La OSY se atavía con el violín de William Harvey

Aquí puedes ver y escuchar la grabación del concierto en vivo.

Atinadísima. Así fue la selección de temas del concierto número tres de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, en la venturosa temporada octubre diciembre de dos mil veinte. Como buena noticia, el abordamiento del Clasicismo fue precedido de la suave elegía “Pavana para Una Niña Difunta”, nacida para piano por el ingenio espiritual de Maurice Ravel. Llevada al lenguaje orquestal más o menos una década después de estrenarse, la obra se consiste de alientos y cuerdas mezclados con la dulce voz del arpa, para enaltecer sus raíces de danza lenta y estirpe española, sin una dedicatoria especial más que a la idea de niñas que compartieron su inocente elegancia, siendo danzantes en aquellas cortes principescas de siglos atrás y que jamás llegarían a la adultez, por aquellas epidemias de las que nadie sabía cómo ampararse -penosamente- igual a la indefensión de hoy.

Los matices y la velocidad en la ejecución de la Pavana son un reto ambivalente por la constante necesidad de impulsarse y declinar a cada tramo. Crece la expresividad y no mucho después habrá que ralentizarla. Sus frases, melodiosamente cercanas entre sí, pero espaciadas en el plano evolutivo, son una trampa para la que hay que esforzarse en no caer. En ciertos momentos, otra necesidad -la de ir más lento- pudo atravesarse en la ejecución, pero sin adversidades, considerando la respetada marca del maestro Juan Carlos Lomónaco.

 

Por la elasticidad del Clasicismo se puede contemplar una de sus fases y otra de distinto desarrollo, con la simpleza de otear el horizonte. Mozart, imperdible en su estilo, no se opone a la visión de su casi contemporáneo Schubert, sino que despiertan admiración a partes iguales. En este sentido, la sinfónica estaba de plácemes recibiendo la visita del violinista William Harvey, oriundo de EEUU y principal de la Orquesta Sinfónica Nacional de México.

Poseedor de dominio total sobre su instrumento -y sobre el arte de la dirección- con elegante casaca de ornatos atabacados, se plantó al frente para el canto perfecto del Concierto para Violín número cinco de Mozart, aquel nombrado “El Turco” por un exotismo relativo a aquel país, puerta tradicional de Europa hacia las culturas orientales. Cada iniciativa, viniendo de Mozart, es algo amplio en plenitudes y la ocasión lo confirmaría.

La obra despegó con pequeñas reticencias de forma -instrumentos más notorios que otros- evidenciados por micrófonos centrados en algunos, ante lo imposible de llevarlos a todo el conjunto. Pese a esta desigualdad técnica, la nitidez armónica fue hallando su sitio justo al iniciar el violín invitado. Un acto de cohesión se adueñaba del discurso sonoro. De pronto, con pinceladas diáfanas y otras enérgicas, Mozart estaba allí desplegando el frenesí de su concepto. Los tres movimientos fueron justos en la gracia puesta en pentagramas. La presencia del maestro Harvey fue el refinado obsequio para la temporada.

El idioma de Schubert es diamantino. Brilla de diversos modos, según la perspectiva de su experimentación: una constante en su legado. Plantearlo romántico es, en ciertos aspectos, casi natural; pero su clasicismo tiene lazos hacia Mozart, Haydn y, no menores, son sus vínculos rossinianos. De ahí la delicadeza al interpretarlo, por la posibilidad de presentar demasiado postrera o moderna la intencionalidad de su factura, en desvío de su yo verdadero.

La sinfonía número seis en Do, apodada Pequeña es de una arquitectura luminosa. Es su liviandad la que justifica el mote, con la que ni así sacrifica el poder de sus frases. El lirismo de Schubert, cosechado por su admiración a Rossini, tiene una pizca de Beethoven, por una extraña ley conmutativa de la que finalmente brota él con identidad propia. Destaca la originalidad de sus ideas, que algunos pudieran discutir basándose en las alusiones señaladas y que la OSY reprodujo con destreza.

Las cuatro fracciones se mostraron perfectas, sumando erudición a la inercia que, desde Mozart, hizo su parte. Así, el aplauso virtual, fue bien merecido por toda la serie de eventos afortunados. La noche, con la calidad de un repertorio así, demuestra que Tchaikovsky no tendría que ser tan necesario. En todo caso, la grandeza también se halla en una larga lista de consagrados a los que la Sinfónica de Yucatán, como en esta ocasión, puede acudir. ¡Bravo!

 

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