicionando quizá como la muestra más delicada en el repertorio del artista, siguiendo aquella ruta de Beethoven, Bruckner y Brahms, dueños también de tremendas partituras.

Está a punto de desplegar el milagro, en el segundo movimiento para el que indica ir “cómodamente impulsivo, sin prisa”. En Mahler todo es exigencia con mano de hierro aunque sus resultados sean el retrato mismo de un campo de flores o del cielo en tornasol. Estipula que el concertino se aprovisione de dos violines en el atril, porque a veces le será necesario cambiar de afinación y luego, reintegrarse al parlamento que pertenece.

Menuda situación reproducir ese ritmo, pese a la comodidad que dice llevar. Acentos caprichosos, giros de improviso son su materia prima, que le justifica su condición de scherzo*. No fue fácil. Pudo haber un momento titubeante que, en otras manos, habría derrumbado un castillo de naipes. Concertino y flauta, oboe y fagot, a veces el corno inglés a solas, aumentan la expresión. Se van fusionando en la charla de cornos y maderas. Siguiendo la misma intención, los murmullos de cuerdas de pronto desaparecen, reapareciendo en pizzicato, esencial para un refinamiento sin límites.

El tercer movimiento es logro compartido con otros de su especie, incluso con Bach y sus “compases rey”. Mahler está irreconocible, pidiendo armonías en sus frases inciertas, casi jazzísticas y, de repente, la densidad mayúscula: su finalidad siempre fue mostrarse sublime, emergiendo como un hada desde sus pautados. Ya había mezclado sonidos y ritmos, había paisajeado el cielo según su imaginación y ahora abría puertas que llevaban un sentido idéntico a la santidad, por decirlo a la breve. Se acuerda un poco de todo lo que ha dicho pero prosigue su marcha con la suavidad del sueño en un cuerpo exhausto.

Leticia de Altamirano, al cabo de pocos compases alegres, surge como elemento excelente de la obra. Por fin, la voz de soprano está allí – perfecta – unida al complejo orquestal, como lo más parecido a un rocío sobre la hierba. Entonces, destaca sus líneas; aumenta el impulso como ha sido la norma, con los pies en la tierra. La fusión está completa, como si un instrumento gigante la siguiera a todos lados. “Como es arriba es abajo”, es sustancia que unió los sonidos, dibujados con batuta y con calidad orquestal de primera.

La OSY, en su regreso, sigue demostrando su importancia en el escenario de Yucatán. Reabre con el interés de romper moldes, de mejorar estrategias, de combinar ideas. Se vislumbra una temporada valiosa, con la llegada de nuevos elementos: indudablemente darán el peso completo en lo que está por venir. ¡Bravo!

*Travesura, broma musical

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